MENSAJE DEL PAPA
PABLO VI
PARA LA CUARESMA DE 1973
Amadísimos hijos e hijas en Cristo:
La Cuaresma es tiempo de sacrificio y de penitencia; pero es también tiempo de comunión y de solidaridad. ¿Será necesario decir algo más para subrayar su importancia? Escuchemos la exhortación del profeta Isaías, que se lee en la liturgia de Cuaresma: «El ayuno que yo quiero es este: … partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne» (Is 58, 6-7; 1ª lectura del viernes después del miércoles de Ceniza). Estas exhortaciones resuenan como un eco en las preocupaciones del mundo de hoy; cada individuo está llamado a participar en los sufrimientos y en las desdichas de todos. La limosna y la entrega de sí mismo no han de ser actos aislados, ocasionales, sino expresión de la unión fraterna.
Nuestro tiempo es profundamente consciente de la necesidad de asumir una responsabilidad colectiva frente a los males que aquejan a la humanidad. Sólo dando una respuesta a esta exigencia, podrán ser superados esos males. La Cuaresma reclama la atención de los fieles contra toda forma de despilfarro, estimulándolos a unirse en un esfuerzo común. La restauración de todas las cosas en Cristo tiene una relación íntima con el espíritu de la Cuaresma. Cristo mismo nos hará ver un día la importancia de la ayuda que hayamos prestado a nuestros hermanos: «Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estaba desnudo y me vestisteis» (Mt 25, 35-36). El llamamiento que nos hace Cristo en sus miembros atañe a todo cristiano; nadie puede sustraerse a esta llamada apremiante de su Hermano divino. La experiencia demuestra que con frecuencia las comunidades cristianas más necesitadas no son las menos sensibles a las necesidades de los demás. Sí, siempre y en todo lugar encontramos a Cristo en las personas más cercanas a nosotros: este encuentro no puede dejarnos indiferentes. Uno de los signos de nuestro tiempo es la conciencia común de los males que pesan gravemente sobre la humanidad. Son muchos los obstáculos que impiden en tantas partes la promoción de la dignidad del hombre. Nos hemos dedicado diversos documentos al estudio detallado de este problema. Hoy nuestra intención es la de animar también a un compromiso y a una acción directa para solucionarlo.
En muchos Países la Cuaresma es la ocasión para lanzar iniciativas organizadas por la Iglesia, la cual pide a cada uno dar su contribución material al desarrollo integral de todos. Proporcionar los medios necesarios para este desarrollo supone un empeño importante, y Nos confiamos que tales esfuerzos serán intensificados en un espíritu de genuina solidaridad. Son indispensables grandes cantidades de dinero para llevar a cabo los diversos programas y proyectos, y la suma total requerida sólo podrá reunirse si cada uno aporta su propia contribución. A cada uno se le pide dar según sus posibilidades haciendo un auténtico esfuerzo de generosidad.
Al recordar esta exigencia durante la Cuaresma, la Iglesia quiere poner de relieve el aspecto religioso de la ayuda, porque se puede dar sin que haya una verdadera comunión, se puede contribuir sin repartir realmente, se puede uno privar de algo sin tener verdadero espíritu de pobreza. Pero el que hace un auténtico esfuerzo, el que busca genuinamente ayudar a sus hermanos, el que acepta participar en la Cruz de Cristo no corre este peligro. Si la Cuaresma está inspirada por la caridad evangélica y conduce a la actuación práctica, la asistencia material quedará asegurada. Y sobre todo, la Cuaresma debe llevar a una intensificación de la fraternidad, de la justicia, del gozo y del amor. Ella nos procurará la verdadera alegría de la Resurrección del Señor. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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