DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRIMER EMBAJADOR DE FILIPINAS
ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 10 de noviembre de 1975
Al recibir con agrado las Cartas que acreditan a Vuestra Excelencia como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Filipinas, agradecemos las corteses palabras que nos habéis dirigido y correspondemos agradecido a los amables saludos de Su Excelencia el Presidente Marcos.
Dispensamos una acogida especial en estos días a las palabras con las que habéis evocado nuestra visita a vuestro país, pues celebramos el V aniversario de nuestro viaje apostólico al Asia. Recordamos particularmente a los pobres en las Filipinas, amigos que visitamos en sus casas. Habéis hecho referencia a los pasos que se están dando, de acuerdo con la tradición cristiana, para aliviar su condición. La Iglesia continuará ofreciendo sinceramente su aportación a tales esfuerzos, puesto que, como dijimos al pueblo filipino cuando nos encontrábamos en medio de él, "el cristianismo puede ser salvación también a nivel humano y terreno", porque ha sido Cristo quien "ha plantado en los corazones de sus discípulos la capacidad de amor y de servicio para con los sufrimientos y necesidades del hombre" (AAS, 63, 1971, p. 34).
Vuestra Excelencia se ha referido por una parte a la larga y brillante historia de la Iglesia en vuestro país, y por otra a la importante relación geográfica y cultural de esa Iglesia en el desarrollo presente y futuro de Asia. En nuestra invitación a la reflexión y meditación, que normalmente hacemos con motivo del próximo día de la paz, a la que Vuestra Excelencia ha aludido con tanto elogio, nosotros miramos también hacia el futuro, hacia el mundo de la humanidad ideal, que todavía está por nacer. Vislumbramos a la civilización siguiendo los pasos de la paz. Que la noble y católica nación que representáis, esté realmente en la vanguardia de esta historia que se despliega, colaborando incansablemente en la ordenada procesión de paz, civilización y justicia. Todo esto supondrá sacrificio personal, clemencia, misericordia y amor, cualidades que nuestro mensaje para el día de la paz exige de los seguidores y siervos del Evangelio.
Señor Embajador, con gozo invocamos las bendiciones del Omnipotente sobre las autoridades y el pueblo de Filipinas, y al desearos personalmente una cordial bienvenida en el comienzo de vuestra misión, os aseguramos el apoyo y la cooperación de la Santa Sede.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.46, p.4.
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