[Panamá, 12-14 de marzo de 2024]
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Estimados congresistas:
Quiero enviar mi saludo a los organizadores y participantes en este III Congreso Latinoamericano promovido por el CEPROME bajo el título «Vulnerabilidad y abuso: Hacia una mirada más amplia de la prevención» y encomendar al Señor sus trabajos para seguir avanzando en la erradicación de la lacra de los abusos en todos los ámbitos de la sociedad.
En mi encuentro del pasado 25 de septiembre con una delegación de este Consejo, evidenciaba el compromiso de la Iglesia por ver en cada una de las víctimas el rostro de Jesús sufriente. Pero, al mismo tiempo, la necesidad de poner a sus pies «el sufrimiento que hemos recibido y causado», pidiéndole por «los pecadores más infelices y desesperados, por su conversión, para que puedan ver en el otro los ojos de Jesús que les interpelan».
En esa ocasión los invitaba, y los invito también hoy, a ver esta problemática con los ojos de Dios, a entablar un diálogo con Él. Esa mirada divinizada puede ayudar a nuestra comprensión de la vulnerabilidad, pues el Señor ha sacado “fuerza de lo débil, haciendo de la fragilidad su propio testimonio” (cf. Prefacio de los mártires, I). Dios nos llama a un cambio de mentalidad absoluto sobre nuestra concepción de las relaciones privilegiando al menor, al pobre, al servidor, al ignorante, sobre el mayor, el rico, el amo, el letrado, en base a la capacidad de acoger la gracia que nos viene dada por Dios y de hacernos nosotros mismos don para los demás.
Ver la propia flaqueza como una excusa para dejar de ser personas cabales y cristianos enteros, incapaces de asumir el control de su destino, creará personas infantiles, resentidas, y en modo alguno representa la pequeñez a la que Jesús nos invita. Por el contrario, la fortaleza de aquel que, como san Pablo, se gloría en sus debilidades y confía en la gracia del Señor (cf. 2 Co 12,8-10) es un don que hemos de pedir de rodillas para nosotros y para los demás. Con ella, podremos afrontar las contradicciones de la vida y dar una contribución al bien común en la vocación a la que hayamos sido llamados.
En orden a la prevención, nuestros trabajos tienen que mirar sin duda a erradicar las situaciones que protegen a quien se escuda en su posición para imponerse al otro de forma perversa, pero también a comprender por qué es incapaz de relacionarse con los demás de forma sana. Del mismo modo, no puede ser indiferente la razón por la que algunos aceptan ir contra la propia conciencia, por temor, o se dejan engatusar con falsas promesas, sabiendo en el fondo de su corazón que están en el camino equivocado. Humanizar las relaciones en cualquier sociedad, también en la Iglesia, supone trabajar con denuedo para formar personas maduras, coherentes, que, firmes en su fe y en sus principios éticos, sean capaces de afrontar el mal, dando testimonio de la verdad con mayúsculas.
Una sociedad que no esté basada en esos presupuestos de entereza moral será una sociedad enferma, con relaciones humanas e institucionales pervertidas por el egoísmo, la desconfianza, el miedo y el engaño. Pero nosotros confiamos nuestra debilidad en la fuerza que el Señor nos da. Y reconocemos que «llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios» (2 Co 4,7).
Pidamos al Rey de los mártires esa gracia para ser sus testigos en el mundo. Que Él los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Roma, San Juan de Letrán, 1 de marzo de 2024
FRANCISCO
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