DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRESIDENTE DEL PARLAMENTO EUROPEO*
Viernes 9 de noviembre de 1973
Señor Presidente:
La cortesía de su visita y el sentido de las palabras que usted acaba de dirigirnos, encuentran en nosotros un eco particular. Junto con sus colegas designados para el Parlamento Europeo, usted es portador de unas esperanzas que, vagas todavía ayer, se van precisando y buscan una aplicación realista para el bien del conjunto de las Comunidades europeas. El estudio de los problemas sometidos a su examen, la atención vigilante y el control que usted ejerce sobre las orientaciones y decisiones de las instancias responsables, así como sobre las recomendaciones que usted está llamado a hacerles, contribuyen a facilitar el camino político, económico y jurídico de la construcción de Europa.
La evolución de las situaciones dentro de los países europeos, así como los graves acontecimientos de la escena internacional contribuyen a poner a prueba y, a la vez, a estimular la solidaridad comunitaria demostrando su necesidad. Como usted ha subrayado, es un trabajo de paciencia, un trabajo que debe aunar audacia y realismo. En lo que a usted le toca, se desarrolla en el plan político, en la búsqueda de acuerdos estables o de estructuras nuevas, pero tiene como fondo una red de intercambios de todo tipo, a todos los niveles, y, más profundamente, un acercamiento de mentes y corazones. Estamos de acuerdo con usted de que la juventud de Europa aspira a este acercamiento, rechazando las barreras que ya no tienen sentido. Le hace falta comprender también el precio de tal construcción unificadora: esta debe armonizar las riquezas particulares y las responsabilidades intermedias en vista del bien común superior.
Sería demasiado poco decir que su trabajo suscita Nuestra estima. Usted sabe el profundo interés que la Santa Sede tiene, desde hace largo tiempo, por la realización progresiva de la Europa unida: usted adivinará la doble razón que Nos incita a dar este apoyo moral.
En primer lugar, nos interesa mucho el bien de las poblaciones en cuestión, las cuales Nos son muy cercanas por muchas razones. Ahora bien, Nuestra convicción es: que se impone una colaboración entre ellas para permitirles afrontar, de manera eficaz y, por tanto, armonizada, los graves problemas económicos y sociales, los problemas humanos que les plantea el progreso técnico, los intercambios comerciales, el empleo, la migración, la evolución cultural, las condiciones de educación. No pretendamos olvidar en esta enumeración todo lo que degrada profundamente las costumbres de los individuos y de las familias: está en juego el alma de un pueblo. En una palabra, se trata de hacer más equitativas, más humanas, en el sentido de un humanismo pleno, las condiciones de vida de todos y cada uno, sin discriminación alguna. Una solidaridad en la búsqueda, en el trabajo, en la organización de las leyes, en las realizaciones, se hace necesaria para que ningún miembro quede al margen ante el gigantesco cambio que afecta a todos los pueblos, con mayor razón a los pueblos vecinos, que tienen tantas raíces y lazos comunes.
Una segunda razón se injerta a ésta, y Nos hace la solidaridad europea particularmente grata, a Nos que somos portador de una misión universal. Usted mismo ha hecho notar que Nuestra mirada se dirige de buen grado más allá de Europa, hacia los países en vías de desarrollo. Sin embargo, Europa continua en el centro de Nuestras preocupaciones, de nuestra estima, de Nuestra confianza. Efectivamente, los pueblos que no están directamente integrados en las Comunidades, especialmente los de otros continentes, mantienen con frecuencia su mirada fija en los países europeos. No solamente para poner a prueba o para discutir la manera cómo éstos últimos defienden solidariamente sus propios intereses, sino sobre todo para juzgar los valores en que se inspira su actividad: sentido del hombre, respeto de sus derechos, importancia dada a su responsabilidad, a su libertad, a sus deberes, preocupación por su destino espiritual y por sus exigencias, interés por la paz universal, equidad en las relaciones internacionales y respeto de une autoridad internacional, apertura a los demás pueblos, solidaridad leal con ellos, mutua ayuda en un espíritu de servicio, todo cuanto corresponde a la fe y a la civilización que han caracterizado a los países europeos. Estos valores deberían suscitar iniciativas como las que usted ha evocado. Nos tenemos la firme esperanza que Europa, unificada un día, no decepcionará las expectativas de la humanidad.
Al confiarle este deseo, que es al mismo tiempo un aliento, Nos invocamos de todo corazón para sus trabajos, la asistencia del Señor, y Nos formulamos en su presencia los mejores deseos para usted, Señor Presidente, y para las personas que le acompañan.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.49, p.10.
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