Catequesis 3. El Evangelio es solo uno
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Cuando se trata del Evangelio y de la misión de evangelizar, Pablo se entusiasma, sale fuera de sí. Parece que no ve otra cosa que esta misión que el Señor le ha encomendado. Todo en él está dedicado a este anuncio, y no posee otro interés que no sea el Evangelio. Es el amor de Pablo, el interés de Pablo, el trabajo de Pablo: anunciar. Llega incluso a decir: «Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio» (1 Cor 1,17). Pablo interpreta toda su existencia como una llamada a evangelizar, a dar a conocer el mensaje de Cristo, a dar a conocer el Evangelio: «¡ay de mí —dice— sino predicara el Evangelio» (1 Cor 9,16). Y escribiendo a los cristianos de Roma, se presenta sencillamente así: «Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios» (Rm 1,1). Esta es su vocación. En resumen, es consciente de haber sido “escogido” para llevar el Evangelio a todos, y no puede hacer otra cosa que dedicarse con todas sus fuerzas a esta misión.
Se comprende por tanto la tristeza, la desilusión e incluso la amarga ironía del apóstol con los Gálatas, que a sus ojos están tomando un camino equivocado, que los llevará a un punto sin retorno: se han equivocado de camino. El eje en torno al cual todo gira es el Evangelio. Pablo no piensa en los “cuatro evangelios”, como es espontáneo para nosotros. De hecho, mientras está enviando esta Carta, ninguno de los cuatro evangelios ha sido escrito todavía. Para él el Evangelio es lo que él predica, esto que se llama el kerygma, es decir el anuncio. Y ¿qué anuncio? De la muerte y resurrección de Jesús como fuente de salvación. Un Evangelio que se expresa con cuatro verbos: «Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; fue sepultado, resucitó al tercer día, según las Escrituras y se apareció a Cefas» (1 Cor 15,3-5). Este es el anuncio de Pablo, el anuncio que nos da vida a todos. Este Evangelio es el cumplimiento de las promesas y es la salvación ofrecida a todos los hombres. Quien lo acoge es reconciliado con Dios, es acogido como un verdadero hijo y obtiene en herencia la vida eterna.
Ante de un don tan grande que se les ha entregado a los Gálatas, el apóstol no logra explicarse por qué están pensando en acoger otro “evangelio”, quizá más sofisticado, más intelectual… otro “evangelio”. Hay que notar, sin embargo, que estos cristianos todavía no han abandonado el Evangelio anunciado por Pablo. El apóstol sabe que están todavía a tiempo para no realizar un paso en falso, pero les advierte con fuerza, con mucha fuerza. Su primer argumento apunta directamente sobre el hecho de que la predicación realizada por los nuevos misioneros —estos que predican la novedad— no puede ser el Evangelio. Es más, es un anuncio que distorsiona el verdadero Evangelio porque impide alcanzar la libertad —una palabra clave— que se adquiere por la fe. Los Gálatas son todavía “principiantes” y su desorientación es comprensible. No conocen todavía la complejidad de la Ley mosaica y el entusiasmo por abrazar la fe en Cristo les empuja a escuchar a estos nuevos predicadores, bajo la ilusión de que su mensaje sea complementario con el de Pablo. Y no es así.
El apóstol, sin embargo, no puede arriesgarse a que se creen compromisos en un terreno tan decisivo. El Evangelio es solo uno y es el que él ha anunciado; no puede existir otro. ¡Atención! Pablo no dice que el verdadero Evangelio es el suyo porque lo ha anunciado él, ¡no! Esto no lo dice. Esto sería presuntuoso, sería vanagloria. Afirma más bien, que “su” Evangelio, el mismo que los otros apóstoles iban anunciando en otros lugares, es el único auténtico, porque es el de Jesucristo. Escribe así: «Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo» (Gal 1,11). Se comprende entonces por qué Pablo utiliza términos muy duros. Usa dos veces la expresión “anatema” que indica la exigencia de tener lejos de la comunidad lo que amenaza sus fundamentos. Y este nuevo “evangelio” amenaza los fundamentos de la comunidad. En resumen, sobre este punto el apóstol no deja espacio a la negociación: no se puede negociar. Con la verdad del Evangelio no se puede negociar. O tú recibes el Evangelio como es, como ha sido anunciado, o recibes otra cosa. Pero el Evangelio no puede ser negociado. No se puede llegar a acuerdos: la fe en Jesús no es una mercancía a negociar: es salvación, es encuentro, es redención. No se vende a bajo costo.
