DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE BURUNDI
ANTE LA SANTA SEDE*
Jueves 21 de octubre de 1976
Señor Embajador:
Si la misión que le ha confiado Su Excelencia, el Teniente General Michel Micombero, es para usted un motivo de particular satisfacción, déjenos que le exprese nuestra alegría de recibirle y agradecerle las nobles palabras que acaba de pronunciar. Estamos muy contento, en efecto, de los sentimientos con que usted se dispone a cumplir su función de Representante de Burundi; muestran que tiene usted un elevado concepto de su tarea, y que no descuidará nada con miras a cumplirla lo mejor posible. Sea, pues, bienvenido al Vaticano, cerca de aquel que ha sido puesto al frente de la Iglesia católica, y cerca también de sus colaboradores. Que los contactos periódicos que aquí mantenga, puedan revelarse siempre cordiales y muy fructuosos.
Nos trae usted, en este primer día, el saludo de sus compatriotas y los augurios del señor Presidente de la República. Este Mensaje de amistad nos emociona profundamente. Viene del corazón mismo de África, un continente cargado de Preocupaciones, pero también de esperanzas, cuyos problemas, proyectos y realizaciones todos siguen con mucha atención. En ese contexto difícil, caracterizado por una evolución rápida a todos los niveles, nos parece vislumbrar la aspiración de los pueblos a mayor libertad, justicia, fraternidad, paz, en una palabra; al mismo tiempo que una dificultad en superar las divisiones para llegará una ayuda Mutua eficaz; y también un deseo de que se le apoye todavía en el camino del progreso económico, social y cultural, con el fin de ser capaces de dominar ellos mismos todas las componentes de su destino. Este grito resuena como una llamada apremiante a todas las instancias dirigentes; las invita a revisar de continuo su actitud y a situarse de cara a sus responsabilidades. La Santa Sede, fiel a sumisión y en la medida de sus posibilidades, no cesa, por su parte, de estimularles a colaborar en la consecución de tal objetivo. Lo ha hecho, y lo hará todavía por medio de nuestra voz o la de sus distintos medios de expresión.
Ha evocado usted muy justamente el aporte especial que la Iglesia católica, además de su colaboración en el fomento de la paz, ofrece a la humanidad. Y así, ha hablado usted de la "civilización del amor", porque el amor es esa palabra nueva sacada de las fuentes de Dios, esa Buena Nueva que los cristianos desean ardientemente anunciar a sus, hermanos y, más aún, poner en práctica. ¡Ah! ¡Qué bien caracteriza la llama que quisiéramos ver encendida en el corazón de todos, que quisiéramos reavivar cuando sea necesario! ¡Mucho nos gustaría que nuestros queridos hijos de Burundi, bajo la guía de sus obispos y manteniendo el respeto de la libertad de cada uno, continuasen trasmitiendo con ardor este entusiasmo! Sabemos que lo han hecho ya, según Dios, en el servicio de sus conciudadanos y de su patria. Les damos gracias por ello y les renovamos nuestra confianza a fin de que este testimonio sea cada vez más puro y más generoso.
Señor Embajador, usted cuenta con toda nuestra simpatía y estima, hoy y mañana, para el ejercicio de su misión. Al expresaros nuestra conformidad, nos atrevemos a rogarle que se haga intérprete, ante el Jefe del Estado de Burundi, de nuestros deseos respetuosos y deferentes. E imploramos sobre usted mismo, así como sobre las personalidades de su séquito, las luces y los dones del Señor Todopoderoso.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.45 p.4.
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