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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 3 de mayo de 1978

 

La bienaventuranza de la justicia

No sabríamos decir a primera vista por qué se nos presentan al espíritu estas palabras del capítulo V del Evangelio de San Mateo, del célebre párrafo del discurso de Cristo en el monte, donde se dice: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos".

Estas benditas palabras se presentan en este encuentro con nosotros, queridísimos visitantes, quizá porque vuestra presencia nos hace percibir más agudamente el malestar moral y social que existe en el mundo de hoy, del que vosotros venís; y vuestro ánimo abierto y confiado aquí ante nosotros nos indica el hambre y la sed que os aflige, un hambre y una sed característicos de nuestra sociedad, fruto de situaciones habituales o esporádicas de la vida presente. Y ello por motivos contrarios que conducen al mismo resultado de la inquietud, provocada en unos por el mismo bienestar de que disfrutan y del que sienten el aguijón de la insuficiencia, más bien que gozar de su satisfacción: para ellos es el hambre y la sed de tener más.

Esta inquietud es provocada en otros, y con mayor motivo, por la insuficiencia de lo que poseen o por la fragilidad de su situación en un contexto social inestable y vacilante, insuficiencia que se expresa en el hambre y la sed de que habla el Evangelio y que éste, Palabra de Cristo, califica de bienaventuranza: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. porque ellos serán hartos" (Mt 5, 6).

¿Qué vamos a decir de estas palabras evangélicas?

Ante todo diremos que si bien en forma y medida distintas, reflejan una realidad esencial y sicológica que podemos llamar común, es decir, de todos, la realidad derivada fundamentalmente de la misma naturaleza del hombre.

El hombre, hay que reconocerlo, es un ser incompleto, que incluso cuando está satisfecho no está saciado; es un ser hecho de tal modo que siempre se halla atormentado por el hambre y la sed, por los deseos que estarían reclamando mayores satisfacciones.

El hombre es como José, el hijo predilecto de Jacob, a quien él define en la Biblia hijo que crece, retoño que se abre (cf. Gén 49, 22).

El aspecto positivo de esta tendencia a desear, crecer y tener consiste en que esté de acuerdo con la justicia, es decir, según un designio divino inscrito en la naturaleza ideal del hombre, tal como Dios creador lo ha inserido implícitamente en la concepción modélica, buena, del hombre mismo; descubrir este designio en vías de perfección señala la línea de desarrollo, o sea, el hambre y la sed de justicia asignados por Dios a la suerte del hombre; es la "justicia" implícita que el hombre debe desear y llevar a cumplimiento explícito; es la promesa evangélica que figura al final de esta bienaventuranza.

En la economía evangélica el hambre y la sed de esta perfección serán al fin saciados; y el hambre y la sed de tal perfección constituyen ya una bienaventuranza.

Y, ¿qué es la justicia que el Evangelio señala como objeto del hambre y la sed del hombre evangélico?

Es lo que debe ser, pero que todavía no lo es a la perfección. Es lo que la ciencia moral llama deber, obligación moral, ley que se ha de observar, voluntad divina que se debe cumplir; es a lo que se debe aspirar en fuerza de una intervención divina por caminos de lógica racional o también por inspiración carismática. Y este coeficiente fundamental de la vida moral puede tener aplicación a la vida espiritual y efectiva del hombre; el deber puede ser el peso del alma y puede tener su propia energía.

Cristo sanciona y proclama: bienaventurados los que tienen hambre y sed de esta determinación de la vida humana, es decir, del cumplimiento del propio deber hasta el sacrificio de sí, porque tal cumplimiento transformará en bienaventuranza la fidelidad al deber cumplido. Aquí está el Evangelio con su promesa y con la bienaventuranza que le está unida, podemos decir.

Ya el simple querer, lo que el Evangelio llama hambre y sed, posee la fuerza milagrosa de anticipar la bienaventuranza, la satisfacción de ser fiel a la justicia. Esto es un gran consuelo para nosotros. Se nos puede anticipar la paz del espíritu ya desde la fase preparatoria del cumplimiento de nuestro deber, que es justamente la fase del deseo, del propósito, de la decisión. Y sucede. con frecuencia que esta aspiración inicial a la justicia en las almas generosas rectifica la orientación general de los deseos insatisfechos, los que hacen desgraciada la existencia, porque tales deseos son egoístas, no son según la "justicia" que alcanza y logra en el Evangelio el amor. Sólo éste posee el secreto de la bienaventuranza en la vida presente hoy y mañana en la futura, escatológica y misteriosa, es verdad, pero garantizada por una promesa infalible de Cristo.

Así sea. con nuestra bendición apostólica.


Saludos

(A los miembros de la Sociedad Austríaco-Italiana)

Dirigimos un saludo especial de bienvenida a los miembros de la "Sociedad Austríaco-Italiana". Queridos señoras y señores, en el fomento de las mutuas relaciones entre los dos países vecinos, tengan siempre muy presente la común base cristiana que los une. Esta debe servir hoy para conservar las relaciones, acrecentarlas y hacerlas fructuosas de cara a Europa. Les impartimos para esto nuestra bendición apostólica.

