PEREGRINACIÓN DE LA F.I.A.T.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI
Festividad de san José
Jueves 19 de marzo de 1964
Hijos carísimos:
Nos alegramos de que vuestra venida a Roma, de que vuestra peregrinación hacia el Vicario de Cristo coincida con la celebración de esta fiesta, que os ilumina, lo mismo que San José resplandece sobre esta sagrada asamblea. ¡Qué grato Nos es reconocer, a esta luz, lo que sois! No es palabra profana la nuestra al sentir ahora la necesidad de llamaros por vuestro nombre: personal de la F. I. A. T., dirigentes y dependientes de este magnifico complejo industrial, el primero de Italia por el número de sus miembros, por la grandiosidad de su desarrollo, por la modernidad de sus instalaciones, por la celebridad de su nombre y también por su representatividad en los fenómenos económicos y sociales, cuya fecundidad todos conocen.
Nos sentimos en la obligación de saludaros y queremos manifestaros nuestra complacencia, nuestro agradecimiento por esta visita que tanto Nos honra, que tanto Nos consuela y que tanto Nos hace pensar y esperar. Queremos expresar nuestro respetuoso saludo a quien os dirige, a quien tiene la inteligencia, la constancia, el mérito para promover y organizar tan vasto y tan útil campo de trabajo; queremos alabar al grupo-peregrinación que ha tenido la idea de esta iniciativa y queremos de forma singular manifestar nuestra estima y nuestra benevolencia a la inmensa asamblea de todos los trabajadores de la F. I. A. T., al excelente grupo de técnicos, a los magníficos y expertos encargados, a los bravos y numerosos obreros; a los ancianos por su bravura y fidelidad a la empresa y al deber; a los jóvenes por la energía y confianza que ponen en su esfuerzo; a los aprendices por las esperanzas que llevan en el corazón y que son las de la empresa; a las familias de todos estos trabajadores, a las que dedicamos nuestro afectuoso recuerdo y nuestra augurio, y a todos cuantos aquí estáis presentes y representados; a cuantos rectamente tutelan vuestros intereses y justamente interpretan vuestras aspiraciones; a las organizaciones y asociaciones que os ofrecen asistencia moral y espiritual; a toda la F. I. A. T., conforme se nos muestra desde esta atalaya, con su gran capacidad productiva y su concorde comunidad de trabajo, libre, justa y próspera. La visión que despertáis a nuestro espíritu nos proporcionaría tema para discurrir ampliamente sobre vosotros y vuestros problemas; pero como ciertamente comprendéis, no es ésta la sede ni tampoco el momento. Básteos saber que os miramos a vosotros, al gran fenómeno industrial, económico, social, moral y religioso, que en vosotros toma dimensiones tan grandes y significativas, con inmenso interés, con paternal simpatía, con particular estima y con vigilante oración; vosotros merecéis que el Papa os conozca, os observe, os acompañe con sus votos y con sus oraciones.
Ahora, decíamos, estamos aquí para celebrar en común la fiesta de San José, el cual Nos despierta, sí, a la esfera espiritual y religiosa que no nos distrae de la realidad de vuestra vida. Pues siempre es así: la religión no es una evasión de la vida real, sino que es más bien una posición a un nivel superior al profano y banal, desde donde podemos conocer y guiar mejor la vida misma y mejor valorar la experiencia, las necesidades, los deberes y los destinos.
Y viene al caso con vosotros por el parentesco profesional y social, llamémoslo así, que vosotros tenéis can San José. Podríamos decir que era de los vuestros.
Reflexionemos un instante. Celebramos la fiesta de San José, patrono de la Iglesia universal. Es una fiesta que interrumpe la meditación austera y apasionada de la Cuaresma, absorta en la penetración del misterio de la Redención y en la aplicación de la disciplina espiritual que la celebración de tal misterio lleva consigo. Es una fiesta que lleva nuestra atención a otro misterio del Señor, la Encarnación, y nos invita a volverlo a meditar en la escena pobre, suave, humanísima, la escena evangélica de la Sagrada Familia de Nazaret, en la que se realizó este otro misterio. En el humilde cuadro evangélico se nos muestra la Virgen Santísima; junto a ella está San José y entre los dos está Jesús. Nuestra mirada, nuestra devoción se detienen hoy en San José, el artesano silencioso y trabajador que dio a Cristo no el nacimiento, sino el estado civil, la condición social, la experiencia profesional, el ambiente familiar, la educación humana. Será preciso observar bien esta relación entre San José y Jesús porque nos puede hacer comprender muchas cosas de los designios de Dios, que viene a este mundo para vivir coma hombre entre los hombres, pero al mismo tiempo como su maestro y su salvador.
Es cierto, ante todo, es evidente que San José adquiere una gran importancia, pues el Hijo de Dios hecho hombre lo escoge para asumir su filiación de adopción. Jesús era llamado “Hijo del carpintero” (Mt 13, 55) y el carpintero era José. Cristo quiso tomar su calificación humana y social de este obrero, de este trabajador, que era ciertamente un hombre esforzado, pues el Evangelio lo llama “justo” (Mt 1, 19), es decir, bueno, magnífico, intachable, y que consiguientemente aparece ante nosotros con la altura del varón perfecto, del modelo de todas las virtudes, del santo. Pero hay más: la misión que San José ejerce en la escena evangélica no es solamente la de figura personalmente ejemplar e ideal; es una misión que ejerce con o, mejor, sobre Jesús; él será tenido como padre de Jesús (Lc 3, 23), será su protector, su defensor. Por esto la Iglesia, que no es otra cosa que el Cuerpo místico de Cristo, ha declarado a San José su protector y como tal hoy lo venera, y como tal lo presenta a nuestro culto, y meditación. Por eso, decíamos, hoy es la fiesta de San José, protector del Niño Jesús durante su vida terrena y protector de la Iglesia universal ahora que mira desde el cielo a todos los cristianos.
