DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS
DEL PONTIFICIO COLEGIO ESCOCÉS DE ROMA
Sala del Trono
Sábado 4 de marzo de 1978
Queridos hijos en Cristo:
Venimos en este momento de la visita ad Limina que nos acaban de hacer vuestros obispos, y en sus personas hemos abrazado, con la unidad del amor de Cristo, a toda la Iglesia que está en Escocia. Ahora, en esta ocasión solemne, deseamos haceros partícipes de nuestros pensamientos a vosotros. estudiantes del Pontificio Colegio Escocés, y enviar por vuestro medio un mensaje a todos los seminaristas que estudian en vuestra tierra y en Valladolid.
Ante todo queremos que conozcáis nuestro amor paterno hacia vosotros en Jesucristo. Vemos en vosotros un signo de la vitalidad de la Iglesia, una prueba de que la gracia del Señor está activa y es victoriosa en éstos como en todos los tiempos. Por el hecho de haber aceptado el llamamiento de Cristo estáis dando testimonio del primado de lo sobrenatural. Por entregar vuestra vida total y generosamente a Jesucristo y a su Iglesia, estáis profesando vuestra fe en el poder de la muerte y resurrección del Señor y de su segunda venida en gloria.
Es claro que toda vuestra vida de sacerdotes estará orientada a proclamar el misterio pascual; vuestras actividades alcanzarán su cumplimiento y perfección en vuestro ministerio sacramental, a través del cual el pueblo cristiano encontrará a su Salvador y será atraído a la comunión con el Padre y el Espíritu Santo. El verdadero objetivo de vuestra vocación es perpetuar la mediación de Cristo Sacerdote.
Y así, la vida no tendrá sentido para vosotros si se prescinde de Cristo. Al igual que los Apóstoles debéis ser sus compañeros y amigos. En El descubriréis "el poder y la sabiduría de Dios" (1 Cor 1, 24).
Si conocéis al Señor Jesús, llegaréis de verdad a entender a vuestros hermanos y a alcanzar visión exacta de las necesidades del mundo. A base de conocer íntimamente a Jesucristo, llegaréis a estar de verdad convencidos y a tener la alegría necesaria para hacer impacto en el mundo. Porque si estáis buscando la clave del Evangelio, el secreto del celo apostólico y la fuerza y el vigor imprescindibles para proclamar el Evangelio de salvación y para perseverar en el servicio a la humanidad, todo esto lo encontraréis en el conocimiento de Jesucristo.
No olvidéis nunca el impacto de San Pablo y su aportación a la Iglesia; no olvidéis nunca sus palabras: "Nunca me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1 Cor 2, 2).
Ahora bien, para profundizar continuamente en el conocimiento de Cristo, tenéis que orar.
Tenéis que entrar en la vida de oración de la Iglesia y uniros vosotros al sacrificio de Cristo, adoptando su misma actitud de obediencia amorosa al Padre. Por esta razón, la disciplina debe formar parte de vuestra vida, una disciplina que os mantenga en esfuerzo constante, abnegación y sacrificio de sí mismo.
Por vuestra condición de jóvenes llamados a la íntima amistad con Cristo, debéis saber que no hay nada que pueda sustituir la cruz. Acordaos, pues: oración y disciplina.
Y cuando profundizáis y vivís el misterio de Cristo de acuerdo con las palabras del Concilio Vaticano II, debéis también "quedar imbuidos del misterio de la Iglesia" (Optatam totius, 9).
Cristo es vuestro ejemplo y con El debéis amar a la Iglesia y entregados en sacrificio por ella.
Para vosotros, la fidelidad a Cristo exigirá siempre fidelidad a la Iglesia, fidelidad a su unidad y al mensaje de salvación que anuncia "no en persuasivos discursos de humana sabiduría, sino en la manifestación del espíritu de fortaleza, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios" (1 Cor 2, 4-5).
Sí, el mensaje que predicamos es el que parece locura de la cruz, y difiere completamente de la sabiduría humana. A este mensaje, según es proclamado por la Iglesia, debemos fidelidad absoluta.
La fidelidad es la virtud de nuestros tiempos; a esta fidelidad os exhortamos hoy y en particular a la fidelidad al Magisterio de la Iglesia. Ratificamos esta exhortación en presencia de vuestros obispos y ante toda la Iglesia de Dios.
Si seguís el auténtico Magisterio del Romano Pontífice y de los obispos en unión con él, y si guiáis al pueblo por este camino de la verdad, no quedaréis defraudados.
Y si algún día os sentís tentados a actuar según los clamores de la superior sabiduría humana contra las auténticas enseñanzas de la Iglesia, entonces reflexionad de nuevo en el hecho de que vuestra fe descansa en la sabiduría y el poder de Dios, en Cristo mismo, que ha prometido la asistencia especial del Espíritu Santo a los Apóstoles y sus Sucesores, y que dijo solemnemente a sus discípulos: "El que a vosotros oye, a Mí me oye, y el que a vosotros desecha, a Mí me desecha..." (Lc 10, 16).
Sí, queridos hijos, quienes aceptan la afirmación de Cristo no se sentirán frustrados. El plan divino no cambia. La Palabra de Dios no se vacía de significado. Resumiendo: "De Dios nadie se burla" (Gál 6, 7).
¿Por qué os digo estas cosas? Para que seáis fuertes en la fe; para que vuestra caridad pastoral sea cumplida; para que vuestra alegría sea desbordante. Para que vosotros y aquellos a quienes se dedicará vuestro ministerio `"vivan también en comunión con nosotros; y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1, 3). Os bendigo en el nombre de Jesús.
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