PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A BOGOTÁ
DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
EN LA RESIDENCIA DEL JEFE DEL ESTADO*
Viernes 23 de agosto de 1968
Señor Presidente:
Agradecemos profundamente el recibimiento tan cortés que Nos dispensa, que está en consonancia con su cordialidad, refleja las relaciones felizmente existentes entre Colombia y la Santa Sede y pone también de relieve los sentimientos y la trayectoria religiosa de su nobilísima Nación.
Tantos nombres y fechas, vinculados a la gloriosa historia patria, evocan la presencia operante de la Iglesia que tiene carta de ciudadanía en este querido País desde los albores del descubrimiento del Nuevo Mundo, -cuando España y Portugal comenzaban a dejar las huellas cristianas de su histórica empresa en este Continente-, desde los días de San Luis Beltrán, el evangelizador infatigable, y de San Pedro Claver, el apóstol de Cartagena. El mismo nombre de Santa Fe de Bogotá, convergencia de unificación territorial, ¿no indica que un pueblo comenzaba a surgir unificado también por la fe? El Templo de la Vera Cruz, Panteón Nacional donde reposan las cenizas de los próceres de la independencia, ese otro de la Villa del Rosario, donde se firmó la Constitución de la Gran Colombia, ¿no son un testimonio de que la Iglesia tuvo una parte preponderante en la formación y en las gestas del espíritu nacional? ¿Cómo no recordar el influjo que ella, a través de sus parroquias, universidades, escuelas y obras de asistencia, ha ejercido y ejerce en la vida y en la elevación moral de Colombia?
La Iglesia que formó ciudadanos de probidad lineal, de sólidas virtudes personales y cívicas, continúa en actitud de servicio: ofreciendo una fe vital, unas verdades objetivas, unas normas morales que enaltecen al hombre y a la sociedad; templan caracteres rectos y fuertes; tutelan los derechos intangibles y universales de la libertad y de la justicia; despiertan la conciencia para actuar sin indiferentismos en la honestidad; hacen más operante la responsabilidad de cada uno; dan a los urgentes problemas sociales claras orientaciones y vigorosos postulados para su solución equitativa; mantienen y consolidan, en el mutuo respeto de los individuos y de las familias, la convivencia dentro de las fronteras patrias y la proyectan al concierto armonioso y constructivo de los Pueblos.
Deseamos y pedimos a Dios para la hermosa Colombia de límpidas tradiciones que los principios ético-religiosos sigan influyendo, con la decidida y valiente colaboración de mentes y de voluntades, en el ámbito personal y social; que sigan orientando e impulsando a cuantos —como Vuestra Excelencia— viven y se esfuerzan con las miras puestas en una Colombia más próspera y segura, más justa en sus industrias y en sus campos, más empeñada en la ulterior promoción espiritual y material de todas sus categorías.
Con estos ardientes anhelos nos complacemos en otorgar a Vuestra Excelencia y a las personalidades aquí presentes la Bendición Apostólica que extendemos a todos los amadísimos Colombianos.
*AAS 60 (1968), p.618-619.
Insegnamenti di Paolo VI, vol. VI, p.369-371.
L’Attività della Santa Sede 1968 p.714-715.
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