PABLO VI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 18 de enero de 1978
No podemos prescindir de la coincidencia de fechas que hace que esta audiencia general coincida con el 18 de enero, hoy, primer día de la "Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos"; nos sentimos obligado a invitaros a todos a que os asociéis a la reflexión sobre la cada vez más apremiante cuestión del ecumenismo, es decir: el restablecimiento de la unión efectiva en la fe y en la disciplina de cuantos creen en Jesucristo.
En efecto, podemos decir que es un deber constitucional para todos los cristianos estar unidos entre sí, para ser, según la voluntad de Jesucristo, todos uno (cf. Jn 17, 11-21, 22-23); deber que los siglos de división entre los cristianos no atenúan sino que lo hacen más sensible, puesto que nuestro tiempo urge esto cada vez con más clara consciencia: ¡Es necesario que los cristianos estén unidos!
Lo primero que hay que hacer: ¡Tener conciencia de este deber! ¡Es voluntad solemne de Cristo!
Nos hemos acostumbrado a una situación paradójica, creernos cristianos auténticos aunque las divisiones entre cuantos se llaman cristianos sean reales, graves, múltiples y antiguas. Y si tenemos afán por ser discípulos auténticos y fieles de Cristo, debemos sentir malestar, dolor, inquietud ante el estado en que se encuentran todavía hoy sus seguidores, su Iglesia.
Pero las dificultades para restablecer una auténtica fusión unitaria entre las diversas denominaciones cristianas son tales, que paralizan toda humana esperanza de que pueda realizarse históricamente. Las rupturas acaecidas se han anquilosado, solidificado, organizado de tal manera, que califican de utópico todo tentativo de reconstruir, en dependencia de la cabeza que es Cristo, un "cuerpo, como escribe San Pablo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren según la operación de cada miembro" (Ef 4, 16), en orden a su conformación en la caridad.
El problema de la unidad entre los cristianos parece además insoluble, incluso por el hecho de que se trata de verdadera unidad; no se puede admitir cualquiera interpretación pluralista desmedida, sobre esta sacrosanta palabra "unidad", que tiene como ejemplar la unidad inefable del Padre celestial con el Hijo divino (cf. Jn 17, 22). La unidad del Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia admite, más aún, exige una multiplicidad de funciones (cf. Ef 4, 11-15), pero siempre en la cooperación orgánica de una única fe y una única caridad.
Esta exigencia, comparada con las condiciones concretas e históricas de las distintas fracciones de fieles seguidores de las varias denominaciones cristianas, parece desanimar toda esperanza ecuménica. ¡La historia no vuelve atrás! Sin embargo, no debe ser así; la Palabra de Cristo: "seamos todos uno" no es solamente un precepto para nosotros, sino también una promesa profética; promesa formulada por el Señor en su última oración antes de la pasión. No puede quedar desatendida.
Y por eso, dos conclusiones positivas para nuestra "Semana de Oración por la Unidad de los cristianos".
La primera nos la sugiere el tema señalado para este año que nos dice: "Ya no sois extranjeros". Son éstas también palabras de San Pablo que nos enseñan que de hecho hay ya una comunión, una caridad que nos permiten llamar "hermanos" también a aquellos cristianos que por desgracia todavía están separados de la verdadera unidad católica. Son bautizados, creen en el Evangelio, aspiran también, pensamos, a la unidad entre los cristianos. Es decir, ya existen vínculos de unión que no podemos ignorar ni infravalorar; vínculos no perfectos, vínculos que todavía demuestran el desgarrón sufrido en la trabazón íntegra y orgánica del Cuerpo místico; vínculos que reclaman a la Madre Iglesia ser reanudados de nuevo con inmensa paciencia y humildad ejemplar, pero susceptibles todavía de nueva y digna vitalidad; vínculos rotos que no deben ser hoy motivo de polémicas inextinguibles, sino motivo de acrecentado amor si todavía favorecen el restablecimiento de la unidad.
Y ésta es la segunda conclusión: ¡Es necesario orar! La oración por la unidad, vista a contraluz, es una confesión de nuestra imposibilidad para conseguir sólo con medios humanos el objetivo que nos propone. "Sin mí no podéis hacer anda" (Jn 15, 5), es el caso de reflexionar de nuevo sobre las palabras del Señor para dirigirle nuestra oración con mayor confianza. ¿Qué no puede obtener la oración? ¡Aquí está la esperanza secreta para el restablecimiento de la unidad entre los cristianos!
Oremos, pues, todos: con nuestra bendición apostólica.
