CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LA PASTORAL DE LA SALUD
CON MOTIVO DE LA IX JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
(SYDNEY, AUSTRALIA, 11 DE FEBRERO 2001)
A mi venerado hermano
Arzobispo Javier LOZANO BARRAGÁN
Presidente del Consejo pontificio
para la pastoral de la salud
En la paz que viene de Dios, lo saludo a usted y a todos los que están congregados en la catedral de Santa María en Sydney para el sacrificio eucarístico, que es el verdadero corazón de la IX Jornada mundial del enfermo. Le pido que transmita al cardenal Edward Clancy y a la Iglesia que está en Sydney y en toda Australia la seguridad de mi cercanía en la oración, mientras estáis reunidos para reflexionar sobre cómo la nueva evangelización, necesaria al comienzo del tercer milenio cristiano, debe responder a las numerosas y complejas cuestiones que surgen en el campo de la asistencia sanitaria, siempre a la luz de la cruz de Cristo, en quien el sufrimiento humano encuentra "su supremo y más seguro punto de referencia" (Salvifici doloris, 31).
Pocas áreas de la actividad humana están tan sometidas a los profundos cambios sociales y culturales que afectan a la época contemporánea como la asistencia sanitaria. Esta es una de las razones por las que en 1985 constituí el organismo que se ha transformado en el Consejo pontificio para la pastoral de la salud, que usted diligentemente preside. A lo largo de los años, el Consejo pontificio ha prestado un inestimable servicio no sólo a las personas implicadas directamente en la asistencia sanitaria católica, sino también a la comunidad más amplia que afronta las numerosas cuestiones que han llegado a ser más apremiantes aún desde que se fundó el Consejo. Doy fervientemente gracias a Dios todopoderoso por este servicio.
En el alba del nuevo milenio, es más urgente que nunca que el Evangelio de Jesucristo impregne todos los aspectos de la asistencia sanitaria; por eso me complace la elección del tema para esta Jornada mundial del enfermo: "La nueva evangelización y la dignidad del hombre que sufre". La evangelización debe ser nueva —nueva en sus métodos y nueva en su ardor—, porque muchas cosas han cambiado y están cambiando en la asistencia de los enfermos. No sólo la asistencia sanitaria afronta presiones económicas y complejidades legales sin precedentes; también existe al mismo tiempo una incertidumbre ética que tiende a oscurecer lo que siempre ha sido su fundamento moral evidente. Esta incertidumbre puede desembocar en una confusión fatal, manifestándose como una incapacidad de comprender que el fin esencial de la asistencia sanitaria consiste en promover y salvaguardar el bienestar de quienes la necesitan, que la investigación y la práctica de la medicina no deben separarse de los imperativos éticos, que los débiles y los que pueden parecer improductivos a los ojos de una sociedad consumista tienen una dignidad inviolable que siempre ha de respetarse, y que la asistencia sanitaria debería ser siempre accesible, como un derecho básico, a todas las personas, sin excepción alguna. Por lo que respecta a todo esto, desearía aplicar a la tarea del Consejo pontificio y a las discusiones de vuestra Conferencia lo que afirmé en mi reciente carta apostólica Novo millennio ineunte al concluir el Año jubilar: resulta cada vez más importante "explicar adecuadamente los motivos de la posición de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores arraigados en la naturaleza misma del ser humano" (n. 51).
La Jornada mundial del enfermo tiene una palabra vital que decir, y el Consejo pontificio tiene un papel indispensable que desempeñar en la misión de la Iglesia de proclamar al mundo el evangelio de vida y amor.
Mientras estáis reunidos en este día dedicado a Nuestra Señora de Lourdes, en la catedral consagrada a María Auxilio de los cristianos, lo encomiendo a usted y al cardenal Clancy, al Consejo pontificio para la pastoral de la salud y a todos los que participan en la Jornada mundial del enfermo, a la intercesión amorosa de María santísima, la mujer a quien la Iglesia invoca como "Salud de los enfermos". Como prenda de alegría y paz en su Hijo, el Redentor del mundo, le imparto de buen grado mi bendición apostólica.
Vaticano, 18 de enero de 2001
JUAN PABLO II
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