DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE BURUNDI
ANTE LA SANTA SEDE*
Jueves 15 de noviembre de 1973
Señor Embajador:
Los nobles sentimientos que os animan al iniciar vuestra misión ante la Santa Sede nos producen viva satisfacción. Y al mismo tiempo que agradecemos vuestro caluroso discurso de saludo os damos cordialmente la bienvenida y esperamos que podáis llevar a cabo el noble programa que os habéis propuesto: establecer una colaboración más estrecha entre la Santa Sede y la República de Burundi por medio de un diálogo sincero y permanente.
Podemos aseguraros que nos interesa en gran manera la prosperidad de vuestro país. En primer lugar la prosperidad espiritual: ¿cómo podríamos olvidar, a la floreciente comunidad cristiana de Burundi, que ha festejado recientemente el septuagésimo quinto aniversario del establecimiento de la Iglesia católica? Comunidad que ha progresado a un ritmo excelente, y con un fervor religioso que ha impregnado la ya rica sensibilidad y sabiduría ancestrales.
La fe y la piedad no se pueden separar de la búsqueda de la justicia, de la paz y de la caridad. La Iglesia de Burundi quiere trabajar en favor de una felicidad y desarrollo completos de todos sus habitantes; y estaremos a su lado en estos afanes humanos. Vuestra Excelencia ha subrayado la primera condición necesaria para esto, a saber, la concordia y amistad entre todos los pueblos. Participamos de su alegría, señor Embajador, al conocer la noticia de que el país ha vuelto a encontrar la paz. En solidaridad con vuestros obispos hemos seguido con viva emoción los acontecimientos que han agitado tan profundamente la vida de vuestros compatriotas. Nos hemos esforzado por ofrecer nuestro socorro, espiritual y material, a todas las víctimas, contribuyendo al restablecimiento de la paz, según los medios de que disponíamos.
Con la tranquilidad vuelve a nacer la esperanza: ahora es necesario que las heridas se cicatricen. Confiamos en que gracias al esfuerzo de todos se conseguirá. La unidad que todos deseamos no puede fundarse si no es en el amor, en la mutua aceptación y perdón, en el respeto a la dignidad de todos, personas y razas, deseando cooperar para que cada hijo de Burundi experimente el orgullo de serlo y de trabajar en la medida de sus capacidades por el progreso común propiciado por la concordia con los demás países.
Esta es la oración ferviente que dirigimos al Señor. Y saludamos al Presidente de la República a quien agradecemos su amabilidad, y a los que comparten con él la responsabilidad por el bien común de los ciudadanos; mis mejores deseos también para todos los hijos de ese noble país que nos es tan querido. Para todos, y para usted mismo, señor Embajador, imploramos las bendiciones del Dios del amor y de la paz.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.47, p.10.
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