DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DEL LÍBANO ANTE LA SANTA SEDE*
Viernes 7 de octubre de 1977
Señor Embajador:
Nos sentimos realmente conmovido por las elevadas palabras, llenas de fe y de humanidad, que Vuestra Excelencia acaba de pronunciar, inaugurando su misión de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario del Líbano ante la Santa Sede. Habéis sabido evocar, con emoción y sencillez, la originalidad de vuestro amado país, su glorioso pasado, su constante anhelo de paz y libertad, las pruebas dolorosas que acaba de conocer y su situación actual todavía precaria. Todo ello debería hacerlo merecedor del respeto, la amistad y el apoyo de todos los miembros de la comunidad internacional.
Ante tan hermoso testimonio Nos queremos presentaros nuestros votos fervientes, dirigidos en primer lugar a Su Excelencia el Presidente Elias Sarkis: Nos os confiamos el encargo de agradecerle los sentimientos que de su parte Nos habéis transmitido y de expresarle Nuestro aliento en su alta misión. A vos, señor Embajador, Nos os deseamos fructuoso cumplimiento de vuestras funciones ante la Santa Sede y provechosos contactos con vuestros colegas del Cuerpo Diplomático presentes en Roma.
Nuestros votos fervientes se dirigen también, más allá de vuestra persona, a las queridas comunidades cristianas del Líbano, por diversas que sean en sus ritos, en su influencia histórica o en su importancia numérica: todas ellas llevan tanto tiempo arraigadas en esa tierra que prolonga en cierto modo la Tierra Santa, y han participado con tantos méritos en la historia, la cultura y el progreso de su patria, que tienen el derecho natural a continuar viviendo en ella, en su territorio, con justicia y paz. Y Nuestros sentimientos se extienden a todos los habitantes del Líbano: que todos puedan vivir en él y trabajar en la «tranquilidad del orden», tan bien evocada por vos, según una justa distribución de los derechos y los deberes, en el respeto de las leyes y del bien común del pueblo libanés, o, mejor aún, en la amistad que corresponde a conciudadanos y creyentes.
La prueba ha sacudido duramente al Líbano y Nos hemos sufrido con vosotros por esas ruinas que han desfigurado al país y por tantas muertes que han engendrado sufrimientos difíciles de sanar. Pero, con vosotros, queremos creer que la vitalidad, la energía, el ingenio, la capacidad de entendimiento y la esperanza que brota de la fe del conjunto de vuestros compatriotas, permitirán la reconstrucción y el progreso que todos los hombres os desean de corazón. Por nuestra parte no Nos contentaremos sólo con hermosas palabras de compasión y aliento; junto con nuestros hermanos los patriarcas y obispos del país, Nos seguiremos en nuestros esfuerzos de persuasión no sólo ante los libaneses, sino ante todas las partes en causa e incluso ante las instancias internacionales, para construir el porvenir en la paz. Y Nos ayudaremos en la medida de nuestras posibilidades a aliviar vuestras heridas. Este apoyo Nos os lo debemos en nombre de la caridad de nuestro Señor, en nombre de la fidelidad y de la estima que siempre Nos hemos sentido por vuestro ideal de vida común entre los diferentes grupos que componen la población libanesa. Y recíprocamente Nos atrevemos a decir que los pueblos del Oriente Medio y en particular la Iglesia, han sido y serán beneficiarios de vuestro ejemplo de vitalidad y solidaridad.
Estos son Nuestros deseos cordiales, señor Embajador, al recibiros aquí y al impartiros nuestra bendición al comienzo de vuestra delicada misión. El próximo domingo Nos propondremos a la veneración de los fieles de todo el mundo al bienaventurado Charbel Makhlouf: Nos dedicaremos entonces un pensamiento especialísimo al Líbano donde su santidad brilló con un resplandor particular. Desde ahora Nos suplicamos a Dios que asista y bendiga a todos vuestros compatriotas y a sus gobernantes, y que vele sobre los destinos de vuestra nación.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.44, p.14.
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