DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL SR. MOHAMED ANWAR EL-SADAT,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ÁRABE DE EGIPTO*
Lunes 13 de febrero de 1978
Señor Presidente:
Damos la cordial bienvenida a Vuestra Excelencia y a las distinguidas personalidades que le acompañan y manifestamos nuestra satisfacción por este encuentro que ha tenido corno tema la paz en Oriente Medio, una paz por la que sentimos tanto interés también nosotros y por la que V. E. se está afanando con tanta intensidad.
Como sabe bien V. E., hemos seguido con la oración, los deseos y con interés electivo, la empresa que V. E. se ha propuesto recientemente para lograr la paz. Ante un objetivo tan importante para los pueblos de la región y de todo el mundo, nos parece que ninguna tentativa adecuada puede omitirse, con el afán y la esperanza de que se llegue finalmente a la solución justa y duradera del conflicto.
Somos consciente de las dificultades de esta solución en la que deben coincidir diversos elementos: Hay que volver a asegurar un porvenir de justicia y seguridad para todos los pueblos de Oriente Medio (y aquí pensamos en el Líbano que ha pagado ya precio tan alto, a motivo de una situación aún sin solucionar); hay que salir al encuentro de las aspiraciones legítimas del pueblo palestino; hay que conseguir que Jerusalén goce de condiciones jurídicas y prácticas tales, que la ciudad no siga siendo motivo de litigio entre las partes, sino por el contrario —como es su vocación—, se transforme en centro religioso de paz, en el que puedan convivir en pacífica igualdad de derechos las comunidades locales de las tres grandes religiones monoteístas; y puedan encontrarse y dialogar fraternalmente hebreos, cristianos y musulmanes de la región y del mundo entero.
Estamos persuadido de que sólo dando respuesta adecuada a todas y a cada una de estas instancias legítimas, el edificio de la paz podrá edificarse sobre bases sólidas, creando un clima de confianza creciente y de entendimiento recíproco, y dando comienzo a un proceso que consienta, con la colaboración en los campos varios, que dicha paz se consolide cada vez más y dé frutos siempre mayores.
Repetimos, pues, el vivo anhelo ya expresado recientemente, de que se imprima impulso decisivo —gracias a la valentía perseverante y a la clarividencia de los responsables de las partes interesadas— a la búsqueda de soluciones deseadas y, así lo esperamos, rápidas.
Para terminar, renovamos a Vuestra Excelencia y a todo el pueblo egipcio nuestros votos más cordiales de progreso en la paz y de bendición del Altísimo.
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.8 p.4.
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