PALABRAS DE SU SANTIDAD
A UN GRUPO DE PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA INTERNACIONAL DE EMIGRACIÓN*
Miércoles 17 de octubre de 1951
No es un discurso, bien lo sabéis, lo que Nos tenemos la intención de dirigiros, señoras y señores; pero Nos alegramos de poder acoger a un número tan considerable de participantes en la Conferencia de Emigración que acaba de tener lugar en Nápoles, y de todo corazón os damos la bienvenida.
Vuestras deliberaciones han versado sobre la emigración e inmigración, principalmente sobre la emigración de Europa hacia los países del otro lado del Océano, desde el Canadá hasta la América del Sur y Australia.
Nos no tenemos necesidad de deciros que la Iglesia católica se siente obligada en el más alto grado a interesarse en el problema de la emigración. Es que se trata de remediar inmensas necesidades: la falta de espacio y la falta de medios de existencia, porque la vieja patria no puede ya alimentar a todos sus hijos y porque la superpoblación obliga a éstos a emigrar; la miseria de los refugiados y de los expulsados, que por millones se ven forzados a renunciar al país en que nacieron, perdido para ellos, e irse lejos a buscarse y edificarse otro. La Iglesia siente estas desventuras tanto más que afectan en muy gran parte a sus propios hijos.
Nos alegramos de que vuestra Asamblea haya contribuido a que la opinión pública mundial adquiera consciencia de la gravedad de esta tarea. Y Nos alegramos doblemente de que los valores espirituales y morales que en la emigración y la inmigración deben ser salvados, protegidos, desarrollados, hayan encontrado un gran eco en vuestro Congreso; la dignidad y los derechos de la persona humana y de la familia, para que ésta siga reunida, para que pueda crearse un nuevo hogar y encontrar en él lo necesario a fin de vivir contenta y agradable a los ojos de Dios.
Nos sabemos cuánto resta todavía por hacer y cuántos trabajos y dificultades significa el establecimiento en un nuevo país y en un nuevo suelo. Nos os damos las gracias tanto más vivamente por vuestros esfuerzos, y desde el fondo del corazón invocamos sobre la obra de la emigración y de la inmigración la protección de Dios y la abundancia de sus divinos favores.
*ORe (Buenos Aires), año I, n°3 p.2.
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