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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL PRIMER EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE DAHOMEY
ANTE LA SANTA SEDE*

Viernes 10 de diciembre de 1971

 

Señor Embajador:

Agradecemos mucho a Vuestra Excelencia los delicados deseos que acabáis de formular en favor nuestro y de toda la Iglesia católica.

Aprovechamos con gusto la ocasión que nos ofrece este encuentro oficial con el primer Embajador de la República de Dahomey ante la Santa Sede para expresar a este noble país y a sus dirigentes los sentimientos de estima y benevolencia que experimentamos hacia ellos y las fervientes oraciones que elevamos por su bien.

Las poblaciones de Dahomey revelan grandes talentos, como lo demuestra toda una elle intelectual que ha adquirido renombre más allá de sus fronteras. Vuestros compatriotas han sabido asimilar las riquezas de las civilizaciones que han contribuido a forjar su destino. Nos alegramos de ello y vemos en este hecho la garantía de la honrosa posición que corresponde a vuestro pueblo en el concierto de las naciones, especialmente en esa región de África que tanto amamos.

En la misma Iglesia católica, las comunidades cristianas de Dahomey, con sus pastores, manifiestan también una benéfica vitalidad que es la honra de vuestro país. Vuestra Excelencia ha tenido la amabilidad de evocar, con toda justicia, la meritoria obra de los primeros misioneros, el rápido enraizamiento de la fe, y su admirable fecundidad, que se observa, sobre todo, en el florecimiento de las vocaciones autóctonas. Cuando dotamos a nuestra Congregación para la Evangelización de los Pueblos de un colaborador africano, elegimos a un hijo de Dahomey, a nuestro querido hermano mons. Bernardin Gantin.

Esto demuestra los sinceros deseos que nos inspira nuestro afecto hacia el pueblo que vos representáis ante esta Sede Apostólica. ¿Cómo no desear, ante todo, que la comunidad católica de Dahomey siga extendiéndose y mantenga relaciones fraternas con el conjunto de la población? Lo único que pide es la facultad los medios de poner al servicio de todos su colaboración específica, especialmente en los colegios, con una atención especial para los débiles y los pobres, la búsqueda de la paz, la preocupación por la justicia, el espíritu de caridad, el sentido de los valores espirituales, que encuentran en la fe cristiana una profunda razón de ser y un estímulo eficaz. En efecto, todos sabemos que sin tales valores espirituales, por otra parte familiares al espíritu africano, la civilización quedaría edificada sobre arena y reservaría un futuro desilusionador.

Vuestro país se encuentra, por consiguiente, ante un programa inmenso y magnífico: la promoción económica, cultural, social y religiosa en todos los niveles de la sociedad, en un clima de libertad y de paz. Pedimos al Señor que permita a vuestro pueblo y a sus responsables realizar dicho programa con la ayuda de todas las personas de buena voluntad. Decíamos que son muchos los hijos de Dahomey que han adquirido ya una sólida competencia humana por sus estudios y su ingenio. Ojalá se sientan impulsados por la preocupación del bien común y el amor a su patria a adunar sus fuerzas vivas para ponerlas al servicio de todos los hombres de su país. A ello se unirá —como esperamos— la ayuda leal de todos los que en el mundo han comprendido la necesidad de la solidaridad universal para este desarrollo, que es el nuevo nombre de la paz (cfr. Populorum progressio 76).

Con estos sentimientos formulamos los mejores deseos con respecto a la elevada misión que vuestra Excelencia inaugura hoy al presentarnos sus Cartas Credenciales. A través de vuestra persona, dirigimos nuestros respetuosos saludos a los encargados del bien común en vuestro noble país, y ante todo a su Excelencia, el señor Presidente Hubert Maga, igual que a todos los que colaboran con él en el Gobierno de la República. De todo corazón invocamos sobre ellos, sobre todas las poblaciones de Dahomey y en especial sobre vos mismo, señor Embajador, las abundantes bendiciones del Todopoderoso.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española,  n.51 p.9.

 



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