DISCURSO DE SU SANTIDAD PÍO XII
A UN GRUPO DE DAMAS DE LA ACCIÓN CATÓLICA
DE LA ARCHIDIÓCESIS DE VALENCIA*
Domingo 29 de abril de 1956
Desde las orillas del Turia, perfumadas de azahares, habéis venido —Venerable Hermano e hijas amadísimas— hasta estas riberas del rubio Tíber, donde se diría que los más altos ideales —religión, arte, historia— se han hecho piedra para solaz y admiración de los mortales; y habéis venido, sobre todo, movidos por esa exquisita piedad filial, tan propia de vuestra gente y de vuestro pueblo, que no se contenta con felicitar de lejos a su Padre, sino que quiere decírselo de cerca y con ese lenguaje en donde más hablan los ojos que la boca, en donde quien escucha no son los oídos sino el corazón.
Con idéntica cordialidad queremos, amadísimos peregrinos valencianos, daros las más afectuosas gracias, mientras que os confesamos que, en tiempos tan difíciles y tan pródigos en problemas, en preocupaciones y aun en ansias, esta unanimidad de corazones, este afecto filial tan sentido y tan hondo que constantemente Nos circunda por parte de Nuestros hijos, no solamente Nos compensa de tantos dolores y tantas aflicciones, sino que de tal modo Nos llena el alma que casi Nos sentiríamos movidos a decir como el Apóstol (cf. 2 Cor 7, 4) que, entre tantas tribulaciones, el gozo es todavía más abundante hasta el punto de borrar toda impresión contraria. «Corona del anciano son los hijos y los nietos», dice el Espíritu Santo (Prov 17, 6), y añade todavía: «y los hijos honra de los padres». Bendita sea la infinita misericordia y bondad del Señor que Nos hace experimentar hoy, en vuestra presencia, la dulce verdad de tales palabras.
Pero vuestra venida a la Ciudad Eterna tiene otra finalidad, que no podríamos pasar en silencio. Valencia es tierra de santos, desde el glorioso diácono Vicente y aquel gran apóstol que fue San Vicente Ferrer, hasta aquellos insignes prelados que honraron su sede, como el Beato Juan de Ribera y Santo Tomás de Villanueva; Valencia fue siempre suelo fecundo para la santidad en las mujeres, y así os hablan vuestras historias de las Santas María y Gracia de Alcira y de la Beata Inés de Beniganin, sin que sea menester recordar a la que el mundo llamó Vizcondesa de Jorbalán y la Iglesia recuerda como Santa María Micaela del Santísimo Sacramento, apóstol insigne de la caridad y fundadora de un benemérito Instituto. Pero hoy Valencia quiere más y así, investigando cuidadosamente, ha recogido todos los testimonios posibles para probar que esa vena de santidad y de martirio no se ha agotado en aquella bendita tierra y entre vuestras mujeres, sino que sigue siempre floreciendo con el mismo vigor.
Vuestra piedad, al obrar así, es ciertamente laudable y si se tiene en cuenta que, entre vosotras no faltan personas unidas por el vínculo de la sangre a aquellas de quienes se trata; vuestra intención, al querer glorificar a las que sinceramente pensáis que son dignas de ello, no puede menos de ser respetada por todos; y este mismo acto vuestro de humilde sumisión al prudente juicio de los órganos eclesiásticos competentes resulta un testimonio más en favor vuestro. Seguid ahora con vuestras oraciones aquel trabajo emprendido con tanto entusiasmo, en la seguridad de que la luz del Espíritu Santo dirigirá todo, para que resulte lo que ha de ser mejor para gloria de Dios y honor de la Iglesia.
Pero hay un tercer elemento, que vuestra presencia Nos sugiere y que queremos recoger: todas sois miembros de la Acción Católica valenciana y representantes de una Rama fecundísima que, a través de sus Secretariados de caridad, familia, moralidad y otros muchos, lleva a cabo una magnífica labor.
Y si queréis una palabra para utilidad vuestra, como recuerdo práctico de esta audiencia, conservad en la memoria que tres fueron los afectos que, según personas bien informadas, resplandecieron especialmente en estas criaturas escogidas, a las que habéis dedicado vuestros trabajos: amor a la Santísima Eucaristía, centro de los espíritus, imán de los corazones, fuente inagotable de gracia, resumen de toda nuestra fe;
amor a su Madre queridísima, la Virgen de los Desamparados, objeto de predilección para todos los corazones levantinos Madre y Protectora de toda vuestra ciudad y región, Señora y Reina de toda la huerta valenciana y de todos sus buenos hijos;
amor, finalmente, a la Santa Madre Iglesia, arca segura de salvación, depositaria única de aquella verdadera fe que ha de llevar a todos al puerto de aquella vida eterna, a la que aspiramos.
Con estas recomendaciones, estos sentimientos y estos afectos os bendecimos, hijos queridísimos, con toda la efusión de Nuestro corazón paternal. Y al bendeciros a vosotros bendecimos igualmente a toda vuestra archidiócesis, con, su dignísimo Prelado a la cabeza, a toda la Acción Católica valenciana, a toda vuestra y región y a toda esa amadísima España, tan fecunda en frutos de martirio y de santidad.
* Discorsi e Radiomessaggi, vol. XVIII, págs. 141-143.
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