DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL INSTITUTO INTERNACIONAL DE ESTUDIOS DE CLASES MEDIAS
Martes 5 de noviembre de 1963
Estimados señores:
El exceso de trabajo que nos proporciona el Concilio, no nos permite charlar con vosotros tan extensamente como hubiéramos deseado. Sin embargo, los antiguos lazos que nos ligan a vuestro Instituto y a su benemérito presidente, no nos permiten permanecer totalmente silenciosos. Nunca podremos olvidar las muestras de interés y benevolencia que os prestó, en el curso de su pontificado, nuestro venerado predecesor Pío XII. Por otra parte lo que vosotros representáis, el objeto de vuestros estudios y de vuestros congresos, bastaría para crearnos un deber, en cierto sentido, y no negaros las palabras de exhortación y aliento que demandáis.
Sois portadores de deseos, de temores, de preocupaciones de un importante grupo social de muchas naciones de la Europa occidental: las clases medias. Vuestro Instituto, con sus sesenta años de experiencia —que acabáis de celebrar últimamente— continúa en silencio un trabajo considerable y muchas veces árido de legislación comparada; afronta los problemas planteados en los distintos países por el desarrollo de las economías regionales, por la productividad... Y en todo esto, como nos escribía vuestro presidente, mira “por la defensa del hombre contra las ideologías y por la afirmación de un verdadero humanismo”. El tema más particular que os ocupa en vuestro Congreso de Roma. es la investigación de los elementos que permitirían llegar, al trabajador independiente, a un estatuto social “compatible —como también decía vuestro presidente— con la dignidad de la persona humana, con las exigencias del progreso económico y de la justicia social”.
Verdadero humanismo, dignidad de la persona, justicia social, son expresiones que aparecen con frecuencia en la enseñanza que la Iglesia ofrece a los hombres de nuestro tiempo; es decir, ella no puede quedar indiferente a las cuestiones que os ocupan y que —por sus aspectos familiares y sociales principalmente— tocan muy de cerca el orden moral y el espiritual, de los que es depositaria. Sobre todo no podría quedar indiferente ante el espíritu que os anima. Nuestro predecesor Pío XII os felicitaba por ser en la sociedad, por las virtudes propias de vuestro medio, “un elemento de moderación y de equilibrio”, un “factor de salud moral”. Pero para mejor asegurar la eficacia de vuestra acción, os invitaba a guiar resueltamente vuestras reflexiones y vuestros trabajos “de acuerdo con las máximas de la sabiduría enseñada por el Evangelio£, que sabe ver “en el olvido de uno mismo, en la renuncia y en el sacrificio— camino austero, pero trazado por el mismo Dios— el único medio de hacer reinar, dentro de lo posible en este mundo, la fraternidad y la alegría" (L’Osservatore Romano, 26 de octubre de 1956).
Nos no lo diríamos mejor. ¡Que el interés de vivir el Evangelio anime cada vez con más vigor el ambiente que aquí representáis! Este es nuestro deseo y el objeto de nuestra oración. Será el medio seguro para atraer sobre vuestras actividades, apreciados señores, las gracias que les den fecundidad; en prenda de las cuales, de corazón os concedemos a vosotros y a vuestras familias, y a todos los que aquí representáis, nuestra paternal bendición apostólica.
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