MENSAJE DEL PAPA PABLO VI
PARA LA XV JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN
POR LAS VOCACIONES
¡A todos los hermanos e hijos de la Iglesia católica!
En el clima del gozo pascual, que se abre en la esperanza llena de promesas del próximo Pentecostés, celebramos una vez más, desde hace ya quince años, la Jornada mundial de Oración por las Vocaciones.
Rogar al Señor de la mies que envíe obreros a su mies
En este período no breve, que coincide con el de nuestro pontificado, nos preguntamos: ¿cuántos "obreros de la mies" (cf. Mt 9, 37 ss.; Lc 10, 2) cuántos "obreros de la viña" (cf. Mt 20, 1 ss.) han llegado al atardecer de su jornada terrena y se han presentado al Señor para rendir cuentas de su trabajo y recibir la recompensa? ¿Cuántos otros han ocupado su puesto? Ciertamente muchos. Pero su vacío, ¿ha sido totalmente colmado? Las nuevas levas comprometidas en el sagrado ministerio ¿logran colmar en todas partes las necesidades espirituales de las poblaciones cada vez más numerosas? Y aquellos que ya trabajan en los múltiples e inmensos campos que el Señor ha confiado a su Iglesia, ¿sienten todos el amor evangélico, la valentía cristiana, el fervor apostólico necesarios para cumplir fiel, generosa y eficazmente su sublime misión?
Estas preguntas inquietantes nos hacen experimentar y sufrir nuestra poquedad frente a acontecimientos y problemas que consideramos muy grandes. Pero el Buen Pastor, cuya figura campea en la liturgia de este domingo, nos sale al encuentro y nos tiende la mano. Él conoce nuestras dificultades; ha dicho, en efecto, que "la mies es mucha, pero los obreros pocos". Por eso nos invita, más aún, nos manda: "Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 7-38). Y Él mismo nos dio ejemplo de esta plegaria, ya que, antes de elegir a los Apóstoles, pasó la noche en coloquio con el Padre (cf. Lc 6, 12-13) y al final de la última Cena elevó a Él su oración sacerdotal (cf. Jn 17).
Sí, el Señor nos ha mandado orar y nosotros oramos. Ora la Iglesia en todas partes del mundo, unida en la misma fe y en la misma invocación, elevando aún más fervorosamente en esta Jornada su súplica universal, que no se interrumpe jamás.
Esta oración debe hacernos comprender y amar más a fondo cuanto el Señor ha querido decir acerca del don enaltecedor y gozoso de la vocación. Él habló a los primeros que llamó. Les enseñó muchas cosas. Los quiso junto a sí (cf. Mc 3, 13 ss.). Los iluminó acerca de su vida y de su misión al dirigir a sus discípulos el mensaje de las bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1 ss.; Lc 6, 20 ss.), el discurso misionero (cf. Mt 10) y, en particular, el testamento sacerdotal, antes de su inmolación (cf. Jn 13; 14; 15, 16).
El don enaltecedor y gozoso de la vocación
Ahora quisiéramos preguntar sobre todo a vosotros, los jóvenes: ¿conocéis el pensamiento de Jesús al respecto? En otras palabras: ¿conocéis bien las cosas por las que rezáis? Oráis por los sacerdotes, por los religiosos, por los misioneros, pero, ¿conocéis bien las realidades misteriosas y maravillosas del sacerdocio católico, de la vida consagrada mediante los votos sagrados, de la dedicación misionera? Si no conocéis bien estas cosas, ¿cómo podréis amarlas, cómo podréis hacerlas vuestras y sentirlas como ideales de vida, a los cuales permanecer fieles por siempre?
Pues bien, el texto evangélico de hoy nos ilumina, con sus estupendas imágenes, acerca de estos dones de Dios y nos hace comprenderlos mejor.
Cuando Jesús habla del "pastor" y del "aprisco", se presenta a sí mismo, pastor bueno, y presenta a la comunidad de creyentes, esto es, su Iglesia, como aprisco abierto para acoger a toda la humanidad (cf. Jn 10 passim.; Lumen gentium, 6, 9).
Ahora bien, para comprender el sentido y el valor de la vocación, se requiere precisamente fijar la mente y el corazón en estas dos realidades: Cristo y la Iglesia. Aquí se encuentra la luz para acoger y el apoyo para perseverar en la vocación comprendida en toda su profundidad, libremente escogida, fuertemente amada.
