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ALOCUCIÓN DEL PAPA PABLO VI
DURANTE SU VISITA A LOS COLEGIOS CANADIENSE Y HOLANDÉS


Jueves 14 de noviembre de 1963

 

Venerables hermanos y queridos hijos del Canadá:

Hemos aceptado con amable simpatía la sugerencia de nuestros apreciados cardenales, los arzobispos de Montreal y Toronto, muy de acuerdo con nuestras intenciones, y henos aquí en medio de vosotros, dichosos en este contacto directo con vuestro colegio y, por medio de él, con vuestra noble patria, que lo sabéis, no nos es desconocida.

En efecto, la Providencia permitió que pudiéramos —no nos atrevemos a decir verla en detalle— al menos adivinarla, en el curso de un viaje demasiado rápido, en verdad, para satisfacer los anhelos de nuestro corazón; suficiente, sin embargo, para poder palpar la magnífica vitalidad del catolicismo canadiense.

Lo que pudimos advertir, a través de la vida religiosa de vuestros santuarios, de sus instituciones tan variadas de educación, de caridad, de asistencia, vuestras congregaciones religiosas florecientes y misioneras, y más aún por el espectáculo de vuestra vida de familia, de vuestro clima social; todo, lo decíamos este verano en nuestro radiomensaje a vuestra nación, nos ha dejado una impresión de inolvidables recuerdos.

Y también en Roma, en el cargo que ejercimos en la Secretaría de Estado en tiempos del Papa Pío XII, en especial durante la segunda guerra mundial, ¡cuántas ocasiones se nos ofrecieron para admirar la generosidad de Canadá y su cortesía para con la Santa Sede!

El que era entonces celoso rector de este colegio podría también testimoniarlo con diferentes pruebas, el que tantas veces fue el instrumento providencial de la “caridad papal”, como vosotros decís, y el intérprete de los sentimientos de la jerarquía y de los católicos canadienses ante la sede de Pedro.

Todas estas tradiciones de fe, de generosidad, de fidelidad a la Sede Apostólica, todo el esfuerzo actual del catolicismo canadiense en los campos intelectual, social, educacional, ¡qué gloria, queridos hijos, qué riqueza, qué vigor para vuestra patria! ¡Qué patrimonio también, que debéis defender y conservar, y sobre todo arraigar, desarrollar y hacer fructificar!

Vosotros, vosotros en especial, miembros del clero canadiense, seréis los artífices de este desarrollo. Después de haber sentido latir aquí en Roma el corazón de la Iglesia, después de haber sido los testigos privilegiados de uno de los acontecimientos más grandes que puedan darse en la historia de la Iglesia, el Concilio Ecuménico, podréis seguir mejor la dirección de vuestros obispos, ser buenos instrumentos del reino de Dios en vuestro país.

Estos votos y esperanzas encuentran confirmación espléndida en este colegio, que ahora tenemos la dicha de visitar. Pues si vuestra adhesión a la sede de Pedro es la fuente de vuestra fidelidad a la Iglesia y de la vitalidad sobrenatural de vuestro espíritu católico, vuestro colegio romano es el índice de esta adhesión; el índice no sólo oficial y externo, sino vivo e interior, pues demuestra, por los sacrificios que el mantenimiento de esta institución os exige, por las relaciones que fomenta, por la comunión de ideas y de acción que engendra, que el Canadá católico vive y realiza el misterio de la unidad de la Iglesia, y por su presencia, tan cercana al Vicario de Cristo, extrae de aquí la savia más fecunda de su juventud espiritual y de su capacidad de expansión apostólica y misionera.

Por esta razón felicitamos cordialmente a este colegio con motivo del aniversario, que hoy celebramos, de su providencial fundación y de su fecunda actividad, y le manifestamos nuestros mejores deseos a él, y ante todo a los cardenales, arzobispos y obispos, a su digno rector, a todos sus superiores y a lodos los alumnos de ayer, de hoy y de mañana.

Finalmente, pensamos en esas almas selectas que el Canadá ha dado a la Iglesia, muchas de las cuales han sido ya elevadas al honor de los altares por nuestros predecesores. Que sean vuestros protectores y vuestros modelos, y obtengan para vuestro futuro apostolado la gracia que Nos invocamos de corazón para todos vosotros, y en prueba de las cuales os concedemos una extensa y paternal bendición apostólica.

