DISCURSO DEL SANTO PADRE PÍO XII
A UNA PEREGRINACIÓN DE DOSCIENTAS FAMILIAS
DE BARCELONA*
Sala Clementina
Jueves 9 de mayo de 1957
Como una nueva manifestación de amor filial y de adhesión a esta Sede Apostólica, al mismo tiempo que para pedirnos unas palabras de aliento y una Bendición, la Asociación espiritual de devotos del Glorioso Patriarca San José y la Junta de Obras del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona representadas por vosotros, Venerable Hermano y amadísimos hijos, han querido comparecer hoy en Nuestra presencia, con ocasión de cumplirse los 75 años de la colocación de la primera piedra de aquel famoso santuario que, sin estar aún terminado, es ya honra y honor de la entidad que le ha dado vida, no menos que de la ciudad en que se asienta.
Tres cuartos de siglo podrían parecer mucho; pero sin necesidad de traer a cuento aquellas vetustas catedrales que llevan escritas en sus piedras la historia secular de tantas ciudades ilustres, bastarían para explicarlo todo, por una parte, la misma imponente magnitud de la empresa, que se diría querer emular la grandeza de los más insignes templos de la Cristiandad, revistiéndola de aquella imponente belleza y aquel profundo contenido que podrían caber en la mente iluminada de vuestro renombrado Gaudí; y por otra, las difíciles circunstancias exteriores de los últimos decenios, tan poco favorables para una obra que, por lo menos, exige la paz que facilita el trabajo, la concordia de los espíritus que lo ilumina y lo dirige, y el respeto a la religión y a la fe que lo inspiran.
Pero vosotros, con vuestra característica tenacidad, creéis que vuestro Templo Expiatorio debe terminarse; y Nos lo deseamos para que muy pronto bajo sus bóvedas altísimas suba al cielo el humo del incienso reparador, por tantas ofensas como hoy recibe la Divina Majestad, precisamente en el seno de la familia: para que las multitudes puedan refugiarse en él, lejos del ruido del mundo, pidiendo por esta célula fundamental de la sociedad humana, base de la estabilidad social y, por consiguiente, punto de partida para la tranquilidad y la paz del orbe.
Entre las no pocas solicitudes, que Nuestro ministerio pastoral continuamente Nos impone, es para Nos objeto de preocupación constante ese elemento esencial de la sociedad y de la Iglesia, que se llama la familia. Y al pensar en los daños que hoy producen, o pueden producir, en ella, el ansia exagerada de bienestar material, que huye de la responsabilidad y del sacrificio; las agitaciones de la vida cotidiana, que hacen olvidar los superiores intereses espirituales; las exigencias del trabajo para todos, que disgrega el núcleo central familiar dispersando sus elementos; la tendencia a romper con los límites impuestos por la misma naturaleza al recato y al pudor, que quiere convertir a la mujer en algo bien distinto de esa cosa sagrada que es una madre; los principios falsos y disolventes que quisieran reducir lo que es un sacramento a una fútil unión caprichosa, temporánea y accidental; el excesivo espíritu de independencia, que no puede soportar ningún freno ni ninguna autoridad; volvemos espontáneamente los ojos a la Familia de Nazaret y una vez más, siguiendo las huellas de Nuestros ilustres Predecesores, la proponemos al mundo, «para que en ella puedan todos encontrar un motivo y una invitación, para el ejercicio de todas las virtudes» (cfr. Nenminem fugit, Leo XIII, 14 de Junio de 1892. - Leonis XIII Acta, vol. XII pág. 149 ss.).
Aprendan en ella los padres de familia la debida diligencia en procurar el verdadero bien de los suyos, rigiéndolos y encaminándolos a la patria eterna con perfecta conciencia de su propia responsabilidad, como representantes de Dios, que todo lo dirige con providencia y con amor; teniendo por entendido que de nada les servirá haber sido capaces de dirigir una empresa o una sociedad, si no han sabido regir su misma familia. Aprendan las madres a ser la compañera afectuosa, la educadora sabia y profunda, la reina de un hogar, que ha de tener como base principal su abnegación y su continuo sacrificio; sin olvidar jamás que, por encima de todas sus obligaciones sociales, están sus deberes para con la pequeña sociedad, cuyo tono, sobre todo en el orden religioso, puede depender especialmente de ella. Aprendan, finalmente, los hijos aquella sumisión y aquella obediencia, que para ellos es principio educador y para la familia es elemento de cohesión indispensable; en la seguridad de que por este camino recibirán orientación en la vida, y en su misma personalidad se verán continuadas las virtudes familiares, con ese orden y esa jerarquía, que la misma naturaleza impone en todas sus cosas.
Y entonces el hogar cristiano, a imitación de la casa de Nazaret, será un verdadero templo, donde se ora en común y se siente la presencia de un Dios, que cada uno mira y sirve desde su propio puesto; entonces será la primera y la más necesaria de todas las escuelas, donde se aprende insensiblemente la práctica de todas las virtudes; entonces podrá ser, como fue siempre, el refugio de las horas amargas, el lugar de expansión en las alegres, el centro de compenetración de los espíritus y el complemento natural de lo que cada uno de sus elementos necesita, para cumplir con su función social y hasta para satisfacer mejor sus deberes como cristiano y como hijo de la Iglesia.
Adelante, pues, Venerable Hermano y amados hijos; adelante sin cejar en vuestros esfuerzos, para que muy pronto en el cielo claro de vuestra Barcelona se conviertan en un elemento característico de vuestra ciudad las doce torres de vuestro Templo, recordando a todos que hay que acudir a este centro, que es la Iglesia, que hay que poner la mirada en estos ejemplos, que son los de la Sagrada Familia, si no se quiere ver la destrucción de la sociedad, al faltarle su apoyo principal, que es la familia. Y aunque es cierto que al hablar así no excluimos a nadie, sin embargo Nuestra intención especial se dirige a aquellos hijos Nuestros, tan amados también por tu corazón de padre, Venerable Hermano aquí presente, a quienes las necesidades de la vida y las exigencias del rudo trabajo cotidiano les hacen más semejantes todavía a aquella Sagrada Familia, que, antes que ellos, se santificó en la vida dura, y acaso hasta en el soportar tal vez las privaciones de la pobreza. A ellos especialmente, obreros barceloneses y trabajadores de todo el mundo, una exhortación muy especial y una Bendición para sus familias.
Pero vuestro Templo Expiatorio, con toda la grandiosidad de sus planes, no cuenta para el futuro, sino con la generosa aportación de las almas espléndidas. Para ellas, para las que han demostrado ya su liberalidad y para las que todavía han de demostrarla, la Bendición del Vicario de Cristo, con la seguridad de que el Dador de todo bien sabrá recompensarles ciento por uno.
Y finalmente, Venerable Hermano y amados hijos, una Bendición especialísima para vosotros, con Nuestra más sentida gratitud por vuestro artístico don. Bendición que vosotros os encargaréis de hacer llegar igualmente a cuantos en esta feliz iniciativa toman parte, a vuestras familias y amigos, a vuestra ciudad y diócesis, a vuestra región y a toda esa amadísima España, tan presente siempre en Nos al formular los mejores deseos de cristiana prosperidad.
* Discorsi e Radiomessaggi, vol. XIX, págs. 165-168.
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