Ahora atended. San José era un trabajador. A él se le encomendó proteger a Cristo. Vosotros sois trabajadores, ¿cumpliréis esta misma misión, proteger a Cristo? El lo protegió en las circunstancias, en los avatares y en las dificultades de la historia evangélica; ¿lo protegeréis vosotros en el mundo en que estáis, en el inundo del trabajo, en el mundo industrial, en el mundo de las controversias sociales, en el mundo moderno?
Quizá no pensarais que la fiesta de San José pudiera tener conclusiones tan inesperadas y tan directamente dirigidas a vuestras cualidades personales; ni quizá esperabais que el Papa delegara en vosotros una función que parece toda suya, o al menos más suya que vuestra, defender y preocuparse por los intereses de Cristo en la sociedad contemporánea.
Pues así es. Carísimos hijos, oídlo bien. Creemos que el mundo del trabajo tiene necesidad y tiene derecho a ser penetrado, a ser regenerado por el espíritu cristiano. Este es un punto fundamental que merecería un largo discurso; pero vosotros, habiendo venido aquí, estáis ya persuadidos de ello; por lo demás, un juicio desapasionado y sincero sobre el proceso evolutivo del mundo moderno lo dice y lo confirma, o el mundo se deja penetrar por el espíritu de Cristo o será atormentado por su mismo progreso hasta las peores consecuencias, de conflictos, de locuras, de tiranías y de ruinas. Cristo es hoy más necesario que nunca; primer punto. Segundo punto, ¿quién devolverá, o mejor, quién llevará (tan profunda es la diversidad del mundo del trabajo de hoy con relación al de ayer) quien llevará a Cristo al mundo del trabajo? Estamos convencidos, como lo estaban nuestros venerados predecesores, que nadie mejor que los mismos trabajadores pueden realizar esta magna y saludable misión. Las ayudas exteriores, las condiciones de ambiente, la asistencia de maestros, etc., son ciertamente factores útiles, necesarios también, bajo ciertos aspectos; pero el coeficiente indispensable y decisivo para hacer cristianismo, es decir, para salvar al mundo del trabajo debe ser el trabajador mismo. Es preciso regenerar a este mundo, todavía tan inquieto, tan lleno de sufrimientos, tan necesitado y tan digno, en su interior, por sus recursos de energía, de ideas, de personas, en las que todavía abunda. Cristo hoy tiene necesidad, como en su infancia evangélica, de ser llevado, protegido, alimentado, promovido entre las clases trabajadoras por aquellos mismos que las componen; para decir mejor, por aquellos que en las clases trabajadoras sienten la vocación y asumen la misión de animar cristianamente las escuadras de sus colegas de trabajo y de esperanza.
También este punto se prestaría a largas demostraciones y aplicaciones. Creemos que sois lo suficientemente bravos e inteligentes como para saberlas hacer por vuestra cuenta. Vuestra experiencia es vuestra maestra; vuestra adhesión. a la Palabra de la Iglesia os ofrece guía y estímulo para este gran programa de regeneración y de vitalidad cristiana.
Lo que Nos preocupa deciros ahora, para que celebréis bien la fiesta de hoy y para que fijéis un recuerdo vivo y operante en vuestras almas es la estima que la Iglesia profesa por vuestra capacidad de defensa y de difusión del ideal cristiano; que descubráis el designio providencial. que pesa sobre vosotros y que admiramos prodigiosamente realizado en la humildad y en la fidelidad de San José: podéis y debéis ser vosotros mismos vuestros tutores, los testigos, los apóstoles de Cristo en la vida social, en el mundo del trabajo en nuestros días.
Advertimos que pedimos mucho. Sí. Es un acto de confianza que muestra deberes no fáciles y empeña en no leves esfuerzos. Pero confiamos en no pedir imposibles, ¿no es verdad, queridos hijos?
Por nuestra parte, os damos lo mejor que tenemos, nuestro afecto, nuestra palabra y nuestro ministerio, nuestro pensamiento os acompaña con particular benevolencia en vuestras fatigas diarias con una oración ferviente en la que queremos abrazar también a vuestros seres queridos, especialmente a vuestros niños, a vuestros compañeros probados por cualquier aflicción.
Y en este momento enviamos un saludo de gran cordialidad y reverenda al venerado arzobispo de Turín, el señor cardenal Maurilio Fossati, que sabemos está espiritualmente presente en este encuentro, por él tan deseado y patrocinado, aunque las condiciones de salud no le hayan permitido tomar parte en él. Le auguramos toda clase de consolaciones en su alto ministerio y el augurio se hace oración, pidiendo para él los dones del Señor que lo alegren con la correspondencia de sus hijos y con la conciencia de sus grandes méritos, conseguidos por su celo generoso. Asimismo dirigimos un pensamiento de augurio al obispo coadjutor, monseñor Esteban Tinivella, y al señor obispo auxiliar. Renovamos también nuestro deferente saludo y les damos nuestra bendición a los señores dirigentes de la F. I. A. T. y a los obreros aquí presentes.
Que la bendición apostólica selle nuestros votos y sea reflejo de la continua asistencia del Cielo sobre vosotros, sobre vuestro trabajo y sobre vuestra queridísima archidiócesis.
La bendición se extiende también, a los demás grupos, especialmente a los miembros del establecimiento Tintes Industriales Colombo, de Brescia, a los estudiantes del Instituto Técnico Comercial de Busto Arsizio y también a cada una de las personas de las distintas nacionalidades.
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