DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL CONSEJO DE SEGURIDAD DE LAS NACIONES UNIDAS
Miércoles, 14 de junio de 2023
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[Discurso del Santo Padre al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas leído por S.E. Mons. Paul R. Gallagher]
Señora Presidenta del Consejo de Seguridad,
Señor Secretario General,
Estimado gran Imán de Al-Azhar,
Señoras y señores:
Les agradezco la amable invitación a dirigirme a ustedes, que he aceptado de buen grado porque estamos viviendo un momento crucial para la humanidad, en el que la paz parece sucumbir ante la guerra. Los conflictos aumentan mientras que la estabilidad se ve cada vez más amenazada. Estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedazos y, cuanto más pasa el tiempo, parece extenderse más. El Consejo, que tiene como misión velar por la seguridad y la paz en el mundo, aparece a veces ante los ojos de los pueblos impotente y paralizado. Pero vuestro trabajo, que la Santa Sede aprecia, es esencial para promover la paz, y precisamente por eso quisiera
exhortarlos, vehementemente, a afrontar los problemas comunes dejando de lado ideologías y particularismos, visiones e intereses partidistas, y cultivando un solo propósito: trabajar por el bien de toda la humanidad. En efecto, esperamos de este Consejo que respete y aplique «la Carta de las Naciones Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como un punto de referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para disfrazar intenciones espurias» [1].
En el mundo globalizado de hoy, todos estamos más cerca, pero no por eso somos más hermanos. Es más, sufrimos una falta de fraternidad que se hace visible en las abundantes situaciones de injusticia, pobreza y desigualdad, y por la falta de una cultura de la solidaridad. «Las nuevas ideologías, caracterizadas por un difuso individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los lazos sociales, fomentando esa mentalidad del “descarte”, que lleva al desprecio y al abandono de los más débiles, de cuantos son considerados “inútiles”. Así la convivencia humana se parece cada vez más a un mero do ut des pragmático y egoísta» [2]. Pero el peor efecto de esta carestía de fraternidad son los conflictos armados y las guerras, que no sólo enemistan a las personas, sino también a pueblos enteros, cuyas consecuencias negativas repercuten por generaciones. Con el nacimiento de las Naciones Unidas parecía que la humanidad había aprendido a dirigirse, después de dos terribles guerras mundiales, hacia una paz más estable; a convertirse, finalmente, en una familia de naciones. Pero en cambio parece que se esté retrocediendo nuevamente en la historia, con el surgimiento de nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos, que han encendido conflictos que no son solamente anacrónicos y superados, sino aún más violentos [3].
Como hombre de fe creo que la paz sea el sueño de Dios para la humanidad. Sin embargo, constato lastimosamente que por culpa de la guerra este sueño maravilloso se esté convirtiendo en una pesadilla. Es verdad, desde el punto de vista económico, la guerra atrae más que la paz, en cuanto favorece la ganancia, pero siempre de unos pocos y en detrimento del bienestar de enteras poblaciones. El dinero ganado con la venta de armas es dinero manchado con sangre inocente. Hace falta más valor para renunciar a una ganancia fácil y preservar la paz que para vender armas, cada vez más sofisticadas y poderosas. Hace falta más valor para buscar la paz que para hacer la guerra. Hace falta más valor para promover el encuentro que para provocar el enfrentamiento; para sentarse en una mesa de negociaciones que para continuar con las hostilidades.
Para construir la paz es necesario salir de la lógica de la legitimidad de la guerra; si esto podía tener valor en tiempos pasados, en los que los conflictos armados tenían una capacidad más limitada, hoy, con las armas nucleares y de destrucción de masa, el campo de batalla se ha vuelto prácticamente ilimitado y los efectos, potencialmente catastróficos. Ha llegado el tiempo para decir seriamente “no” a la guerra, para afirmar que las guerras no son justas, sólo la paz es justa; una paz estable y duradera, no construida sobre el equilibrio tambaleante de la disuasión, sino sobre la fraternidad que nos une. De hecho, estamos en camino sobre la misma tierra, todos como hermanos y hermanas, moradores de la única casa común, y no podemos oscurecer el cielo bajo el que vivimos con las nubes de los nacionalismos. ¿A dónde iremos a parar si cada uno piensa sólo en sí mismo? Por ello, cuantos trabajan en la construcción de la paz deben promover la fraternidad. Es un trabajo artesanal que requiere pasión y paciencia, experiencia y amplitud de miras, tenacidad y dedicación, diálogo y diplomacia. Y escucha; escuchar el grito de los que sufren por causa de los conflictos, y particularmente el de los niños. Sus ojos bañados de lágrimas nos juzgan; el futuro que les preparamos a ellos será luego el tribunal de nuestras elecciones actuales.
¡La paz es posible, si se busca verdaderamente! Esta debería encontrar en el Consejo de Seguridad «sus características fundamentales, que una errónea concepción de la paz hace olvidar fácilmente: la paz debe ser racional, no pasional; magnánima, no egoísta; la paz debe ser no inerte y pasiva, sino dinámica, activa y progresiva a medida que justas exigencias de los declarados y ecuánimes derechos del hombre reclamen de ella nuevas y mejores expresiones; la paz no debe ser débil, inútil y servil, sino fuerte, tanto por las razones morales que la justifican como por el consentimiento compacto de las naciones que la deben sostener» [4].
Todavía estamos a tiempo para escribir un capítulo de paz en la historia. Podemos lograrlo haciendo que la guerra pertenezca al pasado y no al futuro. Los debates en el seno de este Consejo de Seguridad están ordenados y sirven a este propósito. Quisiera insistir una vez más en una palabra que me gusta repetir porque la considero decisiva: fraternidad. Esta no puede quedarse como una idea abstracta, sino convertirse en un punto de partida concreto; es, de hecho,«una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera» [5].
Por la paz, por toda iniciativa de paz y proceso de paz les aseguro mi apoyo, mi oración y la de todos los fieles católicos. Hago votos para que no sólo este Consejo de Seguridad, sino toda la Organización de las Naciones Unidas, todos sus Estados miembros y cada uno de sus funcionarios, puedan prestar un servicio eficaz a la humanidad, asumiendo la responsabilidad de custodiar no sólo el propio futuro, sino el de todos, con la audacia de renovar ahora, sin miedo, todo lo que sea necesario para promover la fraternidad y la paz del entero planeta. «Felices los que trabajan por la paz» (Mt 5,9).
[1] Discurso a la Organización de las Naciones Unidas (25 septiembre 2015).
[2] Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2014).
[3] Cf. Carta enc. Fratelli tutti, 11.
[4] S. Pablo VI, Mensaje para la VI Jornada de la Paz (1 enero 1973).
[5] Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2014).
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