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DISCURSO DE SU SANTIDAD PÍO XII
AL SEÑOR ALBERTO MARTÍN ARTAJO,
MINISTRO DE ASUNTOS EXTERIORES DE ESPAÑA
*

Castelgandolfo
Sábado 3 de noviembre de 1956

 

Señor Ministro:

A pesar de las estrecheces y angustias de tiempo, hemos querido vivamente acoger el deseo expresado en nombre de Vuestra Excelencia, con las ilustres personalidades que le acompañan, para manifestar que bien sabemos cuán sinceramente está inspirado por aquella fe y aquella práctica cristiana, que a Vuestra Excelencia distinguen como el más preciado de todos los títulos.

La importancia de la misión que Vuestra Excelencia, asesorado por los distinguidos colaboradores que en estos momentos le rodean, acaba de concluir, deberá ser justamente estimada en las esferas competentes. A Nos toca valorarla y ponderarla por lo que en sí contiene de elementos esencialmente benéficos y fraternos, precisamente en un momento en que el ritmo de la política mundial parece alterarse, amenazando o iniciando ya tremendas fracturas, cuya transcendencia difícilmente se podría calcular con ojos puramente humanos.

Los problemas mundiales, como todo movimiento en que intervienen fuerzas humanas más o menos regulables, tienen sus alternativas, en que no suelen faltar tampoco los oportunos remedios, cuando la fase no supera los límites ordinarios. Pero hay momentos en que estas energías parece que se desencadenan, provocando crisis capaces de hacer fruncir el entrecejo a la frente más serena. No falta quien piense, si no estaremos ahora en uno de esos instantes, cuando todo equilibrio amenaza ceder, todo freno comienza a parecer insuficiente y no se vislumbra más solución que el recurso a los principios eternos de fraternidad y de justicia, a la discreción y la prudencia, a la conciencia de la propia responsabilidad, a la exacta y tranquila valoración de los medios y de los fines, a la memoria perenne de la cuenta que cada. uno ha de rendir ante el tribunal de Dios y de la historia.

La España católica conoce lo que son ciertos horrores y puede ser que esta experiencia haya sido una gracia especial de lo alto, para mantenerla apartada de no leves peligros. Nuestro ferviente deseo es que ella sepa aprovechar tan señalado bien, progresando continuamente en la, reorganización de sus medios de producción, en la estructuración de sus instituciones fundamentales, en la regulación práctica de principios que ha siempre aceptado y reconocido, en la inserción de sus ricas esencias nacionales dentro de la armonía general de los pueblos, y sobre todo, en le plena pacificación de los espíritus, como consecuencia principal de una auténtica proyección de sus altos ideales cristianos sobre todos los aspec­tos de su vida económica, cultural y social.

Vuestra Excelencia, Señor Ministro, nacido y formado en el terreno escogido de una firme profesión católica, se diría que está especialmente preparado para una función tan por encima de todos los valores, que, por ser exclusivamente humanos, nunca podrán ser ni tan elevados, ni tan transcendentales. Nos así lo deseamos ardientemente, mientras que de todo corazón le bendecimos, lo mismo que a todas las personalidades presentes con una Bendición que hacemos extensiva al Jefe del Estado, a su Gobierno y a todo al amadísimo pueblo español.


*AAS 48 (1956) 825-826.

Discorsi e Radiomessaggi XVIII, p.651-652.

L’Osservatore Romano, 5-6.11.1956, p.1.

 



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