DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE VENEZUELA
ANTE LA SANTA SEDE*
Viernes, 14 de octubre de 1977
Señor Embajador,
Nos es grato dar a Vuestra Excelencia nuestra cordial bienvenida en este acto en que nos presenta las Cartas que lo acreditan como Embajador de la República de Venezuela ante la Santa Sede.
Escuchando sus amables expresiones, hemos sentido más viva la cercanía espiritual de su Patria a esta Sede Apostólica; una cercanía -como observaba Vuestra Excelencia- labrada a lo largo del quehacer histórico de Venezuela por la continua y fecunda actividad de la Iglesia a través de sus hombres y de sus instituciones. Todo ello se corresponde en nuestro ánimo con sentimientos de sincero afecto y confianza hacia su noble y querido País.
Nos place también comprobar cómo esta presencia, arraigada en las conciencias y plasmada en tantas iniciativas, sigue siendo inspiradora y promotora de una voluntad comunitaria de servicio a la cultura del individuo y al progreso de la sociedad, en suma, al desarrollo de la persona en todas sus dimensiones. No podemos menos de recordar a este respecto, con verdadera complacencia que el Señor Presidente de la República, en su todavía reciente visita, se hacía eco de los mismos propósitos. Vaya a él nuestro sincero y renovado reconocimiento, así como nuestra gratitud por el deferente saludo que nos ha transmitido por medio de Vuestra Excelencia.
Queremos ver en estos valores espirituales y humanos un signo y una garantía de un futuro sólidamente prometedor para su País, tan dotado, por otra parte, de recursos materiales por el Creador.
Nos consta asimismo que existe un empeño consciente y decidido por parte de los responsables de la cosa pública, de los distintos grupos sociales, de los particulares -lo que para los Pastores y fieles de la Iglesia en Venezuela es una gozosa e irrenunciable misión- a no escatimar su aplicación constante para hacer cada vez más palpable y duradero un clima de pacífica convivencia, donde, además de no faltar alimento, trabajo e instrucción, todos y cada uno puedan satisfacer sus posibilidades y legítimas esperanzas; donde todos y cada uno vean respetada y favorecida su dignidad personal en sus distintas manifestaciones; donde se sientan resueltamente comprometidos ante los problemas sociales que se presentan a una participación libre y conforme a conciencia de todos los ciudadanos.
Señor Embajador, al encomendar estos nuestros votos al Todopoderoso, invocamos también el favor divino sobre su País, sobre sus Gobernantes y hoy en particular sobre Vuestra Excelencia a quien deseamos un feliz éxito en el cumplimiento de su alta y noble misión.
*AAS 69 (1977), p.713-714;
Insegnamenti di Paolo VI, vol. XV, p.952-953;
L’Attività della Santa Sede 1977, p.305-306,
L'Osservatore Romano, 15.10.1977, p.1;
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.43, p.4.
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