Esta situación descrita al principio de la Carta parece paradójica, porque todos los sujetos en cuestión parecen animados por buenos sentimientos. Los Gálatas que escuchan a los nuevos misioneros piensan que con la circuncisión podrán estar aún más entregados a la voluntad de Dios y por tanto agradar aún más a Pablo. Los enemigos de Pablo parecen estar animados por la fidelidad a la tradición recibida por los padres y consideran que la fe genuina consista en la observancia de la Ley. Ante de esta suma fidelidad justifican incluso las insinuaciones y las sospechas sobre Pablo, considerado poco ortodoxo en lo relacionado con la tradición. El mismo apóstol es bien consciente de que su misión es de naturaleza divina —¡ha sido revelada por Cristo, a él!— y por tanto está movido por el total entusiasmo por la novedad del Evangelio, que es una novedad radical, no es una novedad pasajera: no hay evangelios “de moda”, el Evangelio es siempre nuevo, es la novedad. Su inquietud pastoral lo lleva a ser severo, porque ve el gran riesgo que se cierne sobre los jóvenes cristianos. En resumen, en este laberinto de buenas intenciones es necesario desprenderse, para acoger la verdad suprema que se presenta como la más coherente con la Persona y la predicación de Jesús y su revelación del amor del Padre. Esto es importante: saber discernir. Muchas veces hemos visto en la historia, y también lo vemos hoy, algún movimiento que predica el Evangelio con una modalidad propia, a veces con carismas verdaderos, propios; pero después exagera y reduce todo el Evangelio al “movimiento”. Y esto no es el Evangelio de Cristo: esto es el Evangelio del fundador, de la fundadora y esto sí, podrá ayudar al principio, pero al final no da frutos porque no tiene raíces profundas. Por esto, la palabra clara y decidida fue provechosa para los Gálatas y es provechosa también para nosotros. El Evangelio es el don de Cristo para nosotros, es Él mismo quien lo revela. Esto es lo que nos da vida.
Saludos:
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor que nos conceda la gracia de perseverar en el seguimiento del Señor Jesús, para que nuestra vida sea, a los ojos de nuestros hermanos y hermanas, un testimonio gozoso del amor de Dios por toda la humanidad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
LLAMAMIENTO POR EL LÍBANO
Un año después de la terrible explosión en el puerto de Beirut, capital del Líbano, que causó muerte y destrucción, llevo en mis pensamientos a ese amado País, sobre todo a las víctimas, a sus familias, a los numerosos heridos y a cuantos han perdido la casa y el trabajo. Y muchos son los que han perdido la ilusión de vivir.
En la jornada de reflexión y oración por el Líbano, el pasado 1 de julio, junto con los líderes religiosos cristiano, hemos hecho nuestras las aspiraciones y las expectativas del pueblo libanés, cansado y decepcionado, y le pedimos a Dios la luz de la esperanza para superar esa dura crisis. Hoy dirijo un llamamiento a la comunidad internacional, pidiéndole que ayude al Líbano a emprender un camino de “resurrección”, a través de gestos concretos, no sólo con palabras, sino con gestos concretos. En este sentido, espero que la conferencia, promovida por Francia y las Naciones Unidas, que se está ahora celebrando, sea fructífera.
Querido libaneses, mi deseo de ir a visitarlos es grande. No me canso de rezar por ustedes, pidiendo que Líbano vuelva a ser un mensaje de fraternidad, un mensaje de paz para todo Oriente Medio.
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Este pasaje de la Carta a los Gálatas nos descubre que san Pablo entiende su vida como una llamada a evangelizar, misión a la que se dedica con todas sus fuerzas. Para el Apóstol el Evangelio es el Kerygma, es decir, el anuncio de la muerte y resurrección de Cristo, misterio pascual en el que Dios cumple sus promesas a Israel y ofrece la salvación a todos los hombres. Acogiendo el Evangelio nos reconciliamos con Dios nuestro Padre, nos convertimos en hijos suyos y herederos de la vida eterna.
Por eso, cuando Pablo ve que la comunidad de los Gálatas corre el peligro de dar oídos a falsos predicadores y desviarse del camino de la fe, los invita a permanecer fieles al único Evangelio, que no es observancia de la ley, sino configuración con la Persona de Jesucristo, que nos libra de la muerte y del pecado.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana