MENSAJE EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LA ALIMENTACIÓN
Al señor Jacques Diouf
Director general de la FAO
En efecto, con demasiada frecuencia, la atención se desvía de las necesidades de las poblaciones, no se da la relevancia justa al trabajo del campo y no se presta el cuidado debido a los bienes de la tierra. Así se crean desequilibrios económicos y se ignoran la dignidad y los derechos inalienables de toda persona.
El tema de la actual Jornada, Unidos contra el hambre, es muy apropiado para recordar que hace falta el compromiso de todos a fin de dar al sector agrícola su justa importancia. Cada uno —tanto los individuos como las organizaciones de la sociedad civil, los Estados y las instituciones internacionales— debe dar prioridad a uno de los objetivos más importantes para la familia humana: acabar con el hambre. Para conseguir acabar con el hambre no sólo es necesario asegurar que haya suficientes alimentos a disposición, sino también que cada persona pueda acceder diariamente a ellos: esto significa promover los medios y recursos necesarios para sostener una producción y una distribución que favorezca que se goce plenamente del derecho a la alimentación.
Los esfuerzos por conseguir este objetivo seguramente ayudarán a realizar la unidad de la familia humana en el mundo. Hacen falta iniciativas concretas inspiradas en la caridad y la verdad, iniciativas capaces de afrontar los obstáculos naturales vinculados a los ciclos de las estaciones o a las condiciones ambientales, así como los obstáculos determinados por la acción del hombre. La caridad, si se practica a la luz de la verdad, puede ayudar a superar divisiones y conflictos hasta hacer circular de pueblo a pueblo, como un intenso intercambio, los bienes de la creación.
Un importante paso adelante fue la reciente decisión de la comunidad internacional acerca de la tutela del derecho al agua, que, como ha sostenido siempre la FAO, es esencial para la alimentación humana, las actividades rurales y la conservación de la naturaleza. En efecto, como observó mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II en el Mensaje para la XXII Jornada mundial de la alimentación, varias religiones y culturas reconocen un valor simbólico al agua, del cual «brota la invitación a ser plenamente conscientes de la importancia de este bien tan valioso y, en consecuencia, a revisar los modelos actuales de comportamiento, para garantizar, ahora y en el futuro, que todos los pueblos tengan acceso al agua indispensable para sus necesidades, y que las actividades productivas, en particular la agricultura, puedan gozar de cantidades adecuadas de este recurso inestimable» (Mensaje para la Jornada mundial de la alimentación, 13 de octubre de 2002: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de octubre de 2002, p. 9).
2. Si la comunidad internacional quiere actuar realmente «unida» contra el hambre, es preciso superar la pobreza mediante un desarrollo humano auténtico, fundado en la idea de persona como unidad de cuerpo, alma y espíritu. Hoy, en cambio, existe la tendencia a limitar la visión del desarrollo a la satisfacción de las necesidades materiales de la persona, sobre todo a través del acceso a la tecnología; un auténtico desarrollo no está simplemente en función de lo que una persona «tiene», sino que debe abrirse a los valores más elevados de la fraternidad, la solidaridad y el bien común.
Frente a las presiones de la globalización y bajo el influjo de intereses que a menudo son fragmentarios, es sabio proponer un modelo de desarrollo basado en la fraternidad: si se inspira en la solidaridad y se orienta al bien común, será capaz de proponer correcciones a la actual crisis mundial. Para sostener inmediatamente los niveles de seguridad alimentaria, es preciso pensar en financiaciones adecuadas a la agricultura, que reactiven los ciclos productivos, incluso frente al agravarse de las condiciones climáticas y medioambientales. Estas condiciones, hay que decirlo, tienen un fuerte impacto negativo sobre las poblaciones rurales, así como sobre los cultivos y los sistemas de producción, especialmente en los países ya probados por la carencia de nutrición básica. Los países más desarrollados deben ser conscientes de que las necesidades mundiales, cada vez mayores, requieren una contribución consistente de su parte. No pueden cerrarse a los demás: esta actitud no ayudaría a superar la crisis.
En este camino la FAO tiene la tarea indispensable de examinar la cuestión del hambre mundial a nivel institucional y proponer iniciativas particulares que comprometan a sus Estados miembros a responder a la demanda creciente de alimentos. De hecho, las naciones del mundo están llamadas a dar y recibir en proporción a sus necesidades efectivas, en razón de aquella «urgente necesidad moral de una renovada solidaridad, especialmente en las relaciones entre países en vías de desarrollo y países altamente industrializados» (Caritas in veritate, 49).
3. La reciente y meritoria campaña «1 Billion Hungry», mediante la cual la fao trata de que aumente la conciencia acerca de la urgencia de la lucha contra el hambre, ha puesto de relieve la necesidad de una respuesta adecuada tanto de parte de los distintos países como de parte de la comunidad internacional, incluso cuando la respuesta se limita a la asistencia o a la ayuda de urgencia. Por eso una reforma de las instituciones internacionales, pensada según el principio de subsidiariedad, es esencial, pues «las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos» (ib., 11).
Para eliminar el hambre y la malnutrición es necesario superar las barreras del egoísmo, a fin de dejar espacio a una fecunda gratuidad que debe manifestarse en la cooperación internacional como plena expresión de la fraternidad. Esto no excluye la justicia y es importante que se respeten y se apliquen las reglas establecidas, al igual que los planes de intervención y los programas de acción que sean necesarios. Cada persona, pueblo o nación debe tener la posibilidad de ser protagonista de su propio desarrollo, utilizando las aportaciones externas según las prioridades y las concepciones que encuentran su raíz en las técnicas tradicionales, en la cultura, en el patrimonio religioso y en la sabiduría transmitida de generación en generación en el seno de la familia.
A la vez que invoco la bendición del Altísimo sobre las actividades de la FAO, le confirmo, señor director general, que la Iglesia siempre está dispuesta a esforzarse por erradicar el hambre. La Iglesia trabaja constantemente, a través de sus instituciones, para aliviar las condiciones de miseria en las que se encuentra gran parte de la población mundial, muy consciente de que su compromiso en este campo forma parte de un esfuerzo común internacional para promover la unidad y la paz de la comunidad de los pueblos.
Vaticano, 15 de octubre de 2010BENEDICTUS PP. XVI
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana