DISCURSO DE SU SANTIDAD PÍO XII
A DON PABLO DE CHURRUCA Y DOTRES,
NUEVO EMBAJADOR DE ESPAÑA ANTE LA SANTA SEDE*
Sábado 16 de febrero de 1946
Señor Embajador:
Con viva satisfacción hemos recibido, de manos de vuestra Excelencia, que ha sabido acompañar el solemne acto con tan nobles y elevadas expresiones, las Cartas credenciales, con las que el Jefe del Estado español le acredita junto a Nos, como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario.
Tiene lugar el principio de su nueva y honrosa misión en un momento, en el que insignes prelados, de todas las partes de la tierra, se reúnen en el centro de la Cristiandad, ofreciendo a un mundo, que lentamente se repone de las amargas consecuencias de la guerra, el edificante espectáculo de una unidad y de una fraternidad, que tienen en Dios Nuestro Señor su fundamento.
Porque cuanto más difícil resulta para los pueblos, que han sufrido los horrores de la guerra, desenredarse de los contrastes y de los estorbos pasados y volverse lealmente hacia aquellos pensamientos de paz, que han de formar el ambiente propicio para la sana libertad y la reconstrucción; tanto más la Iglesia experimenta el deber maternal de ofrecer, como exige su misión, a este mundo, agitado y atormentado por fuerzas opuestas; un ejemplo patente y luminoso de lo que es una actitud justa y proporcionada a lo que se le debe a cada pueblo.
El pueblo español, no menos que las demás naciones, ha sabido comprender y apreciar dignamente el simbólico significado de este primer Consistorio de la postguerra ; y ahora este pueblo, cuya fidelidad a Jesucristo, cuya valerosa confesión de la fe no menos que sus preclaros méritos en la conservación y en la propagación de la religión católica quedan para siempre escritos con caracteres indelebles en el libro de la Historia de la Iglesia; este pueblo, que en su viva unión con la Sede de Pedro ha reconocido siempre una de las claves de su tradición nacional, tiene el gozo de contemplar que también a sus hijos, en este momento histórico, se les concede, el merecido puesto de honor.
Por una amorosa disposición de la Divina Providencia, a la nación española se le han ahorrado los horrores de la guerra mundial. Que el Omnipotente vele también sobre ella en el porvenir y le haga encontrar y seguir el recto sendero, que la lleve al progresivo desarrollo de su bienestar interior y a una eficaz colaboración en las urgentes necesidades comunes de esta humanidad, hambrienta de paz y de justicia.
Con este deseo, que estrecha en un abrazo de amor a todos los estados y a todas las clases de la nación, acogemos gustosos el ruego que se Nos ha manifestado y damos de todo corazón al Jefe del Estado, al Gobierno, a todo el pueblo español, para Nos amadísimo, y de manera especial a Vuestra Excelencia, con afecto paternal la Bendición Apostólica
* AAS 38 (1946) 180-181.
L’Osservatore Romano 17.2.1946, p.1.
Discorsi e Radiomessaggi VII, p.369-370.
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