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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LA JUNTA CENTRAL DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA
Y AL COMITÉ PERMANENTE DE LOS CONGRESOS INTERNACIONALES DEL APOSTOLADO SEGLAR

Sábado 7 de diciembre de 1963

 

Nos sentimos llenos de alegría al recibir, por primera vez desde que la Providencia nos ha llamado al ministerio apostólico, a la Junta Central de la Acción Católica Italiana, y agradecemos el regalo, sagrado, precioso y simbólico que nos hace, una bella estola artísticamente recamada, que nos recuerda con precisión —y filialmente nos estimula— el ejercicio de nuestras funciones sacerdotales y pastorales. Os damos las gracias de corazón, y queremos prestar a este homenaje devoto y cordial su profundo significado espiritual y su gran valor expresivo y representativo.

Pero nuestra gratitud se refiere principalmente a vuestra presencia, a la que debemos reconocer sentido y valor, dignos uno y otro de nuestra profunda estima. Representáis a esa Acción Católica que nuestros venerados predecesores desde hace algunos decenios, y Nos mismo en recientes y repetidas ocasiones, hemos hecho objeto de muchas reflexiones, de muchos comentarios y de grandes alientos. Sois centro de continuo interés para la Iglesia, y la Santa Sede en particular. El magisterio de los Pontífices y de los obispos ha dirigido a vuestra organización y a vuestras actividades reiteradas y manifiestas expresiones, indicando, promoviendo y recomendando la gran importancia que esta posición viene representando en la vida de la Iglesia.

¿Cuál es esta posición? Vosotros mismos lo decís a cada instante: somos seglares, de todas las clases y edades, hombres y mujeres que queremos ponernos al lado del ministerio jerárquico de la Iglesia, para ser, en primer lugar, los hijos más diligentes en escuchar sus palabras, recibir sus cuidados y su formación, y estar al tanto de sus penas y de sus esperanzas, y ser luego los más fieles, los más generosos y los más activos en acrecentar y extender la eficacia de su acción apostólica. Es decir, sois el laicado, que comprende la constitución efectiva de la Iglesia, la acepta, la aprecia, la sirve y la vive.

¿Podríamos quedar indiferentes ante semejante fenómeno de vitalidad católica? ¿Podríamos olvidar que se trata del epílogo de una tradición, ya secular, que registra el magnífico despertar de la conciencia cristiana en el seno de nuestro pueblo, la espontánea y valiente elección por parte de algunos pioneros de ciertos deberes acuciantes y comprometidos en defensa de nuestro patrimonio religioso y moral, el esfuerzo por transformar a los miembros de la Iglesia católica de sujetos, con demasiada frecuencia, pasivos, en sujetos activos; de inertes e insensibles, en conscientes y laboriosos; de fieles de nombre, en fieles de hecho? No podemos pasar por alto la belleza ideal de un movimiento que resulta de la armónica convergencia entre espontaneidad, libertad, generosidad, entregada de continuo a sus más nobles y plenas expresiones, por medio de la obediencia más filial y más segura, de la disciplina más orgánica y perseverante, con un sentido comunitario convencido y enraizado en el misterio mismo del cuerpo místico.

Vosotros, seglares de acción católica, sois exponentes calificados de ese proceso de desarrollo interior de la vida de la Iglesia, que pretende regenerar la comunidad cristiana, a la que tantas circunstancias de la vida moderna van disociándola, y trata de rehacer una verdadera sociedad concreta y espiritual, tanto en la composición de sus miembros vivos por la fe y por la gracia como en la cohesión orgánica de sus hijos y hermanos, aunando en una caridad efectiva, y en su eficacia logradora de virtudes humanas y cristianas empeñadas no sólo en la perfección personal, sino también en el buen ejemplo, en el testimonio, en el servicio al prójimo y en la animación cristiana de la sociedad.

Este es el motivo, queridos hijos, de que pongamos nuestras complacencias en vosotros, nuestra confianza y nuestra esperanza. Queremos alentar vuestra fidelidad, vuestras actividades y vuestros esfuerzos. Queremos reconocer una verdadera exigencia moral en esa fórmula de vida asociada y activa que vosotros representáis; hoy día no puede concebirse ni conseguirse una plena eficacia pastoral sin la Acción Católica, tanto en su expresión primigenia, diocesana y parroquial, como en la de sus ramas especializadas y orientadas al apostolado del ambiente. Es deber de los pastores instituirla, sostenerla, formarla y convertirla, de carga y esfuerzo que inicialmente supone, en un sistema de una más ordenada y eficaz irradiación pastoral. ¡A esto precisamente tiende la organización!

Es una invitación, persistente invitación, a los católicos de buena voluntad. No culparemos a los que no la escuchen, si en todo son fieles a una auténtica vida cristiana, y miraremos siempre con el mismo afecto a cuantos busquen su perfección y el desarrollo de su apostolado en otras asociaciones religiosas reconocidas por la Iglesia, tan amplia y maternal al admitir esa multitud de caminos del bien y de la piedad. Pero estaremos agradecidos a aquellos hijos de nuestro laicado que reconozcan en la Acción Católica la vía maestra para profesar adhesión a la Iglesia, para llenarse, con la plenitud de su significado comprometedor, del “sensus Ecclesiae”, y ofrecerle un testimonio y una colaboración que tiende de suyo a excluir toda ambigüedad, toda intermitencia e incluso toda limitación.

