PABLO VI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 2 de octubre de 1963
Queridos hijos e hijas:
Venís a esta audiencia mientras se está desarrollando el Concilio Ecuménico; es decir, mientras la jerarquía de la Iglesia aquí reunida estudia y discute sobre grandes cuestiones religiosas que atañen a la vida misma de la Iglesia y a su misión en el mundo.
Es un momento extraordinario, es una hora histórica, un acontecimiento excepcional de extrema importancia en sí mismo y que puede tener grandes consecuencias para el futuro de la Iglesia y de la sociedad.
¿Pero cómo os puede interesar este hecho que no parece estar relacionado directamente con vuestras personas? Creemos que la audiencia en la que hoy participáis no puede tener otra idea central: el Concilio; y aunque ya habéis oído hablar muchas veces de él, ahora escuchad también la voz del Papa, que os invita a poner vuestra atención en el Concilio.
En primer lugar, no os quedéis indiferentes ante tan singular y solemne celebración. Procurad informaros y sabed que los problemas tratados en el Concilio están relacionados con lo más grande y más sagrado que hay en el mundo, es decir, con esta obra del Señor que se llama la Iglesia, y, por tanto, atañen también a cada uno de vosotros, a vuestra fe, a vuestra vida cristiana.
En segundo término, os exhortamos a que abráis los ojos y observéis el aspecto que el Concilio ofrece a la vista, no digo solamente el aspecto externo espectacular, del que habla por sí sola la grandeza incomparable de esta basílica: observad, sobre todo, el aspecto espiritual. Abrid los ojos del alma y observad el semblante, el aspecto y la figura que la Iglesia os ofrece. ¿Conocéis las llamadas “notas” de la Iglesia?; es decir, las características visibles de la Iglesia, que nos deben atraer y maravillar: la unidad, la santidad la catolicidad y la apostolicidad. Los teólogos ven en estas notas las propiedades visibles; es decir, las pruebas de la obra divina en la Iglesia. Es el momento de advertir, sí, que la Iglesia procede de Cristo como sociedad: una, por la unidad de la fe, del culto y de la autoridad suprema; santa, por los Sacramentos, las leyes y el gobierno, que son otras tantas fuentes o instrumentos de santificación y de salvación; católica, por su incesante propagación en el mundo; apostólica, por la constitución jerárquica que la liga a Pedro y a los apóstoles con la sucesión de los legítimos poderes de orden, magisterio y gobierno.
Habréis visto las imágenes del Concilio, de esa multitud de obispos, de pastores; es necesario saber ver en ellos las notas que nos indican: mirad, ¡ésta es la Iglesia de Cristo!
Y, finalmente, puesto que vosotros mismos, queridos hijos e hijas, sois miembros de esta Iglesia, debéis sentiros empeñados en la oración por la Iglesia y por el Concilio. Muchas veces se ha recomendado esto; pero ahora es el momento de hacerlo con todo el fervor.
Y seguros de vuestra correspondencia, con vosotros recitaremos el “Credo” y daremos a todos nuestra bendición apostólica.
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