DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL COLEGIO DE DEFENSA DE LA OTAN*
Sábado 2 de febrero de 1974
Al saludaros esta mañana, cuando toca a su fin vuestra estancia en Roma, quisiéramos, señoras y señores, evocaros algunas de las enseñanzas que la Ciudad Eterna os puede sugerir.
En primer lugar, ¿no es muy provechoso subrayar, en el conjunto de todo el pasado de Roma, el sentido de lo universal? Muchos pueblos han contribuido a su grandeza. Y todos pudieron, a su vez, beneficiarse en último término de sus realizaciones positivas: su orden, su derecho, su paz fueron durante algún tiempo la gloria del mundo antiguo. Y después, cuando su misión civilizadora alcanzó la plenitud, Roma se convirtió más que nunca en un polo de atracción. ¡Cuántos han continuado desde entonces, con su genio e ideal, la obra de edificar una ciudad más de dos veces milenaria!
En efecto, mirando las cosas aún con profundidad, Roma, capital del mundo cristiano, fundada sobre la tumba de los Apóstoles, nos enseña a descubrir la verdadera paz, la que viene de Cristo. Al reunir a hombres de todas las razas y naciones quisiera ofrecer como una imagen del porvenir del mundo: «Beata pacis visio!» Ahora bien, la paz de nuestro mundo, es decir, su único porvenir verdaderamente conforme a la vocación humana, reposará mañana, en parte, en vuestras manos. Como lo afirmábamos en nuestro reciente mensaje de Año Nuevo: la paz depende también de vosotros., Pedimos al Señor que reafirme en vosotros esta convicción y bendiga esta voluntad de servicio, os bendiga a vosotros y a todos vuestros seres queridos.
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