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[ ES  - LA ]

CARTA DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL CARD. PAOLO MARELLA,
LEGADO PONTIFICIO EN LA EXPOSICIÓN MUNDIAL DE NUEVA YORK

 

Querido hijo, salud y bendición apostólica:

Este año se inaugurará en Nueva York una Exposición Mundial, para celebrar el tercer centenario de la Fundación de aquella floreciente e ilustre ciudad de los Estados Unidos de América. A la viva espera este acontecimiento corresponderá, sin lugar a dudas, un feliz éxito, pues se ha puesto todo el empeño acompañado del esfuerzo común, para que todas las naciones del mundo rivalicen —espectáculo verdaderamente digno de admiración— en demostrar públicamente las investigaciones, descubrimientos y realizaciones de la ciencia, de las artes y de las técnicas, en las que cada una se distingue según la especialidad de las inteligencias privilegiadas que poseen.

Es plenamente verdad, por la responsabilidad de nuestro ministerio apostólico, que estimamos grandemente los medios que consolidan y defienden el bien común; pero los aprobamos con mayor cordialidad, cuando la religión, lo más venerando y saludable, impone como una corona real a las conquistas del hombre y a su actividad provechosa. Y esto es precisamente lo que afortunadamente sucede en la circunstancia actual. Pues en la grandiosa Exposición se levanta un elemento singular, que, aunque insólito y nuevo, ha sido llevado a efecto con buenos deseos y radiante esperanza, es decir, la exposición de las actividades que desarrolla la Iglesia.

El Pabellón Vaticano, construido con gran pericia y maestría, ofrecerá a la contemplación de los visitantes la vida de Cristo, ilustrada con espléndidas obras de arte, los múltiples medios empleados para la enseñanza de la doctrina de la Iglesia, las empresas y diligencias de su caridad multiforme, su eficacia santificadora, difundida por toda la tierra, una serie de magníficas vestiduras sagradas, destinadas al culto divino, y otros muchos aspectos dignos de ser conocidos.

También se podrá admirar, en un sitio de especial relieve, la estatua de la Virgen de la Pietà, que mantiene sus rodillas a Cristo muerto; con esta escultura Miguel Ángel Buonarroti, que fácilmente superaba a cualquier otro artista, se superó a sí mismo, cuando, con arte sublime de escultor y con no menor inspiración religiosa, que le venía de lo alto, plasmó la efigie de la Virgen, que nadie que tenga sentimientos delicados puede admirar sin sentirse profundamente conmovido. Con su extraordinaria presencia esta estatua de mármol, que tanto esplendor proporciona a la Basílica Vaticana, trasladada por breve tiempo al otro lado del Océano, atraiga las miradas llenas de admiración de un gran número de personas, y grabe en el corazón una impresión viva y profunda, que permanezca luego perennemente esculpida en su recuerdo que los lleve de las realidades visibles a las invisibles, y con un lenguaje arcano, más característico del silencio, les hable de la fe cristiana, madre de heroísmos, cuna de virtudes, generosa sembradora de alegría y de belleza.

Para que la inauguración del Pabellón Vaticano en la Exposición Mundial de Nueva York tenga mayor solemnidad, hemos decidido enviar como representante nuestro a un miembro del Colegio Cardenalicio. Y después de haber considerado ponderadamente el asunto, te elegimos y nombramos, querido hijo, legado pontificio, para que presidas en nombre nuestro las ceremonias de inauguración, y como intérprete oficial de nuestro pensamiento, dirijas a los presentes palabras de elogio, de complacencia y exhortación. Por tanto, después de haber invocado el nombre y la ayuda del Señor, alabarás la magnífica realización y le desearás una fecunda, espléndida y duradera mies de éxitos laudables. Y dado que estás dotado de preclaras dotes de ingenio, erudición y cultura, no dudamos que sabrás llevar felizmente a término, según nuestro deseo, el cargo honorífico que te encomendamos.

Con este fin, para que se puedan cumplir los votos y esperanzas que formules, te impartimos la bendición apostólica, propiciadora de la ayuda celestial del Señor; y por medio tuyo la extendemos especialmente al querido cardenal Francisco Spellman, arzobispo de Nueva York, a todos aquellos que intervengan en la solemne inauguración, a las autoridades religiosas y civiles, a los magistrados y a los fieles de toda condición.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de febrero del año de 1964,  primero de nuestro pontificado.

PABLO PP. VI



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