DISCURSO DEL PAPA PAOLO VI
AL NUEVO EMBAJADOR DE ECUADOR*
Lunes 20 de diciembre de 1965
Señor Embajador:
Al recibir de vuestras manos las Cartas Credenciales que os acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de El Ecuador ante la Santa Sede, hemos escuchado de vuestros labios las palabras tan amables con que habeis querido acompañar esta ceremonia. Os las agradecemos de todo corazón.
Habéis recordado Nuestro viaje a las Naciones Unidas relevando los ideales de paz y fraternidad que le dieron origine y vida. Son, efectivamente, éstos los sentimientos que animan las relaciones de la Iglesia con los pueblos: ella de este modo no hace sino cumplir con la misión confiada por Cristo a los Apóstoles y sus sucesores de distribuir entre los hombres el mensaje de solidaridad y amor contenido en el Evangelio.
¡Cuánto Nos alegra asomarNos con el pensamiento en estos momentos a vuestro hermoso país! Contemplamos con admiración sus raras bellezas, sus cumbres nevadas, cuanto de fascinación el Creador ha sembrado en sus mesetas andinas, en su suelo fértil, en sus ríos alborotados. Pero sobre todo, lo que suscita Nuestro respeto y alabanza es su historia cargada con las glorias que en breve síntesis acabáis de enumerar tan acertadamente. Si en el pasado del Ecuador hay momentos de lucha, de zozobra, de tensión, los frutos que en el campo de la cultura, de las artes, y en especial de la virtud cristiana - con heroísmos recogidos por la Iglesia en el Album de los Santos - tienen por fuerza que esconder valores espirituales cuyo cultivo ulterior se confía a los hombres de hoy y de mañana en proyección esperanzada de nuevas cosechas.
Nos place de modo particular recordar las realizaciones que la Jerarquía Eclesiástica, con la colaboración del laicado católico, lleva a cabo en servicio del país ya en el campo de la educación ya en el de las instituciones sociales en favor sobre todo de las clases más necesitadas: al venerable Episcopado, con el benemérito Señor Cardenal De la Torre, y a los apóstoles seglares es justo vaya por ello el reconocimiento y aliento.
Os deseamos una feliz permanencia en el cumplimiento de la elevada misión que se os ha confiado: estamos seguros de que las dotes eximias que honran a vuestra persona, lo mismo que la exquisita preparación y experiencia acumulada en el ejercicio de anteriores mansiones en la docencia, en la administración pública, en la representación de los intereses del país en campo internacional, tendrán una nueva y brillante ejecutoria contribuyendo a estrechar más y más las cordiales relaciones que al Ecuador unen con la Santa Sede. Contad con Nuestra benevolencia para ello.
Finalmente os rogamos trasmitir Nuestro saludo a la Excelentísima Junta de Gobierno, junto con los fervientes votos que formulamos por la grandeza de vuestra Nación. Al querido pueblo Ecuatoriano con sus Autoridades, en particular a Vuestra Excelencia, va Nuestra Rendición Apostólica.
*AAS 58 (1965), p.77-78.
Insegnamenti di Paolo VI, vol. III, p.784-785.
L'Osservatore Romano 20-21.12.1965, p.1.
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