DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS RELIGIOSAS DE CLAUSURA EN EL CARMELO DE NAIROBI
Miércoles 7 de mayo de 1980
Queridas hermanas en Nuestro Señor Jesucristo:
1. Puesto que soy vecino vuestro durante dos días, no puedo dejar de venir y visitar vuestro Carmelo. Me da gran alegría saber que cerca de la morada del Representante del Papa hay una casa de oración donde se cantan incesantemente alabanzas a Dios y se ofrece con gozosa generosidad al Padre el sacrificio de vuestra vida de clausura. El hecho de que otras comunidades contemplativas de Kenia se hayan reunido aquí, aumenta mi gozo. Mis queridas hermanas: Os traigo el saludo y el amor de la Iglesia entera, y os doy las gracias por vuestra contribución a la evangelización, y por las motivaciones que alientan vuestra vida. Sí, es una aportación grande a la gracia de Dios y al poder de la muerte y resurrección del Señor, el hecho de que la vida religiosa contemplativa haya arraigado hace muchos años en el suelo africano, produciendo abundantes frutos de justicia y santidad de vida. Sois sin duda las depositarias de un don particular de Dios, el de la vocación contemplativa en la Iglesia. La instauración de la vida contemplativa en una Iglesia local es índice importante de la implantación dinámica del Evangelio en el corazón del pueblo. Junto con la actividad misionera, es signo de madurez de la Iglesia local. Vivir la santidad de Cristo y participar del deseo ardiente de su corazón —"es preciso que anuncie también el Reino de Dios en otras ciudades, pues para esto he sido enviado" (Lc 4, 43)— son éstas las improntas de la Iglesia de Cristo.
2. Aquí, en el corazón de Kenia, estáis llamadas a realizar vuestra sublime misión en el Cuerpo de Cristo, la vocación de perpetuar la vida de oración e inmolación amorosa de Cristo. La Iglesia aprendió de su Fundador —y siglos de experiencia han confirmado su honda convicción— que la unión con Dios es vitalmente necesaria para actuar con fruto, Jesús nos dijo: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5). La Iglesia está firmemente convencida, y lo proclama con fuerza y sin vacilar, de que hay una relación íntima entre oración y difusión del Reino de Dios, entre oración y conversión de los corazones, entre oración y aceptación fructuosa del mensaje salvador y sublime del Evangelio. Sólo esto es ya bastante para garantizaros a vosotras y a todas las religiosas contemplativas del mundo lo necesaria que es vuestra función en la Iglesia, lo importante que es vuestro servicio al pueblo, y cuán grande es vuestra aportación a la evangelización de Kenia y de toda África.
3. Además, en vuestra vida de oración se continúa la alabanza de Cristo a su Eterno Padre. La totalidad de su amor al Padre y de su obediencia a la voluntad del Padre, se refleja en vuestra consagración radical por amor. Su inmolación abnegada en favor de su Cuerpo que es la Iglesia, se expresa en el ofrecimiento de vuestra vida unida a su sacrificio. La renuncia que entraña vuestra vocación pone de manifiesto la prioridad del amor de Cristo en vuestra vida. En vosotras la Iglesia da testimonio de su función fundamental, que es, como dije en mi Encíclica, "orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo" (Redemptor hominis 10).
4. Vuestra vida y actividades constituyen una parte muy importante de la Iglesia entera; están en la Iglesia y son para la Iglesia. Como hizo Santa Teresita del Niño Jesús y muchas otras religiosas contemplativas a lo largo de la historia de la Iglesia, vivís en el mismo corazón de la Iglesia. Y cuando seguís vuestra vocación fieles a Cristo que os llamó, continuáis estando muy cerca espiritualmente de vuestras familias y de vuestras comunidades de origen. Al vivir vuestra vida totalmente entregada a Jesucristo, vuestro Esposo, y en favor de todos los que han sido llamados a vivir en El —la familia cristiana entera— con razón os podéis sentir cerca de todos los hermanos y hermanas que luchan por la salvación y la plenitud de la dignidad humana. En vuestra vida de desprendimiento material y de trabajo al que os dedicáis con empeño cada día, hacéis patente vuestra solidaridad con toda la comunidad de trabajadores a cuyo servicio estáis llamadas; y con vuestras oraciones y el fruto de vuestras actividades espirituales, estáis en situación de contribuir de hecho a la gran causa de la justicia y la paz, y al progreso humano de innumerables hombres y mujeres. Por vuestra vida encerrada, los niños son llevados a Cristo, los enfermos confortados, los necesitados atendidos, los corazones humanos reconciliados y a los pobres se predica él Evangelio.
En algunos lugares de África se ha situado el monasterio de religiosas contemplativas en las cercanías del seminario mayor. ¿Acaso no es significativo que quienes captan la necesidad de estimular las vocaciones al sacerdocio para que las Iglesias jóvenes lleguen a implantarse plenamente en la tierra natal, tengan asimismo la convicción de que sólo la gracia de Dios, humildemente pedida en oración constante, puede sostener el fervor del sacerdocio? Por tanto, os pido con interés especial en esta ocasión que la súplica al Señor para que mande obreros a su mies (cf. Mt 9, 38) y bendiga a su Iglesia de África con muchos sacerdotes generosos y entregados cuyo ejemplo de vida santa y auténticamente pastoral constituya la garantía mejor de la vida de la Iglesia y la propagación de la fe, sea una de las peticiones primarias de vuestras oraciones.
5. Vuestra vida es vida de fe en Jesucristo, vida sumamente importante. Según las palabras de San Pedro, "le amáis sin haberlo visto, creéis en El sin verle, y os regocijáis con gozo inefable y glorioso" (1 Pe 1, 8). Y precisamente por esto vuestra vida es un gran servicio a la Iglesia. Con María estáis llamadas a meditar la Palabra de Dios y cooperar a dar la vida espiritual a los que creen en Cristo. Por consiguiente, para vosotras el futuro está claro. Estáis en el camino recto, camino de consagración total y gozosa a Jesucristo y de servicio amoroso a todos los hermanos y hermanas de África y de toda la Iglesia.
Queridas hermanas: en todos vuestros esfuerzos por caminar con María y subir la montaña que es Cristo, amando más hondamente y sirviendo con mayor generosidad, recordad que "vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3), para gloria de la Santísima Trinidad, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.
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