(A militares suizos de Friburgo)

Saludamos muy cordialmente al grupo de granaderos de Friburgo. Queridos amigos: Sabéis lo mucho que apreciamos el servicio abnegado de vuestros compatriotas de nuestra Guardia Suiza, a los que tenéis el placer de encontrar en Roma. Queremos animaros y desearos una buena peregrinación a las tumbas de los Santos Apóstoles. De todo corazón os damos nuestra bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos,

(A la Asociación Cristiana de Clases medias de Bélgica)

La diócesis de Dante, Bélgica, está también representada hoy por los peregrinos de la "Asociación Cristiana de Clases medias". Deseamos que su paso por Roma fortifique en todos el sentido de Iglesia y os ayude a servirla cada vez mejor en vuestro querido país. Os bendecimos muy de corazón, así come a vuestros seres queridos.

(A un grupo de industriales)

Dedicamos también un saludo cordial al nutrido grupo de industriales y personas del sector comercial pertenecientes a la Asociación Artefici del Lavoro italiano nel mondo, que han querido visitarnos al encontrarse en Roma con sus familias para celebrar un congreso. Os manifestamos gratitud sincera por este gesto de atención y, sobre todo, por los principios cristianos de que está imbuido vuestro trabajo en el mundo. Gustosamente correspondemos a vuestra delicadeza con el vivo deseo de que esta reunión de estudio contribuya no sólo a aumentar los conocimientos referentes a vuestra actividad profesional específica, sino que sirva también para estimular en vosotros el afán de ejercer un servicio social que responda cada vez mejor a las exigencias de la justicia y del progreso humano. Os acompañe en esta tarea de solidaridad social nuestra bendición apostólica especial que extendemos a todos vuestros seres queridos.

(A un grupo de consiliarios de muchachos de la Acción Católica Italiana)

Un saludo muy particular al grupo de sacerdotes consiliarios parroquiales de Acción Católica juvenil, que han venido a Roma para celebrar el II Congreso nacional. Queridísimos hijos: La palabra que os dirigimos quiere ser de aplauso sincero y, sobre todo, de estímulo cordial en vuestro ministerio pastoral delicado e importante. Vosotros ayudáis a que crezca la vida cristiana en quienes serán la Iglesia del mañana. Estad orgullosos de ello, y sed intrépidos, de modo que vuestra dedicación consiga frutos abundantes y sabrosos para edificación de la comunidad eclesial. Confirmamos este deseo con nuestra paterna bendición apostólica

(A los fieles de habla española)

Amadísimos hijos e, hijas: En estos momentos vienen a nuestro espíritu aquellas palabras de Cristo: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. porque ellos serán hartos". Nuestro encuentro de esta mañana nos hace pensar en el malestar moral y social del mundo de hoy. Para muchos, el bienestar material del que disfrutan les crea insatisfacción y deseo de poseer más. En otros, la verdadera insuficiencia en la que viven despierta hambre de una mayor justicia, que ponga remedio a sus justas aspiraciones. Las palabras del Evangelio que comentamos, nos hacen ver la radical limitación del ser humano, que siente necesidad de mayor plenitud, de algo que satisfaga sus íntimas aspiraciones hacia lo más alto: es la sed de justicia, de bien, que Dios ha puesto en el corazón del hombre para que los incremente. ¿Y qué es esa justicia del Evangelio? Es algo que debe ser perfecto y no lo es todavía. Es la obligación moral a seguir; es la voluntad divina que hay que cumplir. Por eso Cristo proclama: dichosos los que tienen hambre y sed de comprometerse en la vida a cumplir el propio deber, aunque les cueste sacrificio. Ello les dará en la tierra la felicidad del deber cumplido, los llenará de la paz del espíritu y los impulsará a realizar obras de amor. Y, finalmente, les obtendrá la dicha futura, definitiva. garantizada por la promesa infalible del Señor. Con nuestra bendición apostólica.

(A la Fundación Universitaria Española)

Saludamos ahora con profunda estima a los miembros del patronato, profesores y estudiantes de la "Fundación Universitaria Española", que han querido venir a renovarnos su homenaje de devoción y ofrecernos un recuerdo, fruto de sus actividades específicas. Os agradecemos, amados hijos, esta visita. Sabemos que la vuestra es una entidad con finalidades benéfico-docentes, que busca dar a conocer, promover y revalorizar la cultura e historia española, especialmente en su sentido católico. Os invitamos a ser cada vez más fieles a la inspiración cristiana en vuestras tareas, sabiendo conjugar el rico patrimonio religioso de vuestro país con una proyección actualizada del mismo, que dé hoy nuevo impulso a la inserción de los católicos en el entramado de vuestra sociedad. Con estos nuestros votos ardientes, invocamos sobre vosotros la constante bendición del Altísimo.

 

 



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