BEATIFICACIÓN DEL SACERDOTE LUIS GUANELLA
HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI
Domingo 25 de octubre de 1964
Queremos ahora saludar a cuantos se gozan con Nos por la beatificación de don Luis Guanella, al obispo de Como en primer lugar, que ve resplandecer su gran diócesis, tan querida para Nos, con tan hermosa y singular luz de santidad; con su digno y dichoso pastor se encuentran los representantes del ayuntamiento de Campodolcino, en cuyo territorio, en Franscicio, nació el beato; bello pueblecito de los Alpes, que muchas veces hemos visitado, al dirigirnos a la casa alpina de Alpe Motta, y en otra ocasión con motivo de la bendición de la gran estatua erigida a la Virgen de Europa en las faldas de las nieves alpinas, y luego en el descenso para rendir homenaje, más allá de Pianazzo, a la Virgen de Gallivaggio. Por tanto, merecen nuestro saludo los fieles, aquí presentes, de Prosto, Savogno, Traona, Gravedona, Olmo y Pianello, donde don Guanella ejerció su ministerio pastoral y comenzó su obra. Lo merecen también los salesianos de Don Bosco, que fue gran maestro y amigo del nuevo beato y, con su doctrina y ejemplo, lo ayudó a determinar su vocación de fundador. Asimismo, a las Autoridades y a los fieles de Como, Sondrio y de todo el valle de Tellina, la expresión de nuestra complacencia y de nuestros votos.
Pero en estos momentos pensamos de forma especial en las familias religiosas fundadas por don Guanella: los Siervos de la Caridad y las Hijas de Santa María de la Providencia, a quienes vemos aquí llenos de gozo, en gran número, y que son unos y otras muy conocidos también en Roma, donde prodigan admirables esfuerzos en dos parroquias y en diversas casas de asistencia. Pensamos con gozo paternal en las casas de formación de los Siervos de la Caridad, en sus colegios y en sus obras en favor de la juventud (recordamos, entre todas, el complejo de instituciones en torno a la nueva y bella iglesia de San Cayetano, que Nos consagramos en Milán); pensamos en las instituciones para anormales, para los pobres, para los ancianos, en las colonias de mar y montaña y en las lejanas Misiones, en los santuarios asistidos por los Hijos de don Guanella. Asimismo tenemos presentes en nuestro espíritu, en esta hora bendita, las innumerables instituciones de piedad, de formación y de asistencia en Italia y en el extranjero, donde las magníficas y piadosas Hijas de Santa María de la Providencia, silenciosa y asiduamente, dan espléndido testimonio de la caridad de Cristo.
¡Qué ejército de seguidores entusiasmados del Evangelio! ¡Qué población de niños, de muchachos y muchachas, de jóvenes, de trabajadores, de fieles, de desgraciados, de enfermos, de ancianos vemos en torno a don Guanella, y ahora todos con la mirada puesta en Nos! ¡Qué pueblo de caridad, qué ciudad de Cristo, qué jardín de fervor, de dolor y de amor! Os saludamos, carísimos todos; quisiéramos hablaros a cada uno, comunicamos a cada uno nuestro gozo y recoger el de todos vosotros en este día feliz; a todos os bendecimos en e1 Señor, Vosotros sois la familia de don Guanella, sois su gloria y su grandeza.
Y ahora nuestra consideración del magnífico cuadro de las obras de don Guanella parece transformarse ante nosotros en una visión, y aparece ante nosotros precisamente él, el nuevo beato don Luis Guanella, que maravillado también del círculo viviente y esplendoroso de sus hijos y beneficiados, plácida pero autorizadamente, una vez más nos recuerda, como lo hacía en sus días de vida en la tierra: “Dios es quien actúa”. Es la Divina Providencia. Todo es de Dios: las ideas, la vocación, la capacidad de actuar, el éxito, el mérito, la gloria son de Dios, no del hombre. Esta visión del bien activo y victorioso es un reflejo eficaz de la bondad divina, que ha encontrado los caminos para manifestarse y actuar entre nosotros. “Es Dios quien actúa”.
Este imaginario, pero no ilusorio coloquio, satisface en buena parte el secreto deseo que bulle en cada uno de nosotros al final de esta solemne ceremonia, el deseo de comprender. Después de haber conocido, admirado y exaltado la vida de un siervo de Dios, declarado auténtico seguidor de Cristo, surge en el alma la legítima, o más bien la obligada curiosidad por comprender cómo y por qué se ha producido el nuevo fenómeno de santidad en nuestra escena humana. Quisiéramos comprender el secreto y conocer el principio interior de esta santidad; quisiéramos reducir a un punto central de perspectiva las aventuradas vicisitudes, complicadas y febriles de la vida prodigiosa del nuevo beato, que se nos presenta digno de imitación y de culto. Es ésta una tendencia muy propia de la mentalidad moderna, cuando trata de estudiar una personalidad singular. Y no sería fácil conseguir clasificar bajo un solo aspecto la figura de don Guanella si él mismo no nos ayudase y casi nos obligase a ver en él solamente un resultado de la bondad divina, un fruto, un signo de la Divina Providencia.