(En inglés)

Recordamos con placer y gratitud, venerables hermanos y queridos hijos, nuestra visita a vuestro extenso país. En aquella ocasión pudimos ver y admirar, como vemos y admiramos aquí hoy, el grato espectáculo de la unidad y hermandad que existe entre vosotros, entre las dos grandes razas y lenguas, así como entre los diferentes ritos representados en Canadá.

Manifestando nuestra felicitación paternal por esta digna unión y concordia, os exhortamos a conservarla siempre y estrecharla, a dar inclusive mayor testimonio de dos notas en particular de la verdadera Iglesia: su unidad y su catolicidad.

Vuestra unidad fraternal será sostenida por este colegio pontificio en el corazón de la Roma apostólica, y nos regocijamos con vosotros al cumplirse los setenta y cinco años de su servicio a Canadá y a la Iglesia, orando para que Dios otorgue a sus directores y estudiantes sus gracias y favores en los años venideros,

Y como nota de nuestro particular afecto, os impartimos cordialmente a vosotros, a vuestro clero, religiosos y a todos los fieles de Canadá, nuestra especial bendición apostólica.

 * * *

A Colegio holandés

Venerables hermanos y queridos hijos:

Después de habernos dirigido por radio estos últimos días a vuestros compatriotas de los Países Bajos, sentimos una gran alegría viniendo a visitar personalmente el colegio pontificio holandés.

Agradecemos la ocasión que se nos ofrece para repetiros cuánto amamos a nuestros queridos hijos de los Países Bajos y cómo alentamos y bendecimos el magnífico desarrollo religioso de vuestro noble país. Hace poco celebrabais la festividad de San Willibrordo, el gran obispo misionero, de quien todos vosotros sois hijos espirituales. ¡Qué magnífico ejemplo el de este prelado, plenamente entregado al evangelio, cuya vida está íntimamente ligada a la predicación de la buena nueva del reino de Dios y tantas comunidades cristianas florecientes suscitó a su paso!

Sed sus dignos herederos, siguiendo la gran línea de los obispos y sacerdotes de los Países Bajos, a los que el celo de Dios los impulsa a anunciar el Evangelio más allá de sus fronteras de este bello país. En esta hora tan importante en que la Iglesia reunida en Concilio estudia los medios mejores para anunciar hoy el mensaje de Cristo al mundo que lo espera, es consolador para el Padre común pensar que hay jóvenes seminaristas que se preparan, a la sombra de San Pedro, para ser mañana sus mensajeros celosos y generosos.

Continuad, queridos hijos, bajo la sabia dirección de vuestros obispos y de vuestros profesores, adquiriendo esta indispensable formación humana y cristiana, tan extensa como profunda, que se le exige a los apóstoles de Cristo. El Concilio os permite hacerlo con espíritu plenamente católico, ¡aprovechad esta gracia!

Y mañana, cuando volváis a vuestro país, enriquecidos por estos años romanos de intensa labor y oración, podréis ampliamente predicar lo que aquí habéis adquirido. Lo haréis en el seno de comunidades cristianas sólidamente organizadas, donde, bajo la dirección de la jerarquía, sacerdotes y fieles trabajan a una para mejor dar a conocer a Cristo. Hay una característica de vuestro país que nos place destacar para felicitaros: sólida organización, espíritu ecuménico, esfuerzo misionero, laicado activo, utilización oportuna de las técnicas audiovisuales: la Tijd Maasbode y la Katholieke Radio Omroep, en particular, poderosos instrumentos para la extensión del mensaje cristiano.

Mañana participaréis en el apostolado misionero en vuestro país y, también nos place pensarlo, fuera de sus fronteras. Aprovechad, pues, al máximo los años que el Señor os concede en el corazón de la cristiandad. Nuestra bendición os acompaña en vuestra vida de trabajo y oración. También la concedemos, extensa y afectuosa, a nuestros hermanos en el episcopado, ante todo a nuestro querido y venerado cardenal Alfrink, celoso arzobispo de Utrecht. Que esta bendición, venerados hermanos y queridos hijos, sea prenda de las gracias divinas que invocamos para vosotros y para todos los seres queridos de vuestro país.

 


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