DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
CON MOTIVO DE LA EXPOSICIÓN «EL LIBRO DE LA BIBLIA»,
ORGANIZADA EN EL MARCO DEL AÑO INTERNACIONAL DEL LIBRO
PATROCINADO POR LA UNESCO*
Sábado 25 de marzo de 1972
Señor Director General,
venerables hermanos,
amados hijos y todos cuantos habéis querido honrarnos con vuestra presencia:
Una significativa circunstancia, sin duda única en su género, nos reúne hoy en este santuario de la ciencia y de la cultura que es la Biblioteca Apostólica Vaticana: se trata de un testimonio concreto y elocuente que la Iglesia católica quiere dar de su interés y de su gran aprecio por una iniciativa en apariencia profana, "el Año Internacional del Libro", proclamado para 1972 por la XVI sesión de la Conferencia General de la UNESCO.
Iniciativa profana: ¡en apariencia solamente! Porque todo lo que afecta al espíritu humano, al progreso de la inteligencia, a la difusión de la cultura, comporta necesariamente un aspecto moral que atañe de alguna manera a las relaciones del hombre con Dios, introduciéndose así en el campo de lo religioso y reclamando la atenta solicitud de la Iglesia.
¿Qué objetivo ha perseguido la UNESCO al promover esta iniciativa? Nos lo hemos escuchado, noblemente expresado, de labios de su Director General, y el lema que resume su programa lo dice perfectamente: "Libros para todos". Esta benemérita Organización ha querido pues – y ante todo – atraer la atención del mundo sobre la insustituible función del libro, considerada como medio privilegiado de cultura y de educación, como factor incomparable de progreso espiritual, como elemento que puede suscitar pensamientos de paz, capaces de contribuir eficazmente a una mejor comprensión entre los pueblos. Ha querido además – y ello es también motivo de alabanza para la misma Organización – estudiar los medios más aptos para asegurar la difusión del libro, particularmente entre los jóvenes y en los países en vías de desarrollo.
Todo esto es visto por la Iglesia con viva satisfacción. En el festival internacional del libro, celebrado en Niza el mes de mayo del pasado año, Nos hicimos presente, por medio de un mensaje de Nuestro cardenal Secretario de Estado, la voz de la Iglesia y expresamos la convicción de que la verdadera función del libro, el objetivo que deben perseguir sus difusores es, ante todo, el de instruir, elevar, guiar a la humanidad hacia la conquista de su verdadero bien.
Realmente, para quienquiera que reflexione un poco, el progreso material, por muy sensacional que sea, no es más que un aspecto parcial del progreso humano integral. El hombre necesita los valores del espíritu para ser plenamente hombre, para asegurar el armonioso equilibrio de su vida y la fecundidad de sus actividades terrenas. De hecho, gracias a los instrumentos técnicos de que dispone el hombre moderno, los libros se multiplican sin cesar. Pero todo el mundo observa que el criterio de juicio en esto no debe ser puramente cuantitativo: no se trata de lanzar en gran cantidad de cualquier clase de libros. Es por su calidad por lo que el libro puede jugar un papel bienhechor: en la medida en que es portador de los valores del espíritu, hace avanzar verdaderamente la humanidad, que él contribuye a construir y no a destruir. Naturalmente, en esta perspectiva, la iniciativa de la UNESCO se presenta a la Santa Sede y a la Iglesia como digna de aprobación y de aliento.
Lo que hasta aquí hemos dicho concierne al interés que Nos podríamos llamar "genérico" de la Iglesia por el libro, en cuanto instrumento de cultura. Pero la Iglesia tiene algo más específico que decir en este campo. Ella tiene también "su" libro, el libro de los libros, si se le puede llamar así, el que ha sido traducido a todas las lenguas, impreso en millones de ejemplares, extendido y leído en todos los países del mundo, una especie de "best-seller" permanente de la humanidad: la Biblia. Siendo la depositaria y la que guarda este tesoro, el más valioso de todos, la Iglesia, al aceptar la participación en el "Año Internacional del Libro", se propone ante todo promover un mejor y más amplio conocimiento de la Biblia.
