DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL EMPERADOR DE IRÁN
MOHAMMAD REZA PALHEVI*
Lunes 1 de diciembre de 1958
La visita, tan llena de cortesía, de Vuestra Majestad, Nos inspira sentimientos de gratitud que deseamos expresar con algunas palabras.
Nos bien sabemos, por otra parte, que la deferencia hacia la Santa Sede, de la que es testimonio vuestra presencia, se encuentra hoy diríamos, acrecentada por la delicadeza con que Vuestra Majestad quiso aplazar por unas semanas el viaje que se proponía hacer a la Ciudad Eterna. ¿No era debido, en efecto, de modo especial al grave luto que conmovió a la cristiandad y que tan dolorosamente se difundió por todo el mundo? Nos somos muy sensibles a esa atención de Vuestra Majestad, así como al homenaje que rendía a la memoria del ilustre Pontífice difunto. Fue Nuestro venerado Predecesor quien os recibió hace diez años, con motivo de vuestra precedente visita, y Nos sabemos el constante recuerdo que Vuestra Majestad conserva de aquella audiencia; fue El, además, quien, más recientemente, dio su beneplácito para el establecimiento de relaciones oficiales entre la Santa Sede e Irán, que Nos, por Nuestra parte, seremos felices de fomentar por todos los medios.
En la persona de Vuestra Majestad Nos complace saludar con afecto paternal a toda la nación iraniana, a cuyos destinos presidís con mérito. Si no hemos tenido el privilegio de conocer personalmente vuestro país y su capital, dominada por el imponente macizo del Elbourz, pudimos, sin embargo, acercarnos en otras ocasiones a sus fronteras. Comprendida entre dos mares, resguardada por altas cadenas de montañas, esa tierra fue a lo largo de los siglos el punto de encuentro de numerosos pueblos y el crisol de las civilizaciones más antiguas. En nuestros días es rica en recursos del suelo y del subsuelo, pero también en los más valiosos aun del espíritu.
A estos últimos, la Iglesia, presente en aquellas regiones desde sus orígenes, tiene la satisfacción de dar la aportación de su vida espiritual, de la cultura de que es heredera y del ideal de humanidad que siempre ha servido. Con una abnegación leal y generosa, de la que Nos renovamos a Vuestra Majestad de buen grado nuestra fidelidad, nuestros hijos católicos en Irán, desean de todo corazón dedicarse al servicio de las causas más nobles, de modo especial a la instrucción y educación de la juventud, a la asistencia a los enfermos y a las diversas obras de asistencia. Nos complace mucho el saber que Vuestra Majestad, siempre benévola en relación con las instituciones cristianas, se ha interesado recientemente por nuevas fundaciones hospitalarias y científicas que, no lo dudamos, se desarrollarán para el mayor bien de todos. Que el Señor haga que ese espíritu de pacifica colaboración se ajuste a las tradiciones de la Iglesia y a las cualidades propias de vuestras poblaciones, y que continúe dando los mejores frutos en la tierra iraní.
Con esa esperanza, Nos invocamos sobre Vuestra Majestad, sobre los distinguidos personajes del séquito y sobre su Imperio, los más abundantes favores del Dios Omnipotente.
* ORe (Buenos Aires), año VIII, n°365, p.3.
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