Pero este acto suyo de humildad y religiosidad no nos dice de él todo; muchos otros aspectos de su vida nos ofrecerían ese punto central que nos permitiera definir en síntesis su alma y su obra; pero ahora, como despedida y recuerdo de la beatificación de don Guanella, podemos obedecer su voz resucitada: “Es Dios quien actúa”. Y si verdaderamente prestamos oídos a esta voz, que quisiera devaluar con humildad la grandeza y el mérito de su obra, asistiremos no a una devaluación, sino a una glorificación, pues podremos concluir: la obra de don Guanella, por tanto, es obra de Dios. Y si es obra de Dios, es maravillosa, es benéfica, es santa. Crece en nosotros la alegría, pero a la vez nace un problema, un grande y delicado problema, cuyo recuerdo nos perseguirá en el futuro, precisamente, al pensar en el beato que hemos elevado a los altares; el problema de la acción divina, el problema de la Providencia, en combinación con la acción humana.
¿Existe, una Providencia? ¿Cómo interviene en nuestras cosas? ¿Hemos de dejar su libre curso sin querer darles sentido para esperar a que a la postre, sus designios desconocidos para nosotros en esta vida, nos sean descubiertos en la vida futura? ¿Qué postura es preciso tener ante esta imponderable acción divina en el campo de nuestra vida de resignación pasiva y fatalista que no se preocupa de lo que Dios hace ni de lo que debemos hacer con relación a el? ¿O hemos de tomar una postura de continua referencia de nuestras acciones a la voluntad divina de forma que resulten bajo aspectos diversos, pero convergentes, de Dios y nuestras? Indudablemente, es esta segunda postura la que debamos adoptar es la postura cristiana, la postura que trata de hacer de nosotros, como dice San Pablo, “colaboradores de Dios” (1 Cor 3,9). Colaborar con Dios debería ser el programa de nuestra vida. Y es el programa de los santos,
Esto lo demuestra, entre otros, nuestro don Guanella, dejando de esta forma descubrir en su alma y en su obra las líneas directrices que las definen. Veremos la línea propiamente religiosa como línea maestra: se hace todo para interpretar, ejecutar y honrar la voluntad de Dios. Una gran piedad, una asidua oración, un esfuerzo de continua comunión con Dios sostiene toda la actividad del hombre de Dios; se diría que no piensa más que en esto. Y por ello una gran humildad empapa sus propósitos y esfuerzos; podría ser una gran tentación en quien realiza grandes empresas el creerse algo grande, autosuficiente, atribuirse el mérito de sus obras; pero el sentido religioso que las informa impide esta peligrosa insensatez e infunde en el siervo fiel otros dos movimientos espirituales que parecen contrarios entre sí y que, sin embargo, se corresponden y concuerdan; uno, el movimiento de tensión, y el otro, el de distensión. El primero, de tensión voluntaria; si estamos al servicio de Dios ningún esfuerzo nos debe constar, y esto es lo que más admiramos en el obrero del reino de Dios: la tenacidad, la energía, el coraje, el espíritu de heroísmo y sacrificio.
El segundo, de distensión confiada; si estamos al servicio de Dios, nada nos debe infundir temor; la confianza es nuestra verdadera fuerza, la certeza —hasta el peligro a veces— de que la asistencia del Señor, la Providencia, no nos faltará: esta confianza fuerte, positiva, amorosa es menos visible al observador profano, pero en el alma del santo es elemento principal de su fortaleza y de su grandeza.
Luego ya es fácil comprender cómo un alma estructurada de esta forma en su interior, se lance con formidable audacia al cumplimiento de las obras de misericordia más nuevas y más arduas; recordamos las enseñanzas del Apóstol Santiago: “Esta es la religión pura y sin mancha: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación” (St 1,27).
De la psicología religiosa, que hemos mencionado, brota la actividad prodigiosa del siervo de Dios; de la caridad que lo une a Dios se deriva la caridad que lo convierte en prodigioso benefactor de sus hermanos necesitados. El aspecto social del beato merecería aquí su verdadero panegírico; pero esto lo realizan sus hijos y sus admiradores; lo hacen sus obras con la elocuencia de los hechos y de las cifras. Nos es suficiente ahora recoger el cabo inicial de toda esta maravillosa historia de la caridad operante en misericordia, y encontrarlo anudado a su punto de partida, como a la fuente de la energía sobrenatural que todo lo invade: “Es Dios quien actúa”. ¿No es hermoso, no es estupendo?
Alabemos, pues, a Dios en su siervo el beato Luis Guanella, y pidámosle que por la intercesión de este campeón de la fe y de la caridad nos dé la gracia de imitarlo y que a todos nos bendiga.
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