Ella cree que puede y debe obrar así. Porque para los creyentes, la Biblia es algo radicalmente diferente de todas las producciones del espíritu humano, algo muy superior: es la palabra de Dios. El autor sagrado, cualquiera que haya podido ser su talento, no ha sido más que el instrumento del que Dios se ha servido. Se trata de un libro inspirado, un libro que tiene a Dios por autor principal. Al elegir y valerse de hombres que usaban plenamente de todas sus facultades y talentos (cf. Dei Verbum, 11), Dios ha consagrado en cierto modo la espléndida misión del hombre escritor.
Ciertamente, es muy sugestivo pensar en esta elección del libro hecha por Dios para comunicarse con los hombres, para "invitarlos y admitirlos a entrar en comunión con El" (Dei Verbum, 2), para hacerles conocer o recordarles, a lo largo de los siglos, sus designios de amor sobre su pueblo y sobre la humanidad. La Biblia realiza perfectamente, se puede decir, el objetivo más elevado que haya podido proponerse jamás un libro: hacer entrar al hombre en contacto con su Creador. Y lo hace con una lozanía que perdura a través de los siglos sin envejecer nunca y con una variedad que embelesa el espíritu y el corazón.
La Biblia, en efecto, no es solamente un libro: a ella sola es toda una biblioteca, un conjunto de libros pertenecientes a los géneros literarios más diversos. Ya sea por medio de la lucidez del género narrativo, ya sea con la vehemencia de los reproches de los profetas, o por los cánticos de la más alta poesía en que se reflejan todos los matices de la sabiduría divina y de la psicología humana, Dios instruye a las generaciones que se van sucediendo sobre la tierra, las ilumina y las llena de gozo con su luz.
Al contacto con la Biblia, los hombres de todos los tiempos y los países han aprendido el lenguaje de la fe y de la esperanza, de la justicia y de la paz: millones de almas se han abierto a horizontes de luz y de alegría, han encontrado o recuperado la confianza en el destino del hombre y del mundo.
Hacia esta riqueza espiritual – y sin ninguna segunda intención de propaganda interesada, no es necesario decirlo – la Santa Sede se propone atraer la atención de los hombres de buena voluntad. Quiere ofrecerles con toda sencillez y cordialidad una nueva ocasión para acercarse a este libro único, que ha jugado un papel tan importante en la historia de la cultura y de la civilización. A los creyentes les lanza una invitación a profundizar su conocimiento de estas páginas que les son familiares y a nutrir más intensamente de ellas su vida espiritual como les recomienda el reciente Concilio.
Y ahora, Nos vamos a inaugurar y vosotros podréis visitar la exposición que ha sido preparada con gran esmero y competencia por el Prefecto de nuestra Biblioteca Apostólica y por sus fieles colaboradores. Se trata – como se nos acaba de decir y como vosotros vais a ver – de una colección de ejemplares particularmente raros e importantes de la Biblia, escalonados a lo largo de los siglos y pertenecientes a las más variadas lenguas y regiones del mundo cristiano. Podréis admirar, al mismo tiempo, las adquisiciones antiguas y nuevas de la Biblioteca Vaticana. Una de las más recientes – se trata sin embargo de un texto muy antiguo – es el papiro BODMER que debemos al celebre coleccionista suizo, cuyo nombre merecía ser evocado hoy aquí. Entre las adquisiciones más antiguas figura, entre otras, un manuscrito notable por su contenido y por su grafía, conocido por los exegetas del mundo entero: el CODEX B, al cual su presencia en esta Biblioteca le ha valido el apelativo de CODEX VATICANUS.
El deseo de hacer conocer mejor estos valiosos documentos nos ha inspirado recientemente la idea de hacer de ellos un cierto número de reproducciones fotostáticas. Queremos poner ahora en vuestras manos, señor Director General, una del CODEX B, que le rogamos acepte como don de la Santa Sede a la UNESCO y como símbolo de su participación a la campaña dirigida por vuestra Organización.
No Nos queda más que felicitar calurosamente a los artífices de esta exposición, dar las gracias a todos los que nos han hecho el honor de acompañarnos esta tarde en la inauguración y formular los votos más fervientes por el pleno éxito del "Año Internacional del Libro".
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.14 p.12.
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