DISCURSO DEL SANTO PADRE PÍO XII
A LOS OFICIALES Y TRIPULANTES
DE LA NAVE-ESCUELA CHILENA «ESMERALDA» *
Domingo 20 de mayo de 1956
Empujada por vuestros piadosos deseos y vuestras filiales ansias, mucho más que por los vientos que henchían las velas y hacían rechinar la arboladura y las jarcias de vuestra «Esmeralda», habéis llegado, hijos amadísimos oficiales y tripulantes de la Nave-escuela chilena, hasta estas itálicas playas e inmediatamente habéis corrido a esta Casa del Padre común, que se complace en acogeros como hijos muy amados, que le traen las auras de un mundo que, no por estar físicamente de Nos tan lejano, lo está jamás de Nuestro recuerdo y de Nuestro corazón.
Buena embajada la que esta vez Nos envía el queridísimo Chile y bien representativa; pues, si de una nación puede asegurarse que, más que parte de un continente, es un balcón corrido y coronado de flores, por el que este continente se asoma sonriendo al mar; si de una tierra puede afirmarse que su vida es un continuo diálogo con las inmensidades del Océano; esa tierra y esa nación es la vuestra, desde las alturas del mismo Trópico, hasta las profundidades de Punta Arenas en plena Tierra del Fuego, pasando por las bellezas reflejadas en el mar de Concepción y de Valdivia, por las grandezas de las mesetas que a la sombra de las cumbres andinas dominan las playas sin fin, y por los encantos indefinibles de las mil y mil islas e islotes esparcidos en el mar azul, como perlas engastadas en un collar de oro por las manos mismas del Creador.
:Dejadnos, pues, decir que vuestro nombre de chilenos coincide perfectamente con vuestro título de marinos; pero dejadnos igualmente añadir, como una consecuencia natural, que vuestro apelativo de marinos chilenos es, además de una ejecutoria de honor, un serio compromiso adquirido ante vuestra conciencia y ante vuestra patria, no solamente para su protección y defensa, sino también para pasear con gloria por todos los mares y todos los puertos el nombre de una estirpe, que siempre se ha distinguido por su caballerosidad, por su espíritu leal, abierto y emprendedor, y por una profunda religiosidad, que la han hecho digna de ocupar un puesto distinguido en el seno de la gran familia católica.
Sois oficiales y tripulantes de una nave-escuela. Para los superiores gravísima responsabilidad, puesto que tienen en sus manos el futuro y el porvenir; para los alumnos ocasión de formarse cumplidamente, primero en el aspecto profesional —hoy tan lleno de exigencias por el increíble progreso de la ciencia náutica con todas sus aplicaciones y subsidios—, y luego en el aspecto humano desde la preparación física hasta la formación del carácter y la adquisición de aquellas virtudes, que han hecho siempre de auténtico marino, y del verdadero «lobo de mar», como decís vosotros, casi un asceta entregado al propio deber sin dilaciones ni desviaciones. Pero Nuestro deber de Padre de vuestras almas Nos impulsa en estos momentos a poneros especialmente de relieve que este período de preparación debéis considerarlo igualmente como un tiempo de formación espiritual, porque, como bien sabéis, en el mar se aprende especialmente a ver a Dios, habitando en aquellas inmensidades insondables que solamente El puede llenar; en el mar se encuentra más fácilmente a Dios, sin la distracción del estruendo del mundo vano y engañador; en el mar el hombre se siente más en las manos de Dios, al considerarse suspendido sobre aquellas ondas inestables; en el mar se vive mucho más cerca de Dios, al que el alma espontáneamente vuela entre aquellas soledades. Y en la disciplina de la gente de mar, en la vida dura de la navegación, en la convivencia forzada de las tripulaciones, no es difícil hallar una escuela eficacísima de aquellas mismas virtudes cristianas que arrancan a las almas de la cosas criadas y las elevan al Señor por los seguros caminos de la oración, de la renuncia, del deber cumplido y de aquella caridad y fraternidad, que acaso en ningún sitio se experimente tan profundamente como cuando hay que vivir unidos en el espacio estrecho de una quilla para correr la misma suerte.
Hijos amadísimos: bienvenidos y gracias por vuestra cariñosa visita. Vuestro Padre el Papa os encomienda a los cuidados maternales de vuestra especial patrona la Virgen del Carmen, pide por vosotros en este viaje vuestro y en todo lo demás, y os da también un saludo y una bendición para toda la marina chilena y para vuestra patria amadísima.
* Discorsi e Radiomessaggi, vol. XVIII, págs. 225-226.
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