DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL CANCILLER DE LA REPÚBLICA FEDERAL
DE ALEMANIA, S.E. KURT GEORG KIESINGER*
Sábado 3 de febrero de 1968
¡Excelencia! ¡Distinguido Señor Canciller!
Constituye para Nos un honor y una alegría poder acogerle hoy en el Vaticano junto con las personalidades de su séquito y al Señor Embajador de Alemania ante la Santa Sede y a sus colaboradores, y además de poder dirigirles una cordial palabra de saludo.
Su visita actual es una manifestación elocuente de la buena armonía que existe entre la Santa Sede y la República Federal de Alemania, según el Concordato y los acuerdos especiales realizados con cada una de las regiones federales.
Nos hemos seguido con admiración el impulso de la nación alemana que con su laboriosidad y habilidad no solamente ha vuelto a conquistar un nivel de distinción y bienestar y ha reconquistado un puesto de honor entre los demás países, sino que ha prestado además generosa asistencia a los países en vías de desarrollo.
Iglesia y Estado, dos instituciones autónomas, la primera de origen divino, la segunda basada en el derecho natural, están en relación de mutua correspondencia y deben sostenerse mutuamente en el cumplimiento de las tareas que les ha asignado Dios. La historia tormentosa de su país, demuestra sin equívocos que toda vez que esta norma fue observada se produjeron beneficios efectivos para el país y sus habitantes. Iglesia y Estado en pacífica coexistencia y colaboración: tal es el mensaje que nos ha transmitido el magnífico mosaico milenario que se encuentra en el Triclinium de la Basílica Lateranense, aquí en la ciudad Eterna.
Nos deseamos expresar, señor Canciller, una segunda consideración, a saber, el mantenimiento de la paz mundial. Nos da profunda satisfacción el fervor con que entre otros países, también su Gobierno ha adherido a Nuestra propuesta para una Jornada mundial de la Paz. Bien sabemos que el pueblo alemán trata de alcanzar sus legítimos objetivos a través de medios pacíficos, renunciando deliberadamente a toda forma de política de fuerza. Y la Santa Sede siempre ha respetado los derechos y los legítimos intereses alemanes y ha recorrido el camino de la paz y de la reconciliación de los pueblos.
Para todos nosotros está fuera de duda que no existe una paz verdadera, durable, digna del hombre, si no se basa en la roca inconmovible de la eterna ley moral que Dios Creador ha grabado indeleblemente en el corazón de los hombres.
Que el pueblo alemán, que tanto Nos estimamos, pueda alcanzar siempre, según sus mejores tradiciones, la fuente inagotable de la verdadera prosperidad y del progreso real, para realizar los inmutables principios de la verdad, de la justicia, del amor y de la libertad.
Con estos deseos, que provienen de Nuestro corazón, Nos le rogamos, excelentísimo Canciller, que transmita al Señor Presidente Federal Nuestro deferente saludo. Al mismo tiempo Nos imploramos la constante protección y bendición de Dios para el pacífico y feliz progreso de todo el pueblo alemán.
*ORe (Buenos Aires), año XVIII, n° 789, p.4.
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