Es una invitación que hacemos nuestra, en esta vigilia de la fiesta de la Inmaculada, bajo cuyo manto maternal reanuda su vida anual nuestra Acción Católica Italiana. Y se la dirigimos a nuestro mejor laicado: venid a asociaros a las filas compactas de esta gran escuadra de cristianos ejemplarmente convencidos y militantes. La dirigimos especialmente a aquellos hijos nuestros que ambicionan la madurez del laicado católico. Encontrarán esta madurez en las grandes ideas que vive la Acción Católica, en la profundidad de sus raíces doctrinales, en la extensión de los horizontes que abarca su mirada, en la ofrenda que exige un compromiso personal, con docilidad infantil, y con generosidad de soldado, en la elasticidad de sus métodos e iniciativas, en la cordialidad de su amistad, en la genuinidad de sus expresiones religiosas. Que no sea obstáculo el aparato organizativo, también él tiene su razón de ser, y su valor moral y social, pero no puede tener razón de fin. Que los limites que circunscriben la competencia de la Acción Católica en un campo específico de interés y de acción no infundan el temor de entrar en un ambiente cerrado y privado de transmisión de ideas y experiencias, pues la participación en la Acción Católica exigirá mirar horizontes amplios, problemas complejos, fenómenos variados, y la formación de la Acción Católica borrará precisamente los ánimos, las concepciones restringidas y usuales de las cosas y fomentará el deseo de estudiarlo todo, de amarlo todo, de servir y salvar todo.

Es una invitación afectuosa y un poco emocionada, que brota de nuestro corazón a la vista de las necesidades actuales de la Iglesia y de nuestra sociedad. Es una invitación acuciante, porque advertimos los peligros que se ciernen sobre nuestra fe y nuestra civilización. Y también es una invitación gozosa por las grandes posibilidades de bien que se abren, en todos los sectores de la vida moderna, a los hombres que quieren trabajar en equipo, con programas logrados e ideales dignos de interés y sacrificio,

No os decimos nada de las cuestiones particulares que ahora ocupan a vuestra grande y compleja organización; es posible que nos ofrezcáis ocasión para reanudar el diálogo sobre muchos otros temas vuestros. Lo haremos gustoso, pues es mucha nuestra confianza en vuestras actividades y grande el deseo de sostenerlas y promoverlas.

Por ahora basten estas breves y sencillas palabras, que en cierto aspecto creemos fundamentales. Sea extensivo nuestro agradecimiento a la obra realizada y nuestro aliento a la que proyectáis, mereciéndoos a todos vosotros y a cuantos dirigís, asistís y representáis nuestra bendición apostólica, prenda segura de la divina.

 

Al Consejo Director del Comité Permanente de los Congresos Internacionales del Apostolado Seglar

(En francés)

Nos sentimos obligados a dirigiros algunas palabras de saludo y aliento, queridos hijos, miembros del Consejo Director del Comité Permanente de los Congresos Internacionales del Apostolado Seglar, y daros las gracias, en nombre de la Iglesia, por el precioso trabajo que realizáis a su servicio.

Hemos venido siguiendo desde su nacimiento a vuestro Comité y tenemos plena conciencia de su importancia y de su papel, sobre todo en esta época excepcional de la vida de la Iglesia. Pues vosotros, en este momento en que tantos seglares descubren o comprenden mejor su vocación, estáis encargados de estimularlos al apostolado, y asimismo escoger, con el acuerdo de la jerarquía, las ideas, directrices para mejor ejercer este apostolado; vosotros, finalmente, habréis de coordinar los esfuerzos para evitar que preciadas reservas de generosidad sean útiles o no tengan toda la eficacia que sería posible y deseable.

Por esta razón habéis organizado dos Congresos de Apostolado Seglar, que han obtenido un gran éxito, a uno de los cuales tuvimos el gusto, como arzobispo de Milán, de aportar nuestro testimonio y nuestro aliento. Gustosos elevaremos plegarias por la preparación de vuestro tercer Congreso, llamado, sin duda, a la luz del Concilio Ecuménico, a una mayor resonancia que los anteriores.

Sabemos lo que representa esa labor, y las virtudes que supone, fe profunda e ilustrada, que os hace sensibles a la llamada que Dios hace a los seglares, hoy, en la Iglesia; una perseverancia incansable que os haga superar los obstáculos que toda empresa de este género encuentra, y, finalmente, siempre y para con todos una gran caridad.

Que Dios os ayude en vuestros trabajos con la abundancia de sus gracias; se lo pedimos de todo corazón, al paso que os concedemos, en prenda de nuestra benevolencia, una paternal bendición apostólica.

 


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