DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA REUNIÓN DE LAS OBRAS DE AYUDA
A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)
Viernes 25 de julio de 2010
Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la ROACO:
Os acojo con alegría para la sesión de verano de la Reunión de las Obras de ayuda a las Iglesias orientales y agradezco de corazón al cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, el saludo que me ha dirigido. Le correspondo con mi saludo, acompañado por el recuerdo al Señor, y lo extiendo al arzobispo secretario, al subsecretario y a los colaboradores del dicasterio. Asimismo, saludo cordialmente al representante pontificio en Jerusalén, en Israel y en Palestina, al arzobispo maronita de Chipre y al padre custodio de Tierra Santa, aquí presentes junto a los representantes de las Agencias católicas internacionales y de la Universidad de Belén. Expreso a todos mi gratitud y la de toda la Iglesia, en particular de los pastores y de los fieles orientales y latinos de los territorios encomendados a la Congregación oriental y de cuantos han emigrado de la madre patria.
Todos deseamos a Tierra Santa, a Irak y a Oriente Medio el don de una paz estable y de una convivencia sólida, que nacen del respeto de los derechos de la persona, de las familias, de las comunidades y de los pueblos, y de la superación de toda discriminación religiosa, cultural o social. Confío a Dios, pero también a vosotros, el llamamiento que lancé en Chipre en favor del Oriente cristiano. Como instrumentos de la caridad eclesial, colaborad cada vez más en la edificación de la justicia en la libertad y en la paz.
Aliento a los hermanos y hermanas que comparten en Oriente el don inestimable del Bautismo a que perseveren en la fe y, a pesar de los numerosos sacrificios, permanezcan en la tierra donde nacieron. Al mismo tiempo, exhorto a los emigrantes orientales a no olvidar sus orígenes, especialmente religiosos. Su fidelidad y su coherencia humanas y cristianas dependen de ello. Deseo rendir un homenaje especial a los cristianos que sufren la violencia a causa del Evangelio, y los encomiendo al Señor. Cuento siempre con los responsables de las naciones a fin de que garanticen de manera real, sin distinción y en todas partes, la profesión pública y comunitaria de las convicciones religiosas de cada persona.
El año pasado, en esta ocasión y con motivo del Año sacerdotal, pedí que se dedicara especial atención a los ministros de Cristo y de la Iglesia. Se produjeron frutos abundantes de santificación no sólo para los sacerdotes sino también para todo el pueblo de Dios. Supliquemos al Espíritu Santo que confirme estos signos de la benevolencia divina mediante el don de vocaciones, que la comunidad eclesial tanto necesita, en Occidente y en Oriente.
Me alegra constatar que las Iglesias orientales católicas han colaborado con celo para el logro de los objetivos del Año sacerdotal y han querido sostener las obras de ayuda de la ROACO también en este ámbito. No habéis considerado sólo la formación de los candidatos al orden sagrado, que es una prioridad constante, sino también las exigencias del clero activo en la pastoral, como por ejemplo una profundización espiritual y cultural y ayudas a los sacerdotes, sobre todo en la difícil, pero al mismo tiempo fecunda, etapa de la enfermedad y la vejez. De ese modo, contribuís a irradiar en la Iglesia y en la sociedad actual el don precioso e indispensable del servicio sacerdotal. En el mundo antiguo Oriente era sede de grandes escuelas de espiritualidad sacerdotal. La Iglesia de Antioquía, por citar un ejemplo, dio santos excepcionales: sacerdotes sumamente cultos, que en primera línea no se pusieron a sí mismos, sino a Cristo y a los Apóstoles. Se dedicaron totalmente al anuncio de la Palabra y a la celebración de los misterios divinos. Estaban en condiciones de conmover profundamente la conciencia de las personas y de llegar a donde con medios meramente humanos no se habría podido llegar.
Queridos amigos, con vuestro compromiso contribuís sobre todo a que los sacerdotes de las Iglesias orientales en nuestro tiempo puedan ser eco de esta herencia espiritual. A la red de instituciones escolares y sociales, que es justamente una instancia vuestra, esto dará un fuerte impulso siempre que desemboque en una perspectiva pastoral firme. Cuando en su servicio los sacerdotes se guían por motivos realmente espirituales, también los laicos se ven fortalecidos en su compromiso de ocuparse de las cosas temporales según la propia vocación cristiana.
Ahora tenemos la tarea común de preparar la Asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los obispos. Doy gracias a Dios por esta iniciativa, que ya está dando buenos frutos de «comunión y testimonio» para los cuales se convocó inicialmente el Sínodo. El año pasado en Castelgandolfo tuve el placer de anunciar esta Asamblea sinodal durante un encuentro de oración y reflexión fraterna con los patriarcas y los arzobispos mayores de las Iglesias orientales. Durante mi reciente visita a Chipre, que recuerdo con mucha gratitud a Dios y a quienes me acogieron, entregué el Instrumentum laboris de esta Asamblea especial a los representantes del Episcopado de Oriente Medio. Me alegra la amplia cooperación que hasta ahora han ofrecido las Iglesias orientales y el trabajo que desde el principio ha realizado y sigue realizando la ROACO para este acontecimiento histórico. Este esfuerzo conjunto dará resultados fecundos gracias a la presencia de algunos de vuestros representantes en esa asamblea episcopal y a la relación constante con la Congregación para las Iglesias orientales.
Queridos amigos, os pido que contribuyáis con vuestras obras a mantener viva la «esperanza que no falla» entre los cristianos de Oriente (Rm 5, 5; cf. Instrumentum laboris, Conclusiones). En el «pequeño rebaño» (Lc 12, 32) que forman estos cristianos ya es operante el futuro de Dios y el Evangelio describe el «camino estrecho» que están recorriendo como «camino que lleva a la vida» (Mt 7, 13-14). Quisiéramos estar siempre a su lado. Confiando en la intercesión de la santísima Madre de Dios y de los apóstoles san Pedro y san Pablo, encomiendo al Señor a los benefactores, los amigos y los colaboradores vivos y difuntos, vinculados de distintos modos a la ROACO, con un recuerdo especial para monseñor Padovese, recientemente desaparecido, mientras imparto a cada uno de vosotros, a los miembros de las Agencias internacionales y a quienes las sostienen, al igual que a todas las amadas Iglesias orientales católicas, la confortadora bendición apostólica.
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