En el espacio de una noche las llamas destruyen la Basílica. El papa León XII hace un llamamiento a todos los fieles[1]: la Basílica se reconstruirá idéntica, reutilizando las piezas que se han salvado del fuego, de modo que se mantenga la tradición cristiana de sus orígenes. Se modifica, se restaura, se derriba, se reconstruye[2]. No sólo responden en masa los católicos, sino que llegan donativos de todo el mundo, como los bloques de malaquita y de lapislázuli enviados por el Zar Nicolás I, que se usarán para los dos suntuosos altares laterales del transepto, o las columnas y las ventanas de alabastro finísimo regaladas por el rey Fuad I de Egipto, o también los pilares de alabastro enviados por el virrey de Egipto, Mohamed Alí. Es la obra más imponente de la Iglesia de Roma del siglo XIX. El 10 de diciembre de 1854, el papa Pío IX (1846-1876) consagra la “nueva” Basílica ante una gran número de cardenales y obispos de todo el mundo presentes en Roma para la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción[3].
1) Carta Ad plurimas del 25 de enero de 1825 2) Los arquitectos Valadier, luego Belli y más tarde Luigi Poletti dirigen las obras hasta 1869. 3) La lista con sus nombres está grabada en las paredes del ábside. |