DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA FEDERAL ALEMANA
ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 16 de junio de 1969
Excelentísimo Señor Embajador,
En su primera visita oficial al Vaticano, como Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Federal de Alemania ante la Santa Sede, le ofrecemos nuestro cordial saludo. Y le damos gracias por las amables palabras que usted acaba de dirigirnos. Con la solemne presentación de sus cartas credenciales usted ha corroborado la buena inteligencia que existe desde hace muchos años entre la Santa Sede y el Gobierno federal de Alemania.
Sabemos bien que en tiempos pasados Su Excelencia ha ocupado puestos oficiales de mucha responsabilidad y sabemos también con cuanto acierto usted ha sabido cumplir las tareas que le han sido confiadas. Por esto nos permitimos contar con su preciosa colaboración a favor de nuestros esfuerzos por la paz del mundo.
Desde el principio de nuestro Pontificado luchamos incansablemente para indicar a los gobiernos y a los pueblos de nuestro tiempo revuelto, las únicas bases posibles de una paz duradera y digna del hombre: el reconocimiento de la verdad, la afirmación de la justicia y la realización del amor. A este deseo ardiente del tiempo actual se encaminaron y se encaminan los diferentes viajes que hemos emprendido hasta ahora.
El pueblo alemán, excelentísimo Señor Embajador, ha captado bien el imperativo de la hora y ha contribuido de manera importante a la pacificación del mundo por medio de sus acciones de ayuda, dignas de un corazón superior, en bien de los pueblos subdesarrollados. Este hecho asegura al pueblo alemán la merecida admiración y reconocimiento de cuantos juzgan de forma desapasionada. Pues la necesidad económica y la injusticia social pública han sido siempre focos de crisis que amenazan seriamente la paz de los pueblos.
Como usted mismo acaba de indicar, también su patria alemana debe enfrentarse con diversos problemas serios. Nosotros seguimos con despierto interés todos los esfuerzos que se están realizando en favor de una solución justa de todas las dificultades presentes y por ello mismo a favor de una estabilización de la paz interna. Nosotros seguimos con nuestras oraciones esta actividad en el campo político y social, pues la misma historia tan movida de su patria, no hace otra cosa que confirmar con excesiva claridad la verdad de la palabra bíblica: « Si Yahvé no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen» (Sal 126,1). Por esta misma razón saludamos también y fomentamos el movimiento ecuménico de la forma como se ha expuesto en el documento del Concilio sobre el Ecumenismo. Pues en un pueblo religiosamente dividido, él representa una base firme para el auténtico progreso y la unidad interior.
Excelentísimo Señor Embajador, hoy usted se hace cargo de la sucesión de un Embajador de gran talento y a quien Nosotros estimábamos mucho. Puede usted estar seguro de que vamos a poner en usted la misma confianza e idéntica estima, que tuvimos en él.
Le agradecemos con todo el afecto los buenos deseos, que nos ha hecho llegar por encargo de Su Excelencia el Señor Presidente de Alemania Federal, y le rogamos cortésmente hacerle llegar los nuestros.
Excelencia: El Concilio Vaticano Segundo llamó a todos los laicos, y sobre todo a aquellos que están revestidos de cargos importantes para el bien común, a luchar fuertemente en defensa de los bienes esenciales lo mismo en la vida pública que en la privada. Esto nos lleva a expresar el deseo de que usted, también en su nuevo círculo de actividades, se dedique con éxito a servir estos ideales con sus mejores fuerzas. Para ello, y como señal de nuestra particular benevolencia, le impartimos a usted y a sus colaboradores la Bendición Apostólica.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.25, p.4.
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