PABLO VI
AUDIENCIA GENERAL
Castelgandolfo
Miércoles 2 de agosto de 1978
Gracias a todos y felices vacaciones. Tenéis un lugar en mi corazón, como lo tienen las ovejas del Buen Pastor. Gracias de nuevo, por vuestra presencia aquí.
Pensamos que un hermoso deseo os ha impulsado a venir a este encuentro, y una curiosidad muy noble os ha sugerido que aprovechéis esta oportunidad, nada fácil por cierto, no sólo de ver al. Papa, sino al mismo tiempo y sobre todo de oír su palabra, un poco casi por tener esta experiencia (cf. Lc 2, 15): vamos a ver qué nos puede decir el Papa para instruirnos y confortarnos.
En el mundo en que estamos, el estruendo de voces que quisieran atraer nuestra atención es tal, que no resulta fácil saber cuáles son realmente dignas de escucha; y entre las que escuchamos (por la radio, a través de la prensa, de la enseñanza, en la convivencia social, etc.) no es fácil dilucidar qué voces llegan al ciudadano del mundo para divertirlo o informarlo o instruirlo. ¿Cuáles son las voces que estamos obligados a escuchar, cuáles son las que merecen o pretenden no sólo que las conozcamos (por ejemplo la de la cultura), sino que exigen que las tomemos como guía de nuestro pensar y, sobre todo, que las hagamos norte de nuestra vida? A estas voces que señorean nuestra existencia las llamamos nuestras ideas. Cada uno tiene sus ideas propias, y éstas son las que clasifican a la gente que piensa y las que determinan su modo de actuar.
Todos sabemos que hoy en día este campo se ve invadido por una cantidad de ideas que pueden coadyuvar a la cultura o a la actividad del mundo social, pero que también, por su misma multiplicidad, por su mutabilidad o por la debilidad intrínseca de su correspondencia con la verdad, engendran una mentalidad siempre problemática y no pocas veces superficial.
El hombre moderno ha aumentado mucho sus conocimientos, pero no siempre la solidez del pensamiento, ni tampoco siempre la certeza de poseer la verdad. En cambio aquí está precisamente el rasgo singular de la enseñanza de la Iglesia, La Iglesia profesa y enseña una doctrina estable y segura. Y a la vez todos debemos recordar que la Iglesia es discípula antes de ser maestra. Enseña una doctrina segura, pero que ella misma ha tenido que aprender antes. La autoridad de la enseñanza de la Iglesia no dimana de su sabiduría propia, ni del control científico y racional de lo que predica a sus fieles; sino del hecho de estar anunciando una palabra que dimana del pensamiento trascendente de Dios. Esta es su fuerza y su luz. ¿Cómo se llama esta transmisión incomparable del pensamiento, de la palabra de Dios? Se llama fe.
Sobre un tema de tal importancia y tal amplitud, sólo tres puntos esbozamos ahora.
El primero nos viene dado por la naturaleza de dicho conocimiento: éste no es contrario a la razón, sino superior a ella. Cristo se ha hecho nuestro maestro para enseñarnos verdades que de suyo superan la capacidad de nuestra inteligencia. Sólo las aceptan los humildes y por ello viven en atmósfera de sabiduría y de orden superior. Recordad la palabra del Evangelio: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeños" (Mt 11., 25).
El segundo punto se refiere a la necesidad de tener y profesar la fe: "Sin la fe es imposible agradar a Dios" está escrito en la Carta a los hebreos (cf. Heb 11, 5 y 6). Y en el Evangelio cuántas veces se hace apología de la fe, que el Señor encuentra escasa incluso en sus discípulos: "Hombre de poca fe —dice el Señor a Pedro que estaba para ahogarse—, ¿por qué has dudado?" (Mt 14, 31), y lo saca a flote.
El tercer punto es un campo inmenso de experiencia espiritual; nos lo recuerda San Pablo: "La fe actuada por la caridad" (Gál 5, 6). Lo que significa que en la fe encontraremos la plenitud de la vida cristiana; en ella encontraremos la fortaleza, la alegría, el consuelo de la vida divina que nos ha sido comunicada.
Así sea para nosotros, con nuestra bendición apostólica.
Saludos
Acogemos con afecto paterno a nuestros hijos e hijas de Sierra Leona que han venido en peregrinación con el arzobispo de Freetown y Bo, y el obispo de Makeni. Os rogamos os hagáis portadores de nuestro saludo a vuestras familias, vuestras diócesis, y toda la gente de vuestro país. El Papa ama a Sierra Leona.
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