Jesús de Nazaret, Hijo del Hombre e Hijo de Dios,
Sumo Sacerdote, Pastor y Maestro
Mirad a Cristo. Lo decimos en particular a vosotros, jóvenes, con paterno afecto y con gran confianza. Mirad a Jesús de Nazaret, Hijo del Hombre e Hijo de Dios, Sumo Sacerdote del nuevo Pueblo de Dios, Pastor eterno de su Iglesia, que ha ofrecido la vida por su rebaño, "tomando la forma de siervo..., hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 7-8). De Cristo proviene, como de un puro y divino manantial, el sacerdocio de la Nueva Alianza: tanto el común de los fieles, en virtud del sacramento del bautismo (cf. Lumen gentium, 10, 11), como el ministerial, en virtud del sacramento del orden (cf. por ejemplo, ib., 10, 21, 28); de Él proviene el don de los "consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, de pobreza y de obediencia, como fundados en las palabras y ejemplos del Señor" (ib., 43); de Él, también el mandato misionero "Id, pues; enseñad a todas las gentes" (Mt 28, 19), para llevar su verdad y su salvación al género humano "hasta la consumación del mundo" (ib., 28, 20; cf. Lumen gentium, 17). Sólo una intimidad vivida día a día con Él, en Él y por Él puede hacer nacer y acrecentarse en un corazón juvenil la voluntad de donarse irrevocablemente, sin compromisos ni debilidades, con una alegría siempre nueva y regeneradora, a las responsabilidades de ser "ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios" (cf. 1 Cor 4, 1); así como la de perseverar en los compromisos crucificadores, propios de la vocación cristiana que brota del bautismo y se desarrolla durante todo el curso de la vida. Mirad pues a Cristo siempre, para instaurar con Él un diálogo decisivo y fiel.
La Iglesia evangelizadora
Y además, mirad a la Iglesia. Es el rebaño del Señor, que Él ha reunido y que sigue guiando, como Pastor bueno y modelo de todos los Pastores. Es el aprisco que el Señor ha construido para acoger y defender su rebaño; es la familia de Dios, donde crecen sus hijos en todo tiempo y de toda nación. La Iglesia visible y espiritual, realidad histórica y misterio de fe, Iglesia de ayer, de hoy, de siempre, es la que, como ha dicho el Concilio, "sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Santo, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido" (Gaudium et spes, 3).
Para esta Iglesia, Jesús ha instituido su sacerdocio; en esta Iglesia Jesús ha suscitado la vida consagrada con la profesión de los consejos evangélicos; a esta Iglesia Jesús ha confiado la tarea formidable de la empresa misionera universal.
Llamada a los jóvenes
Así, pues, os decimos a vosotros jóvenes y a vosotros menos jóvenes: procurad conocer mejor estas realidades y estas verdades para amarlas más, para descubrir y vivir vuestra vocación, para manteneros fieles a la misma con la gracia del Señor.
Pero debemos decir también a vosotros, Pastores de almas, religiosos, religiosas, misioneros, educadores, a vosotros expertos de espiritualidad, de pedagogía y de psicología de las vocaciones: haced conocer estas realidades, enseñad estas verdades, hacedlas comprensibles, estimulantes, atrayentes, como sabía hacerlo Jesús, Maestro y Pastor. Que nadie, por culpa nuestra, ignore aquello que debe saber, para orientar, en sentido diverso y mejor, la propia vida.
Concluyamos juntos estas consideraciones dirigiendo al mismo Cristo nuestra humilde oración.
Plegaria
Iluminados y animados por tu Palabra, te pedimos, Señor, por todos aquellos que ya han seguido y ahora viven tu llamada. Por tus obispos, presbíteros y diáconos; y también por tus consagrados religiosos, hermanos y religiosas; y también por tus misioneros y por los seglares generosos que trabajan en los ministerios instituidos o reconocidos por la Santa Iglesia. ¡Sostenlos en las dificultades, confórtalos en los sufrimientos, asístelos en la soledad, protégelos en la persecución, confírmalos en la fidelidad!
Te pedimos, Señor, por aquellos que están abriendo su alma a tu llamada o se preparan ya a seguirla. Que tu Palabra los ilumine, que tu ejemplo los conquiste, que tu gracia los guíe hasta la meta de las sagradas órdenes, de los votos religiosos, del mandato misionero.
Que tu Palabra, Señor, sea para todos ellos guía y apoyo para que sepan orientar, aconsejar y sostener a los hermanos con aquella fuerza de convicción y de amor que Tú posees y que Tú sólo puedes comunicar.
Confiando en la acción de Dios, "que suscita en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito" (cf. Flp 2, 13), impartimos de corazón a todos y, en particular, a cuantos se preparan con la oración y el estudio a colaborar más directamente en el anuncio evangélico, nuestra confortadora bendición apostólica.
Vaticano, 1 de febrero de 1978, año XV de nuestro pontificado.
PAULUS PP. VI
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