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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRIMER EMBAJADOR DE NUEVA ZELANDA
ANTE LA SANTA SEDE

 Jueves 29 de noviembre de 1973

 

Señor Embajador:

Le agradecemos las amables palabras y las serias reflexiones y consideraciones con que usted ha presentado las Cartas que le acreditan como primer Embajador de Nueva Zelanda ante la Santa Sede. Compartimos plenamente la satisfacción que usted ha expresado por el establecimiento de relaciones diplomáticas, y, al igual que usted, las comenzamos plenamente consciente del respeto y estima mutua que ellas comportan.

Nos alegra que usted haya recordado el viaje de paz que en 1970 nos llevó hasta el Pacífico del Sur. Con aquel viaje manifestamos, entre otras cosas, la inmensa importancia que tiene para nosotros toda esa región en el contexto de una naciente comunidad mundial cada vez más interdependiente. Sentimos que nuestro itinerario no nos permitiera visitar su país, con su joven y dinámica población y con su vigorosa comunidad católica. Recordamos en este momento una gran figura de la Iglesia y un leal ciudadano de Nueva Zelanda, evocando con reverencia la memoria del difunto cardenal McKeefry, tan amado por nosotros y por aquellos a quienes sirvió.

Apreciamos mucho lo que usted ha dicho en reconocimiento de la participación activa de la Santa Sede en .la promoción del desarrollo y de la paz entre los pueblos. Vuestra Excelencia ha mencionado también los objetivos que unen a su: Gobierno y a la Santa Sede en. .una búsqueda común de la paz por medio del mejoramiento de las condiciones económicas y sociales, a través del desarme y de la defensa del medio ambiente. A este respecto, tenemos una gran estima del idealismo que inspira a Nueva Zelanda, y de sus válidas y continuas realizaciones. La Santa Sede, por su parte, en la medida en que se lo permiten su naturaleza y su misión, trata gustosamente de contribuir a las soluciones de los graves problemas que afectan el bienestar y la seguridad de la humanidad.

Finalmente, señor Embajador, le expresamos la esperanza de que su tarea de representar a su país ante la Santa Sede sea provechosa para usted mismo y benéfica para todos. Le pedimos que transmita nuestros calurosos saludos y nuestros mejores y más respetuosos deseos a las autoridades civiles y a todo el pueblo de Nueva Zelanda, para quienes invocamos las abundantes bendiciones y favores divinos.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.49, p.4.

 



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