DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE IRAK
ANTE LA SANTA SEDE
Jueves 12 de agosto de 1971
Señor Embajador:
Nos complace esta mañana recibir las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Irak ante la Santa Sede. Y al darle a Usted la bienvenida, se la damos al Enviado oficial de su gobierno y al Representante de su pueblo.
El pueblo iraquí nos es querido por muchas razones, y el papel que ha desempeñado su patria en la historia del mundo es considerable. Entre las muchas facetas de su historia, nos complace subrayar con admiración la de ser el origen de aquel que se convertiría en el honrado y reverenciado patriarca de tres grandes religiones.
Estamos agradecido a los saludos de su Presidente y a los buenos deseos que él ha tenido la bondad de manifestarnos, no sólo con relación a nuestra misma persona, sino también interesándose por el buen estado de la Iglesia Católica. En el Irak, la Iglesia Católica no es una extraña, y nosotros pensamos que ella podrá gozar siempre de aquella libertad que le es necesaria para cumplir con su misión religiosa y para practicar sus servicios en los campos de la asistencia y de la educación. La Iglesia además busca poder colaborar en los sectores que ha mencionado Su Excelencia: a saber, en la libertad, la prosperidad y la dignidad del pueblo del Irak. El objetivo constante de nuestro pontificado ha sido el de promover el desarrollo de los pueblos, fomentando de esta forma una auténtica y duradera paz entre las familias de la tierra.
Le estamos también agradecido por sus amables palabras ensalzando nuestra obra de ayuda a todos los hombres. Este aspecto del universalismo ha merecido, en realidad, nuestra especial atención; recientemente hemos hablado a favor de las víctimas de las situaciones de injusticia, entre las cuales "hay que contar a aquellos que son objeto de discriminaciones, de derecho o de hecho, por razón de su raza, su origen, su color, su cultura, su sexo o su religión" (Octogesima Adveniens, 16). Usted puede estar seguro de nuestros deseos de trabajar por la justicia, por la libertad y por la paz en todo el mundo, y en particular de nuestra predilección por los que sufren necesidad, por los enfermos y por los oprimidos.
Confiamos que su misión le resultará agradable y provechosa y redundará en honor de su patria; para conseguirlo le prometemos nuestra más sincera colaboración.
Nos permitimos rogarle que se haga intérprete de nuestros respetuosos saludos ante el Presidente del Irak y que confirme a su pueblo la amistad y la estima de la Santa Sede.
Sobre Vuestra Excelencia y sobre la misión que en estos momentos está iniciando invocamos las bendiciones del Altísimo.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.35, p.4.
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