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 DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE AUSTRIA*

Jueves 18 de noviembre de 1971

 

Estimado señor Presidente:

Con motivo de vuestra visita oficial al Vaticano os dirigimos a usted y e vuestro séquito nuestro más caluroso saludo. Os damos la bienvenida y os agradecemos las amables palabras que nos habéis dirigido. En vuestra persona saludamos también a todo el pueblo austriaco, tan cercano a nosotros por su tradición secular. Pensamos en su larga historia, en el maravilloso territorio austriaco, en las magnificas catedrales que atraen todos los años a millares de visitantes y, desde luego, en tantos artistas y compositores que han extendido la lama de vuestro país por el mundo entero. Aprovecharnos esta ocasión para manifestar a vuestra Excelencia y a toda la querida nación austriaca nuestros mejores deseos de felicidad y bienestar.

Con vuestra visita de hoy queréis expresar, estimado señor Presidente de la República, las amistosas relaciones que existen entre la Santa Sede y Austria a causa del concordato y de otros acuerdos jurídicos. Como habéis indicado en vuestro discurso, la mayor parte de la población de vuestro país profesa desde hace siglos la religión cristiana, católica. Este hecho histórico determino decisivamente en el pasado la evolución política y cultural . de Austria, para bendición soya. Pues, aunque el Estado y la Iglesia son autónomos en sus ámbitos jurídicos, una confiada colaboración de ambas instituciones sólo puede servir de provecho, ya que de esa forma se desarrollan plenamente sus mejores deseos. Aquí entra en juego el humanismo cristiano, del que esté tan necesitado la humanidad de hoy. Un humanismo cerrado en sí mismo, que pone su mirada exclusivamente en los valores del espíritu, cerrándose a Dios, sólo puede alcanzar éxitos aparentes. Naturalmente, el hombre puede organizar la tierra prescindiendo de Dios, pero, al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organizarla contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano (cf r. Populorum progressio n. 42).

Vuestra Excelencia se ha referido con palabras de estima a nuestros esfuerzos concernientes a la cuestión social a nivel mundial. Es algo corresponde total y plenamente a la misión que nos ha sido confiada. De hecho, siempre ha sido preocupación de la Iglesia y lo es especialmente en la época actual, como lo ha subrayado expresamente el Sínodo de los Obispos recientemente terminado, contribuir en gran medida al desarrollo pleno de cada individuo y con ello de toda la humanidad. En nuestra visita a Bombay resaltamos que "el hombre debe ponerse en contacto con el hombre. Los pueblos deben ponerse en contacto como hermanos y hermanas, como hijos de Dios. En este acuerdo mutuo, en esta amistad, en esta santa comunión debemos construir con un trabajo común, el futuro común de la humanidad" (Alocución a los representantes de las religiones no cristianas, 3 de diciembre de 1964). Creemos que en este terreno el pueblo austriaco debe realizar y de hecho realiza una gran tarea. Es bien sabido que vuestra capital, Viena, acoge desde hace tiempo Asambleas y Conferencias internacionales. Los ciudadanos deben esforzarse en la misma línea para conseguir que la herencia histórica de vuestra patria ayude a responder a las exigencias de la época actual. Todos están llamados a fomentar el desarrollo social y a vivir las virtudes ciudadanas de justicia, desinterés y disponibilidad para ayudar a todos los hombres sin distinción.

En este sentido quisiéramos expresaros, estimado señor Presidente de la República, el deseo de que consigáis llevar al país y al pueblo de Austria, que tanto estimamos, hacia un verdadero progreso, colaborando con los otros pueblos en la paz y libertad. Para ello invocamos sobre usted, sobre el Ministro de Asuntos Exteriores, aquí presente, sobre todas las personalidades de su séquito, sobre su señor Embajador ante la Santa Sede y sobre todo el pueblo austriaco la permanente protección y bendición de Dios.

 


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.49 p.2.

 



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