Saludos
(Palabras del Papa al iniciar su encuentro con los fieles)
Qué bella audiencia. Todos sabéis que en este momento nuestra bendición, acompañada de la oración y del deseo de que sea eficaz por la misericordia del Señor, está con vosotros, por vosotros y en vosotros. Es éste un momento de interiorización en la colectividad, uno de los fenómenos de la vida católica que acrecienta la propia individualidad, la propia persona si se vive comunitariamente, en la comunión de una sola entidad, una sola y mística realidad que es la humanidad unida a Cristo, su Cuerpo místico. Damos gracias al Señor que nos permite gozar y pensar en una realidad de este género, realidad que debe tener una orientación permanente en nuestra vida espiritual y en nuestra vida real. Somos cristianos, y como cristianos debemos vivir y como católicos debemos comportarnos.
(A los catequistas de las parroquias romanas)
Nos complace encontrarnos con un grupo tan variado y rico que se califica como portador de la enseñanza cristiana. El resurgir de la enseñanza catequética en Roma y en tantos otros sitios es muy prometedor.
(A un grupo muy numeroso de jóvenes universitarios)
Dedicamos un saludo especial a los estudiantes universitarios y universitarias que viven en residencias religiosas de Roma. Vuestra visita, tan agradable y de la que os damos cordialmente las gracias, nos brinda la oportunidad de expresaros el gran interés y el gran amor con que la Iglesia quiere estar cerca de los jóvenes, haciéndoles ver la riqueza, la actualidad y la necesidad del mensaje cristiano, sobre todo en estos momentos, en que se está poniendo en evidencia que son ilusorias las ideologías que llevan a la violencia, al desorden moral, a la disgregación social. Y más aún, queremos añadir que la Iglesia quiere estar presente por vuestro medio y cada vez más, en el mundo de los jóvenes. Sed heraldos de Cristo, inteligentes y perspicaces ante vuestros compañeros; sed protagonistas en el plan de acción pastoral en que está embarcada nuestra diócesis de Roma, que quisiéramos fuera estímulo y modelo de las otras diócesis. Con nuestra bendición apostólica.
(A los seminaristas del Pontificio Colegio Norteamericano)
Damos un cordial saludo al grupo de seminaristas de Saint Meinrad, que han venido a Roma a estudiar la vida de la primitiva Iglesia romana. En esta ciudad tenéis al mismo tiempo la oportunidad estupenda de experimentar profundamente la unidad de la Iglesia universal. Queridos hijos, no olvidéis nunca que Cristo murió por esta unidad: "para reunir en uno todos los hijos de Dios, que están dispersos" (Jn 11, 52). Vuestras vidas y todo vuestro ministerio futuro deben orientarse a conseguir esta meta, la perfecta unidad en Jesucristo.
(A los estudiantes del Pontificio Colegio-Seminario Filipino)
La presencia de un grupo grande de sacerdotes del Colegio Filipino nos trae a la memoria una vez más nuestra visita a Manila. El mensaje que os dirigimos hoy es el mismo que dedicamos a los sacerdotes recién ordenados entonces: "cada uno de vosotros es otro Cristo". Confiamos en vuestra generosidad y fidelidad para que la verdad de Cristo, la luz de Cristo y el amor de Cristo se propaguen en vuestra patria a través de vuestro ministerio. A este fin pedimos con vosotros, usando las palabras de San Pablo, "andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados" (Ef 4, 1). Dios bendiga a Filipinas.
(En castellano)
Amadísimos hijos e hijas: No podemos pasar por alto que la audiencia de hoy coincide con el día en el que comienza la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Sentimos acuciante el mandato del Señor: "que sean una sola cosa". Y ello nos obliga a tomar conciencia del deber que tenemos de trabajar en favor de la recomposición de la unidad en la fe y la disciplina de cuantos creen en Cristo. Quizá nos hemos acostumbrado a ver como natural esa situación paradójica de profunda división entre los cristianos. Sin embargo, deberíamos sentir pena por esa situación eclesial. Ciertamente es una tarea muy difícil reconstruir la unidad entre las diversas denominaciones cristianas y los diversos grupos de fieles adherentes a las mismas. ¡Es todo un problema histórico! Además, la dificultad aumenta por el hecho de que se trata de conseguir una verdadera unidad de la Iglesia, lo cual admite multiplicidad de funciones, pero siempre dentro de una única fe y caridad, sin abusivas interpretaciones pluralísticas. Ante ello se imponen dos conclusiones positivas. Primera, apreciar y robustecer los vínculos de unión —todavía no perfectos— que ya existen entre aquellos que mediante el bautismo y la creencia en el Evangelio se llaman "hermanos". La segunda, orar por la unidad, para que el Señor que todo lo puede nos conduzca a la meta de la unidad perfecta. Oremos todos, con nuestra bendición apostólica para vosotros y cuantos nos escuchan por radio.
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