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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS PARTICIPANTES EN LA X CONFERENCIA GENERAL DE LA FAO*

Martes 10 de noviembre 1959

 

Señores:

Habéis querido interrumpir un instante vuestros trabajos en la décima Conferencia General para venir a buscar aquí las expresiones de aliento y la Bendición del Papa. Nos sentimos dichosos en acogeros, puesto que, como sabéis, la F.A.O. no es en el Vaticano una desconocida. Los miembros de vuestras sesiones precedentes fueron recibidos más de una vez por nuestro Predecesor el Papa Pío XII, de venerada memoria, quien les atestiguó siempre una afectuosa benevolencia. Pasábamos Nos mismo otrora, más de una vez, junto al inmueble que hospeda a la F.A.O., viendo innumerables ventanas iluminadas en la noche, y Nos no dejábamos de enviar nuestro pensamiento de reconocimiento a quienes allí trabajaban por el bien de la humanidad. Ahora, desde Nuestro departamento Nos distinguimos la sede de vuestra organización que recorta su silueta sobre el horizonte: como veis, estáis presentes en Nuestro espíritu y en Nuestro corazón.

Es que la Iglesia –y Nos tenemos particular interés en hacéroslo saber de viva voz– se interesa vivamente por la F.A.O. El grande y hermoso espectáculo que vosotros ofrecéis, en efecto, a su mirada maternal, con vuestros técnicos que trabajan en el mundo entero para organizar la «lucha contra el hambre» mediante la mejora de los suelos, de las plantaciones, de los animales en sus diversas especies, de las técnicas de pesca, de la economía lechera, de las explotaciones forestales … y todo ello para acudir en ayuda de nuestros hermanos más desheredados, de los más desdichados, de los que sufren, de los que tienen hambre. Grande y maravilloso espectáculo, en verdad, que inspira admiración, edificación, confianza en el porvenir.

Vosotros sabéis que Nos exhortamos de buen grado a los peregrinos que llegan hasta aquí para visitarnos, a llevar a cabo, tanto en el orden material como en el espiritual, estas acciones dictadas por el amor a Dios y al prójimo, llamadas por la tradición eclesiástica «obras de misericordia». Y, ¿qué es toda la actividad de la F.A.O. sino una inmensa obra de misericordia en escala mundial? Nos no tenemos casi necesidad de exhortaros, tan elocuente es en sí misma la lección que vosotros dais al mundo. Nos queremos más bien regocijarnos con vosotros, felicitaros de buen corazón, y aseguraros que bendecimos vuestros trabajos.

Nos alegramos ante todo sinceramente y Nos damos las gracias a Dios al ver que una empresa como la «Food and Agriculture Organization» ha podido nacer, organizarse, desarrollarse, apenas acabado el espantoso conflicto que había ensangrentado al mundo. Ello significa sin duda uno de los hechos más notables y felices de los años posteriores a la guerra: esta conciencia que se han formado las Autoridades responsables acerca de la gran diferencia de niveles de vida existente entre las naciones, acerca de la miseria económica de los menos dotados – las naciones sub-desarrolladas, según se ha dado en llamarlas – en relación con aquéllas que tienen en sus manos las fuentes principales de riqueza. De ahí ha nacido en almas nobles preocupadas por el bien de los hombres, un impulso de donación, un deseo de servicio eficaz, y luego un gran movimiento de estudios, de encuestas, de intercambio de informaciones, de envío de técnicos para arribar luego a las benéficas realizaciones de la F.A.O., inscritas en su activo al correr de estos últimos años, tan bien ilustradas en la publicación que Nos habéis enviado: «La FAO au travail». ¡Cuántas y cuán hermosas y buenas energías, en verdad, puestas con inteligencia al servicio del bien! Permitidnos que os felicitemos por ello con toda sinceridad.

Plácenos hacer notar un rasgo que Nos parece acompañar estas nobles actitudes: es el espíritu sabiamente realista y al mismo tiempo serenamente optimista que anima a vuestra organización. La F.A.O. no teme las dificultades: les hace frente. No se ha descorazonado ante el número y el volumen de los obstáculos que han surgido en su camino: las ruinas y las devastaciones acumuladas durante la guerra, la extensión de la miseria en ciertas regiones, las epidemias favorecidas por la subalimentación, sin hablar de los problemas que permanentemente plantea el crecimiento constante de la población mundial. Con sagacidad ha echado mano a los medios más eficaces para asegurar, perfeccionar, repartir racionalmente los alimentos, y ha puesto sus servicios a disposición de los gobiernos interesados en ello. La Iglesia estima altamente este espíritu de realización positiva, de servicio desinteresado; alaba esta razonable osadía, esta confianza en la posibilidad de resolver los grandes problemas humanos. La Iglesia también es optimista.

Un valioso resultado de vuestros trabajos – y constituye también, según Nos sabemos, uno de los fines de vuestra organización – será, con el tiempo, la elevación del nivel de vida de los habitantes del campo. Venido Nos mismo de un hogar rural, hemos visto con Nuestros ojos, durante los años de Nuestra juventud, y Nos no lo olvidaremos jamás, lo que significan las fatigas y las penas de quienes se hallan dedicados al trabajo de la tierra. Contribuir a aligerar su peso, a dar un poco más de bienestar a quienes proporcionan el pan al resto de la humanidad: hermosa obra de misericordia, digna, ésta también de aliento y de alabanza.

Nos quisiéramos añadir todavía un pensamiento más, que ha venido a Nuestra mente mientras Nos reflexionábamos sobre las perspectivas, grandes y reconfortantes en verdad, que abren ante el espíritu los resultados alcanzados ya por vuestra Organización. En un mundo sacudido todavía por la guerra y sus consecuencias, busca la humanidad con ansia saber de qué lado le ha de llegar por fin la paz verdadera, quiénes serán sus artífices más eficaces. Las luces que provienen del lado político son todavía harto inciertas y están harto expuestas a apagarse después de haber suscitado tantas esperanzas. Por el contrario, quienes promueven el ejercicio del bien entre nación y nación, la ayuda en el plan económico, con un espíritu de desinterés y de benevolencia amistosa, no son acaso también ellos quienes trazan los caminos más seguros hacia la unión y la paz entre los hombres?

¡Ojalá podáis, Señores, prosiguiendo vuestras actividades, trabajar también por la paz del mundo! Al despedirnos de vosotros Nos no podemos dejaros sino un pensamiento que corresponda mejor, a Nuestro parecer, a vuestros deseos y a los Nuestros, y de todas maneras más seguramente conforme a la voluntad de Dios, Creador y Salvador de los hombres. A fin de asegurar mejor su realización, Nos os concedemos de todo corazón Nuestra paternal Bendición Apostólica.


*ORe (Buenos Aires), año IX-X, n°395, p.2, 3.



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